Cuarto Libro Capitulo 7

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A la mañana siguiente, cuando me despierto, estoy sola en la cama. Miro el reloj: las diez y veinte. Rápidamente me levanto.

¿Por qué Lauren no me ha despertado antes?

Como una loca, me visto. Me pongo unos vaqueros, una camiseta y unas zapatillas de deporte y vuelo escaleras abajo.

Cuando llego a la cocina, Simona, Pipa y Lauren están con los niños, mientras que Flyn está tecleando en su móvil. Como una exhalación, entro y le pregunto a mi amor:

—¿Por qué no me has despertado?

Ella se acerca a mí con una preciosa sonrisa y, tras besarme en los labios, responde:

—Porque necesitabas dormir. Buenos días, pequeña.

Que esté de humor me hace sonreír y, sin querer pensar en lo que hablamos la noche anterior, miro a mi alrededor y pregunto:

—¿Dónde está Sami?

Lauren, que está haciéndole una pedorreta a Cristina, no responde. Flyn me mira entonces con cara de apuro y dice:

—Björn ha venido esta mañana y se la ha llevado.

De pronto, el teléfono móvil de Lauren suena. Echa un vistazo a la pantalla y, mientras le entrega la niña a Pipa, dice:

—Es Weber, para unos temas de la oficina. Iré al despacho a hablar con él.

—¿Otra vez trabajo?

Lauren resopla y sale de la cocina sin contestar. Cuando ya se ha ido, me acerco a Flyn.

—¿Qué te ocurre, cariño? —le pregunto.

Ahora que Lauren no está, él me mira directamente a los ojos.

¡Uy..., uy..., esa miradita de cordero degollado...!

¿Qué habrá hecho, Dios mío? ¿Qué habrá hecho?

Acostumbrada a su especial mirada coreana alemana, levanto las cejas y finalmente él dice:

—¿Podemos ir a mi habitación?

¡Lo sabía!

¡Sabía que ocurría algo!

Convencida de que tiene algo que contarme, asiento y los dos salimos de la cocina. Al salir, veo que Flyn mira en dirección al despacho de Lauren y, cuando se asegura de que está la puerta cerrada y no nos ve, me coge de la mano y, tirando de mí a toda prisa, dice:

—Vamos.

Subimos la escalera de dos en dos y en silencio. Al llegar a su cuarto, entramos, él cierra la puerta y me mira.

—Mamá —dice—, tengo que contarte algo.

Asiento. Sin duda, la cosa va a traer miga. Me siento en su cama tras quitar un par de camisetas que como siempre ha dejado tiradas y pregunto con un suspiro:

—Lo sé. Conozco tu mirada, así que ¡dispara!

Mi hijo se rasca el cuello.

Bueno..., bueno..., que a éste le van a salir ronchones también. Después se rasca la coronilla y finalmente va hasta su mesilla, rebusca en el cajón y, tendiéndome un sobre, dice:

—No te enfades, pero son las notas.

Ay, mi niño... Pobrecito, el apuro que tiene. Si él supiera lo malísima estudiante que fui yo a su edad y los disgustos que les daba a mis padres, seguramente me miraría con otros ojos. Pero no, no puedo decírselo, y sonrío.

Seré Solo Tu YaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora