Segundo Libro Capitulo 3

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Pasa el viernes, ¡y el mundo no se acaba! Los mayas no acertaron.

El sábado me despierto muy pronto. Estoy agotada por mi trabajo de camarera, pero ¡es lo que hay! Miro por la ventana.

¡No llueve!

¡Bien!

Saber que Lauren está a pocos kilómetros de donde me encuentro y que puede haber alguna posibilidad de que la vea me inquieta en exceso. No comento nada en casa. No quiero que esto los altere y, cuando llegan el Bicharrón y el Lucena con el remolque de la moto y mi padre monta junto a Liam, sonrío, divertida.

—¡Vamos, morenita! —grita mi padre—. Ya está todo preparado.

Mi hermana, mi sobrina y yo salimos de casa con la bolsa de deporte donde llevo mi mono de correr, y al llegar al coche me alegro al ver aparecer a Austin.

—¿Te vienes? —pregunto.

Él, jovial, asiente.

—Dime cuándo he faltado yo a una de tus carreras.

Nos dividimos en dos coches. Mi padre, mi sobrina, el Bicharrón y el Lucena van en un coche, y mi hermana, Liam, Austin y yo, en otro.

Cuando llegamos a El Puerto de Santa María nos dirigimos al lugar donde se va a celebrar el evento. Está a rebosar de gente, como todos los años. Tras hacer la cola para comprobar la inscripción y que le den un número de dorsal, mi padre regresa feliz.

—Eres el número 87, morenita.

Le dedico un gesto de asentimiento y miro a mi alrededor en busca de Dinah. No la veo. Demasiada gente.

Compruebo mi móvil. Ni un solo mensaje.

Me encamino con mi hermana hacia los improvisados vestuarios que la organización ha dispuesto para los participantes. Aquí me quito mis vaqueros y me pongo mi mono de cuero rojo y blanco. Mi hermana me coloca las protecciones de las rodillas.

—Camila, algún año le tendrás que decir a papá que esto ya no lo haces —asevera—. No puedes seguir dando saltos sobre una moto eternamente.

—¿Y por qué no, si me gusta...?

Sofia sonríe y me da un beso.

—También tienes razón. En el fondo admiro la guerrera marimacho que hay en ti.

—¿Me acabas de llamar marimacho?

—No, Kaki. Me refiero a que esa fuerza que tienes ya me gustaría tenerla a mí.

—La tienes, Sofia... —digo, y sonrío con cariño—. Aún recuerdo cuando tú participabas en las carreras.

Mi hermana pone los ojos en blanco

—Pero yo lo hice dos veces —señala—. Esto no me va, por mucho que a papá le encante.

En efecto. Tiene razón. Aunque las dos hemos sido criadas por el mismo padre y las mismas aficiones, ella y yo somos diferentes en muchas cosas. Y el motocross es una de ellas. Yo siempre lo he vivido. Ella siempre lo ha sufrido.

Cuando salgo con mi mono, me encamino hacia donde me esperan mi padre y lo que se puede denominar mi equipo. Mi sobrina está feliz y, al verme, salta encantada. Para ella soy su ¡supertita! Me hago fotos con la niña y con todos, y sonrío. Por primera vez en varios días, mi sonrisa es abierta y conciliadora. Hago algo que me gusta, y eso se ve en mi cara.

Pasa un hombre vendiendo bebidas y mi padre me compra una coca-cola. Complacida, empiezo a tomármela cuando mi hermana exclama:

—¡Aisss, Camila!

Seré Solo Tu YaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora