Segundo Libro Capitulo 19

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Con la tensión a tropecientos mil, me bebo una cerveza ante la cara seria de Taylor. Por mis palabras y mi enfado, se hace una idea de lo que ha pasado.

—Tranquila, Camz. Ya verás como cuando regreses todo está más tranquilo.

—¡Oh, claro..., claro que estará más tranquilo! No pienso dirigirles la palabra a ninguno de los dos. Son tal para cual. Pitufa gruñóna y pitufo enfadica. Si uno es cabezón, el otro lo es aún más. Pero por Dios, ¿cómo puede tu hermana darle un cheque de regalo de Navidad a un niño de nueve años? ¿Y cómo puede un niño de nueve años ser un viejo prematuro?

—Ellos son así —se mofa Taylor.

Entonces, le suena el móvil. Habla con alguien y cuando cuelga dice:

—Era mamá. Me ha comentado que mi primo Jurgen la ha llamado y le ha dicho que hoy tiene una carrera de motocross no muy lejos de aquí, por si te lo quería decir a ti. ¿Quieres que vayamos?

—Por supuesto —asiento, interesada.

Tres cuartos de hora después, en medio de un descampado nevado, estamos rodeadas de motos de motocross. Yo tengo las revoluciones a mil. Deseo saltar, brincar y correr, pero Taylor me frena. Animada, veo la carrera. Aplaudo como una loca, y cuando acaba, nos acercamos a saludar a Jurgen. El joven, al verme, me recibe encantado.

—He llamado a la tía Clara porque no tenía tu teléfono. No quería llamar a casa de Lauren. Sé que este deporte no le gusta.

Yo asiento. Le entiendo, y le doy mi móvil. Él me da el suyo. Después, miro la moto.

—¿Qué tal se conduce con las ruedas llenas de clavos?

Jurgen no lo piensa. Me entrega el casco.

—Compruébalo tú misma.

Taylor se niega. Le preocupa que me pase algo, pero yo insisto. Me pongo el casco de Jurgen y arranco la moto.

¡Guau! Adrenalina a mil.

Feliz, salgo a la helada pista, me doy una vuelta con la moto y me sorprendo gratamente al notar el agarre de las ruedas con clavos a la nieve. Pero no me desfogo. No voy con las protecciones necesarias y sé que si me caigo me haré daño. Una vez que regreso al lado de Taylor, ésta respira y, cuando le doy a Jurgen el casco, murmuro:

—Gracias. Ha sido una pasada.

Jurgen me presenta a varios corredores, y todos ellos me miran sorprendidos. Rápidamente todos dicen eso de «olé, toros y sangría» al saber que soy española. Pero bueno, ¿qué concepto tienen los guiris de los españoles?

Tras la carrera, nos despedimos, y Taylor y yo nos vamos a tomar algo. Ella decide dónde ir. Cuando nos sentamos, todavía estoy emocionada por la vueltecita que me he dado con la moto. Sé que si Lauren se entera, pondrá el grito en el cielo, pero me da igual. Yo lo he disfrutado. De pronto, soy consciente de cómo Taylor mira con disimulo al camarero. Ese rubio ya ha venido varias veces a traernos las consumiciones y, por cierto, es muy amable.

—Vamos a ver, Taylor, ¿qué hay entre el camarero buenorro ese y tú? —indago, riendo.

Sorprendida por la pregunta, responde:

—Nada. ¿Por qué dices eso?

Segura de que mi intuición no me engaña, me repanchingo en la silla.

—Punto uno: el camarero sabe cómo te llamas, y tú sabes cómo se llama él. Punto dos: a mí me ha preguntado qué clase de cerveza quiero, y a ti te ha traído una sin preguntarte. Y punto tres, y de vital importancia: me he dado cuenta de cómo os miráis y os sonreís.

Seré Solo Tu YaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora