Capitulo 60

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El viernes, Lauren me invita a cenar a un restaurante maravilloso. Ponemos fecha a nuestro cambio de residencia y decidimos que será para mediados de enero. Mi pisito es mío, en propiedad. Cuando me mudé a Madrid, mi padre me ayudó a comprarlo y, tras nuestra conversación, decido no venderlo, ni alquilarlo. Será un piso que siempre tendré para cuando quiera regresar a Madrid de visita.

Esa noche, a pesar de la felicidad que veo en la mirada de Lauren, intuyo que le duele algo la cabeza. Lo he visto tomarse dos pastillas. Pero no quiere hablar de ello. Se niega. Sólo quiere hablar de nosotras y de nuestra próxima vida en Alemania.

Tras la cena, cuando nos vamos del restaurante, nos encontramos con unos amigos suyos en la calle. Una pareja. Nos saludamos. Y en un momento dado Lauren me pregunta:

—¿Te apetece que invite a Víctor al hotel para jugar los tres?

Mi corazón bombea con fuerza y asiento. Lauren sonríe.

—Voy a hablar con él. Seguro que no dice que no.

Lauren y Víctor se alejan un metro de mí y de la chica que va con él. Se llama Loli y es muy simpática. Las dos hablamos, mientras yo observo a los dos. De pronto, veo que a Lauren le suena el móvil, atiende la llamada y deja de sonreír. Tras eso, se acerca a mí y dice:

—Nos vamos.

Víctor y Loli se quedan dónde estaban y observo que entran en el restaurante. ¿Qué habrá pasado?

En el camino de vuelta está más callado de lo normal. Intento hablar con ella, bromear, pero no entra en el juego. Finalmente me callo. Cuando Lauren se pone así, mejor dejarla.

Cuando llegamos al hotel, Lauren pide que nos traigan una botella de champán. Yo me quito los zapatos y me siento al borde de la cama. Tengo ganas de jugar. La proposición de Lauren me ha excitado mucho.

Lauren se desprende de la chaqueta, la deja perfectamente colocada en el galán de noche y me mira. Suena la puerta y mi corazón aletea. Pero el aleteo se relaja cuando veo entrar al camarero con dos copas y la botella de champán.

En cuanto nos quedamos solas, Lauren descorcha la botella, sirve dos copas y cuando me da una murmura en un tono frío y distante:

—Presiento que mi proposición te ha alterado, ¿verdad?

Pienso mi respuesta. Podría mentir, pero no quiero.

—Sí…

Lauren asiente, da un trago a su copa y pregunta:

—Te gusta mucho que te ofrezca a otros hombres, ¿verdad?

—¡Lauren!

—Responde, Camz.

Resoplo y murmuro:

—Sí, me gusta.

Se sienta a mi lado y toca con delicadeza mi rodilla.

—Te aseguro que eso me gusta mucho a mí también y espero ofrecerte a otros.

—¿Otros?

—Sí… otros. Mis juegos son muchos y estoy seguro de que desearás seguir jugando, ¿verdad?

Calor… calor… y más calor… ¡ya comienza mi calor!

Lauren vuelve a llenarme la copa de champán y me saca de mi ensoñación.

—¿Te gustaría volver a jugar con una mujer?

Sorprendida, me encojo de hombros.

—No.

—¿Seguro? —insiste.

Su insistencia me inquieta. Cuando voy a decir algo, ella me agarra del brazo y me mira profundamente.

—¿Por qué no me dijiste que Marisa y tú os conocíais?

Eso me pilla totalmente descolocada.

—¿Cómo dices?

—Quiero saber cuándo sueles ver a Marisa.

—Yo no suelo verla.

Con la mirada velada por la furia, murmura:

—No me mientas, maldita sea.

—No te miento. Ella va a mi gimnasio y nos hemos visto allí en un par de ocasiones. Nada más.

En ese instante creo que debo explicarle lo que llevo callando tanto tiempo cuando Lauren estalla.

—¡Maldita sea, Camila! No soporto la mentira. ¿Por qué no me dijiste que ya os conocíais cuando vino el otro día al hotel?

—No… no lo sé… yo…

Fuera de control, Lauren se aleja de mí.

—Será mejor que te vayas, Camila. Estoy terriblemente enfadada y no quiero hablar.

—Pero yo quiero hablar contigo y no quiero dejar las cosas a medias como siempre hacemos cuando te enfadas.

—Camz… —gruñe.

—Lauren, ¡tenemos que hablar! De nada sirve que las cosas se queden así. ¿No te das cuenta?

Se agarra la cabeza. Ese gesto me hace ver que no está bien. Veo que abre su neceser y se toma otro par de pastillas. Eso me altera. No quiero verla sufrir. Sale del dormitorio y me quedo sola. Instintivamente, me siento en la cama, me pongo los zapatos y sin decir nada más salgo yo también. La veo en la terraza, mirando al horizonte. Me acerco a ella.

—¿Te duele la cabeza?

—Sí.

—¿De verdad quieres que me vaya?

—Sí.

—Lauren, cariño, no sé qué te han explicado pero es una tontería, créeme.

—Le diré a Tomás que te lleve a tu casa.

—No.

—Sí. Él te llevará a tu casa. Adiós, Camz. Hasta mañana.

No me mira. No se mueve y, al final, me doy por vencida. Me vuelvo y, con el corazón dolorido, me marcho.

Seré Solo Tu YaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora