Capitulo 65

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El lunes, cuando llego al trabajo, me entero de que Lauren, mi supuesta novia, se ha marchado a Alemania. Se ha ido y no me ha dicho nada. Claudia, su secretaria, está emocionada porque ha pedido que ella se reúna con ella en las oficinas de Múnich el miércoles. Eso me hunde. Saber que se ha marchado porque no quiere verme ni hablar conmigo me destroza. Y cada vez que veo las cajas embaladas, el llanto me coge a traición.

Como puedo, paso la semana. No la llamo. No le escribo. Directamente, no vivo. Le dije que, si se marchaba, asumiera las consecuencias y soy una mujer de palabra. Aunque tengo que hablar con ella. Lo necesito.

Escribo un correo electrónico a la tal Ale o Alexa, pero no me contesta. Compro un móvil e instalo la tarjeta SIM del teléfono donde tengo el número de esa sinvergüenza, pero no me lo coge. Llamo a Marisa y más de lo mismo. Me encuentro atada de pies y manos y no sé qué hacer. Ni cómo demostrarle a Lauren que lo que piensa de mí es falso.

Mi jefa en esos días es amable conmigo. Sigo siendo la novia de la jefaza y me doy cuenta de que ya no me carga de trabajo como meses atrás. Ahora, incluso me aburro.

A la semana siguiente, cuando llego el lunes a la oficina me sorprendo al ver que Lauren está en su despacho. El corazón me da un vuelco. Las manos me sudan y creo que me va a dar un ataque. Me muevo por el departamento con la intención de que me vea. Sé que me ha visto. Lo sé. Pero, al ver que no me llama ni hace nada por hablar conmigo, soy yo la que da el paso.

Cuando abro la puerta de su despacho, me mira con dureza.

—¿Qué desea, señorita Cabello?

Cierro la puerta. Debo de tener la tensión a ochocientos. Me acerco hasta su mesa y murmuro:

—Me alegra saber que has regresado.

Me mira… me mira… me mira y finalmente repite con gesto neutro:

—¿Qué desea, señorita Cabello?

—Lauren, tenemos que hablar. Por favor, tienes que escucharme.

Con una mirada implacable, se recuesta sobre su sillón.

—Le dejé muy claro que usted y yo ya no tenemos nada que hablar. Y ahora, si es tan amable, regrese a su puesto de trabajo antes de que me saque de mis casillas y la ponga de patitas en la calle, como se merece.

Mi cuerpo se revela. Ah, no… por eso sí que no paso.

Quiero gritar. Quiero patearle el culo y no quiero que me trate con esa frialdad. Pero, como necesito que me escuche, me trago mi orgullo.

—Señora Jauregui, aun así, me gustaría que pudiera usted escuchar lo que tengo que decir.

—Abandone mi despacho —dice sin cambiar su gesto— y cíñase a su cometido que es trabajar para mí y para mi empresa.

Se abre la puerta del despacho y entra Claudia con un café. Nos observa y, cuando va a dejarnos solos, Lauren dice:

—Claudia, quédate para que podamos terminar lo que estábamos haciendo, la señorita Cabello ya se marcha.

Me sublevo e insisto.

—Por el amor de Dios, Lauren, ¿quieres hacer el favor de darme unos minutos?

Se levanta. Está imponente con aquel traje negro. Se apoya en la mesa y gruñe delante de mi cara:

—Salga de mi despacho inmediatamente.

—No.

—¿Pretende que la despida?

La cara de circunstancias de Claudia es todo un poema. La miro y digo furiosa:

Seré Solo Tu YaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora