Cuarto Libro Capitulo 10

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A pocos metros de ellos, y en el mismo rellano del edificio donde estaba su casa, Björn abría la puerta de su bufete de abogados. Al ser domingo no había nadie, la oficina estaba desierta y, sin soltar el brazo de Mel, caminó entre las mesas de sus trabajadores hasta llegar ante la puerta de su despacho.

Mel lo miró y murmuró frunciendo el ceño:

—Desde luego, Björn, lo tuyo no tiene nombre.

El abogado suspiró.

Si algo le gustaba de Mel era ese aire suyo tan combativo y, cogiendo el pomo de la puerta, dijo mirándola a los ojos:

—Te dije que cada vez que te oyera hablar del temita pasaría esto, por lo...

—Pero tenemos invitados en casa —lo interrumpió ella.

Björn sonrió.

Más que invitados, Lauren y Camila eran familia, y precisamente ellas no se asustaban por lo que iban a hacer.

—No se van a escandalizar —contestó—. Y tú y yo tenemos que hablar.

—Pero, Björn...

—Entra en el despacho.

Mel resopló.

¿Hablar? ¿Björn quería hablar o quería otra cosa?

Pensó en Lauren y Camila.

Sabía perfectamente que ellas no se escandalizaban por su ausencia. No era la primera vez que, estando todos juntos con los niños, alguna pareja se ausentaba unos minutos y regresaba poco tiempo después como si no hubiera pasado nada. Lo bueno de aquel tipo de amistad era que no había que ocultar nada. Todo se sabía. No había que disimular.

Al ver aquel gesto suyo, que tanto le fascinaba, Björn tuvo ganas de sonreír.

Sabía que Mel finalmente haría lo que ella quisiera, pero tenía que demostrarle que él no estaba de acuerdo. No deseaba separarse de ella ni un solo día, y mucho menos pensar que volvería a tener una vida plagada de turnos y ausencias. Curiosamente, aquello lo encelaba. Le recordaba una época de la que no quería saber nada porque era consciente de que, en cuanto la teniente Parker apareciera, los hombres la mirarían de una forma que él no estaba dispuesto a soportar.

Con gesto de enfado, Mel entró en el despacho. Se quedó parada sin llegar a la mesa y Björn la empujó para que continuara andando. Ella apenas si se movió. Él decidió cambiar entonces su plan y, desconcertándola, caminó hasta su mesa, retiró la silla y tomó asiento con tranquilidad.

—Siéntate —dijo—. Tenemos que hablar.

La expresión de sorpresa de Mel al ver que era cierto que tenían que hablar se hizo más que evidente. Horas antes, tras su última discusión al respecto, Björn le había dicho que la siguiente vez que la oyera mencionar el tema tendrían una seria conversación, y así iba a ser. Por ello, el abogado no cambió su gesto e insistió:

—Mel. He dicho que te sientes, por favor.

Asombrada porque fuera cierto lo de hablar, ella caminó hasta la mesa. Se sentó frente a él y, apoyando la espalda en la silla con chulería, levantó el mentón y dijo:

—Muy bien. Hablemos.

Björn hizo lo mismo que ella. Se recostó en el respaldo de su silla y la miró.

—Mel —empezó a decir—, no quiero que lo hagas, y sabes muy bien por qué.

Ella cerró los ojos, negó con la cabeza y gruñó frunciendo el ceño.

Seré Solo Tu YaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora