Capitulo 59

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A la mañana siguiente cuando llego a la oficina, no me sorprende encontrarme a Lauren trabajando. Con disimulo dejo mis cosas sobre mi mesa y suena mi teléfono interno. Lauren. Quiere que pase.

—Buenos días, señorita Cabello.

—Buenos días, señora Jauregui.

Entonces veo a Julio Merino, un chico de la empresa, sentado en la mesita redonda que hay en el despacho con unos papeles.

—Señor Merino —dice Lauren recostándose en la silla—, ¿podría traerme un café solo?

El joven se levanta.

—Sí, señora Jauregui … en seguida se lo traigo.

Cuando pasa por mi lado pone los ojos en blanco y yo intento contener la risa. Cuando Lauren y yo nos quedamos solas en el despacho, ella suaviza su tono de voz:

—¿Qué tal has dormido?

—Fatal… te echaba de menos.

Noto la comisura de sus labios curvarse.

—Seguro que no tanto como yo a ti.

—Te equivocas… estoy segura que tanto o más.

Nos miramos. Duelo de miradas. He aprendido a aguantar sus retos.

—Esta noche duermes conmigo en mi hotel.

—Vale.

Esa proposición me encanta. Me enloquece y pienso que será un buen momento de explicarle lo que me pasó el día anterior.

—¿Te apetece que juguemos con compañía?

Mi estómago se contrae. ¿Jugar acompañados? Sé lo que eso significa y llevo mucho tiempo sin hacerlo. Trago el nudo de emociones que se ha atascado en mi garganta.

—Me parece bien si a ti te lo parece.

Sin levantarse de su asiento, mueve su cabeza.

—¿Excitada? —pregunta al notar mi nerviosismo.

Asiento. Lauren sonríe y se levanta.

—Por favor, señorita Cabello, pase al archivo.

Sin dilación, me dirijo hacia donde me pide y mi respiración se vuelve irregular. Una vez allí, Lauren se acerca a mí, mi trasero golpea los archivos y, apoyando su cadera sobre la mía, siento que su mano se mete por debajo de mi falda y me toca el muslo derecho.

—Llevo sin entregarte mucho tiempo y no veo el momento de hacerlo.

—Lauren…

—Sigo cabreada contigo y mereces un castigo.

—¿Un castigo?

—Sí… mi pequeña. Y esta tarde sabrás cuál es.

Regresa el duelo de miradas.

—Te recuerdo —murmuro—, que tu castigo en Barcelona fue calentarme en aquel bar de intercambio de parejas y luego dejarme a dos velas.

Sonríe y pasa su nariz por mi pelo.

—Nunca se sabe, Camz… nunca se sabe.

Su mano me hace separar las piernas. Toca la tirilla de mi ropa interior.

—Tu castigo te espera en mi hotel — murmura en mi oído—. Cuando salgas de la oficina, coge tu coche y ve directa para allí.

Lauren saca su mano de debajo de mi falda y se retira.

Seré Solo Tu YaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora