Capitulo 49

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Hoy, 21 de setiembre, es su cumpleaños. Lauren cumple treinta y dos años e inexplicablemente estoy feliz por ella. Soy así de imbécil.

No ha vuelto a aparecer por la oficina. Tras su viaje a las delegaciones regresó directamente a Alemania y no ha vuelto a pisar España.

Me encuentro sumergida en mi burbuja cuando suena el teléfono interno. Mi querida jefa me pide que pase a su despacho. Una vez en su interior, me sobrecarga de trabajo y me dice:

—Haz también una reserva para esta noche a las nueve y media en el Moroccio para diez personas a nombre de la señora Jauregui. Debe ser a ese nombre o no te darán la reserva, ¿entendido? —asiento—. Después, pídeme cita en la peluquería para dentro de una hora.

Asiento e intento no alterarme.

¿Lauren en España? ¿En Madrid?

¡Camz…, relájate!

Cuando salgo del despacho, mi corazón bombea.

Busco en internet el teléfono del Moroccio y, cuando lo consigo, resoplo y llamo.

—Moroccio, buenas días.

—Hola, buenas días. Llamo para hacer una reserva para esta noche.

—Dígame a qué nombre, por favor.

—Sería a las nueve y media, para diez personas, a nombre de la señora Lauren Jauregui.

—Oh… sí, la señora Jauregui —oigo que repite el camarero—. ¿Algo más?

El corazón se me va a salir del pecho. De pronto, algo cruza mi mente. Es una maldad y no me detengo a mirar las consecuencias

—También quería reservar otra mesa para dos personas, a las ocho, a nombre de la señora Jauregui.

—¿La mujer de la señora Lauren Jauregui? —pregunta el camarero.

—Exacto. Para su mujer. Pero, por favor, no le comente nada, es una sorpresa de cumpleaños.

—De acuerdo.

En cuanto cuelgo el teléfono me tapo la boca. Acabo de hacer una de las mías y me río. Sin pensarlo, descuelgo el teléfono y llamo a Nacho. Esta noche seré yo la que lo invite a cenar.

Ataviada con un precioso vestido negro con los hombros al aire que me ha dejado mi hermana y un moño alto a lo Audrey Hepburn, llego hasta el estudio de tatuajes de Nacho. Éste silba sorprendido nada más verme.

—¡Vaya, estás fabulosa!

—Gracias. Tú también —sonrío al verlo.

Nacho sonríe y abre los brazos.

—Que conste, que es el traje de la boda de mi hermano y me lo he puesto porque me lo has pedido tú. A mí este rollo de etiqueta no me va.

—Lo sé. Pero donde vamos hay que ir así o no te dejan entrar.

Nacho conoce mi plan.

—¿Estás segura de lo que vas a hacer, Camila?

Asiento y salimos del estudio.

—No lo sé, ya te contaré si reacciona. Éste es mi último cartucho.

A las ocho en punto entramos en el Moroccio.

El camarero, tras comprobar nuestra reserva, me mira sorprendido y veo que asiente complacido ante mi aspecto. Debe de verme como la digna mujercita de la señora Jauregui. Con arte, le cuchicheo que no comente mi presencia. Quiero sorprender a mi mujer porque es su cumpleaños y después le pido que tenga preparada una tarta de fresa y chocolate. Éste asiente, complacido por mi simpatía, y me dice que no me preocupe. Mi tarta estará preparada. Como bien presupongo, nos pasan a uno de los reservados y observo cómo Nacho se queda sorprendido por el lugar y mira a nuestro alrededor.

—¡Qué pasote de sitio!

—Sí. Es el glamur personificado. — Sonrío mientras espero que no se encienda ninguna lucecita de colores y me pregunte qué significa.

—Por cierto, ¿a qué venía eso de señora Jauregui? ¿Tu apellido no es Cabello?

Suelto una risotada.

—La señora Jauregui es la mujer de la persona que va a pagar esta cena.

Su cara es un poema. El camarero entra y deja un excelente vino ante nosotros que degustamos, aunque luego me doy el lujo de pedir una Coca-Cola. Nacho está sorprendido con el precio de todo aquello y veo su preocupación en la cara.

—Camila, creo que nos vamos a meter en un buen lío con lo que estamos haciendo.

—Tú tranquilo. Pide lo que quieras. La señora Jauregui lo pagará.

—¿Ése es el apellido de Lauren?

—Ajá…

—¿Está forrado, la tía?

—Digamos, que se puede permitir muchas cosas.

—¿Está casada?

—No. Pero la gente del restaurante no lo sabe.

Nacho asiente y sonríe. Después menea la cabeza.

—Pero qué pérfidas que sois las mujeres.

Doy un trago a mi Coca-Cola.

—No lo sabes tú bien —susurro.

El camarero entra y toma nota de los platos. Hemos pedido langosta y carpaccio de buey a las finas hierbas y de segundo solomillos al bourbon. Como es de esperar, todo está exquisito. A las nueve y media, miro el reloj y presupongo que Lauren, mi jefa y sus acompañantes ya han llegado. Lauren es muy puntual y eso me pone nerviosa. Saber que la tengo a tan escasos metros de mí me altera, pero procuro disfrutar de la cena junto a Nacho. De postre pedimos fresas y una fondue de chocolate. Nos la comemos entre risas y, a las diez, damos por finalizada nuestra cena.

Cuando entra el camarero pregunto:

—¿Ha llegado ya mi mujer, la señora Jauregui?

El camarero asiente y mi estómago salta, pero, convencida de lo que hago, añado:

—¿Me trae papel, un sobre y un bolígrafo, por favor?

El hombre sale del reservado en busca de lo que le he pedido y Nacho cuchichea:

—¿Qué vas a hacer ahora?

—Agradecerle la cena.

—¿Estás loca?

—Probablemente, pero estoy segura de que eso le gustará.

Cuando el camarero entra, escribo sobre el papel:

Estimada señora Jauregui:

Gracias por enseñarme un sitio tan especial y por la cena para dos que nos hemos tomado a su salud. Ha estado exquisita y el postre, como siempre, soberbia. Por cierto, feliz cumpleaños. ¡Gilipollas! La chica de los e-mails fantasmas.

 
En cuanto acabo de escribirlo, lo meto en el sobre, lo cierro, se lo entrego al camarero y le indico:

—Por favor, ¿sería tan amable de entregarle esto a mi mujer junto con la tarta de fresas y chocolate cuando vayan a pedir el postre?

Dicho esto, Nacho se levanta, me coge del brazo y desaparecemos como alma que lleva el diablo mientras sonrío y me fastidio por no ver la cara que va a poner Lauren. ¡Me encantaría verla!

Seré Solo Tu YaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora