Segundo Libro Capitulo 30

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Con el transcurrir de los días, mi cara vuelve a ser lo que era, y cuando el doctor me quita los puntos de la barbilla ante la atenta mirada de Lauren, sonríe al ver la obra de arte que ha hecho. No se notan, y eso me hace feliz.

La casa, tras la llegada de Susto y Calamar, se ha vuelto una casa llena de risas, ladridos y locura. Lauren, los primeros días, protesta. Encontrarse meadas de Calamar en el suelo la pone de mal humor, pero al final claudica. Susto y Calamar lo adoran, y ella los adora a ellos.

Muchas mañanas cuando me levanto me gusta asomarme a la ventana y ahí está mi Icewoman, lanzándole un palo a Susto, para que éste corra tras él. El animal lo ha tomado como costumbre. Antes de que ella se vaya a trabajar, le lleva un palo a sus pies, y Lauren juega y sonríe. Algunos fines de semana convenzo a Lauren y a Flyn para pasear por el campo nevado con los animales. Susto lo agradece, y Lauren juega con él mientras Flyn corretea a nuestro alrededor con su mascota. Me emociona todo. En especial, cuando veo cómo Lauren se agacha y abraza a Susto. Mi fría y dura Icewoman se va descongelando a cada día que pasa, y cada día me enamora más.

También he acompañado en varias ocasiones a Lauren al campo de tiro olímpico. Sigue sin gustarme el rollito de las armas, pero disfruto al ver lo bien que ella lo hace. Me siento orgullosa. Una de las mañanas que estamos ahí me presenta a unos amigos, y uno de ellos pregunta si soy española. Directamente, niego con la cabeza e indico: «¡Brasileña!». De inmediato el hombre dice: «Samba, caipirinha». Yo asiento y me río. Está visto que, dependiendo de dónde seas, te persigue un sambenito. Lauren me mira sorprendida y al final sonríe. Esa noche, cuando me hace el amor, cuchichea con sorna en mi oído:

—Vamos, brasileña, baila para mí.

Flyn ha avanzado mucho con el skate y los patines. El tío es listo y aprende rápidamente. Lo hacemos a escondidas, cuando Lauren no está. Si nos viera, ¡nos mataría! Simona sonríe y Norbert refunfuña. Me advierte que la señora se enfadará cuando lo sepa. Sé que tiene razón, pero ya no puedo parar mis enseñanzas con el crío. Su trato conmigo ha cambiado, y ahora me busca y pide mi ayuda continuamente.

Lauren, en ocasiones, nos observa, y sabe que entre nosotros ha ocurrido algo para que se haya obrado ese cambio en el pequeño. Cuando pregunta, lo achaco a la llegada de los animales a la casa. Ella asiente, pero sé que no la convence. No pregunta más.

El primer día que puedo salir a escondidas con Jurgen a desfogarme con la moto es una pasada. Tantos días de inactividad en casa casi me vuelven loca, por lo que salto, derrapo y grito con Jurgen y los amigos de éste por los caminos de cabras de las afueras de Múnich. Pienso en Lauren. Debo contárselo. El problema es que no encuentro nunca el momento oportuno. Eso me comienza a martirizar. Nuestra base es la confianza, y esta vez yo estoy fallando.

Una tarde cuando estoy liada con mi moto en el garaje llega Flyn del colegio. El niño me busca, y cuando me encuentra, alucinado, mira la moto. La recuerda. Y cuando le indico que es la moto de su madre y que me tiene que guardar el secreto ante su tía, pregunta:

—¿Sabes utilizarla?

—Sí —respondo con las manos sucias de grasa.

—La tía Lauren se enfadará.

La frase me hace gracia. Todos, absolutamente todos, saben que Lauren se enfadará. Y respondo, mirándolo:

—Lo sé, cariño. Pero la tía Lauren, cuando me conoció, ya sabía que yo hacía motocross. Lo sabe y tiene que entender que a mí me gusta practicar este deporte.

—¿Lo sabe?

—Sí —afirmo, y sonrío al recordar cómo se enteró.

—¿Y te deja?

Seré Solo Tu YaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora