xvii.- Sorpresas de cumpleaños.

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El resto del verano fue tan normal que casi resultó extraño. Las actividades diarias prosiguieron: tiro al arco, escalada, equitación con pegaso... Jugaron a capturar la bandera (aunque todos evitaban el Puño de Zeus), cantaron canciones junto a la hoguera, celebraron carreras de carros y les gastaron bromas a las demás cabañas. Percy paso bastante tiempo con Tyson y Rocío, jugando con la Señorita O'Leary, aunque a veces venían Annabeth o Lani y se llevaban a Rocío durante horas.

Pasó el mes de julio, con los fuegos artificiales del día de la Independencia en la playa. Agosto resultó tan caluroso que las fresas se asaban en los campos. Finalmente, llegó el último día de campamento. Después del desayuno, aparecieron las cartas como todos los años, advirtiendo que las arpías de la limpieza los devorarían si seguían allí después de mediodía y no avisaban.

A las diez en punto Percy esperaba Rocío en la cima de la Colina Mestiza, creía que la chica se iría a despedir y luego se quedaría en el campamento más tiempo, como siempre hacía, por lo que verla con una pequeña mochila le sorprendió.

—Volveré a casa un poco antes, ya sabes... Será tu cumpleaños y todo eso.

—¡Aww! ¿Vuelves por mí? —dijo sonriendo de manera inocente.

—Si, pensé que sería una buena idea. Primero iré a mi casa y te visitaré para tu cumpleaños ¿te parece bien?

El pelinegro asintió, aclarando que sería una muy buena idea.

—«Y perderás una familia frente a algo peor que la muerte.» —recitó la castaña tras unos segundos de silencio—. Creí que te interesaría conocer el ultimo verso de la profecía... Sabía que se refería a Luke, pero no quería...

—Está bien. Ya pasó, tranquila —murmuraba Percy acariciándole una mano.

Claro que no había pasado, pero no se le había ocurrido que decir. No esperaba que le digiera eso tan de repente

Antes de que pudiera seguir, surgió a su lado un repentino destello de luz, como si alguien hubiera abierto una cortina dorada en el aire.

—No tienes nada de qué disculparte, querida.

Sobre la colina había aparecido una mujer muy alta con una túnica blanca y el pelo oscuro trenzado sobre los hombros.

—¡Hera! —exclamó Rocío.

La diosa sonrió.

—Has hallado las respuestas, como había previsto. Tu búsqueda ha sido un éxito.

—¿Un éxito? —cuestionó—. Luke se metió en problemas y no sé cómo ayudarle. Dédalo ha muerto. Pan ha muerto. ¿Cómo puedes...?

—Nuestra familia está a salvo —insistió Hera—. En cuanto a esos otros, mejor que se hayan ido, querida. Estoy orgullosa de ti

—Fuisteis vos quien pagó a Gerión para que nos permitiera cruzar por su rancho, ¿no es cierto? —interrogó cerrando los puños para no atacar a la diosa.

Hera se encogió de hombros. En la tela de su vestido temblaban los colores del arco iris.

—Quería facilitaros el camino.

—Pero Nico no importaba para ti. Te parecía bien que se lo entregaran a los titanes.

—Oh, vamos. —La diosa hizo un ademán despectivo—. El propio hijo de Hades lo ha dicho. Nadie quiere tenerlo cerca. Él no encaja, no resulta adecuado en ninguna parte.

—¡Cuidadito con lo que dices! —le amenazó

—Hefesto tenía razón —masculló Percy—. Lo único que le importa es su familia «perfecta», no la gente real.

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