Cuarto Libro Capitulo 4

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Cuando Mel fue a buscar a Sami al colegio, la pequeña corrió hasta ella y, con un gesto precioso, murmuró:

—Mami, ¿se puede venir Pablo al parque?

Tras darle un beso a su rubita, Mel vio llegar corriendo a Pablo. Miró a los niños y respondió:

—Primero tenemos que ver si la mamá de Pablo no tiene que hacer otra cosa.

En ese instante llegó Louise, la madre del niño, y tras oír eso respondió:

—Genial. ¡Todos al parque!

Diez minutos después, Mel y la madre del pequeño estaban sentadas en un banco viendo jugar a sus hijos cuando a Louise le sonó el teléfono móvil

—Discúlpame un segundo —dijo.

Acto seguido, sin importarle que Mel pudiera oírla, comenzó a discutir y a decir cosas horribles. Cuando terminó y cerró el móvil, miró a Mel y comentó:

—Mi marido y yo vamos de mal en peor.

—Vaya..., lo siento.

Mel no quiso decir más. Cuanto menos se metiera uno en los problemas de las parejas, mejor. Pero Louise añadió:

—Tres años de novios, seis de casados y, ahora que todo nos va bien y tenemos un hijo precioso, le descubro en el ordenador unas fotos de una fiestecita con sus colegas de bufete, con unas prostitutas, que me han dejado sin habla.

Boquiabierta, Mel le cogió las manos y preguntó:

—¿Estás bien?

Louise negó con la cabeza y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—No —murmuró—. No estoy bien, pero tengo que estarlo por Pablo. De pronto, siento que mi vida tiene que dar un cambio brusco, pero... no sé cómo hacerlo. Nunca imaginé que algo así me pudiera pasar. Johan estaba tan enamorado de mí... —Acto seguido, añadió con rabia—: Aún recuerdo lo ilusionados que estábamos el día que comenzó a trabajar en ese maldito bufete de abogados.

Eso llamó la atención de Mel, que preguntó:

—¿Tu marido es abogado?

Louise asintió y luego siseó con cierto retintín:

—Sí. Trabaja para Heine, Dujson y Asociados. Un bufete lleno de demonios con cara de angelitos que han conseguido que nos pase esto.

Sorprendida, Mel la miró. Aquel bufete era al que Björn intentaba acceder como socio mayoritario.

—¿Por qué dices eso? —preguntó.

—Porque van de moralistas, de defensores de la vida en familia y el matrimonio, pero luego no predican con el ejemplo — contestó Louise con la mirada perdida—. Esos malditos abogados tienen una doble vida llena de vicios y corrupción; eso sí, visto desde fuera son perfectos maridos y padres, y sus mujeres acceden a todo con tal de seguir viviendo como auténticas reinas.

Mel la escuchaba incrédula. Si aquello era verdad, Björn debería saberlo. Al ver que Louise se limpiaba los ojos con un pañuelo, repitió:

—De verdad que lo siento.

Louise asintió mientras se secaba las lágrimas y, tras coger fuerzas, afirmó:

—Yo también lo siento, pero estoy en ese momento en el que no veo salida. Johan vive su vida y pretende que yo sea la perfecta mujercita que lo espere en casa rodeada de niños, como lo son otras del bufete. Pero si hasta he tenido que dejar de ver a mis amigas para salir con esas mujeres.

—Pero ¿lo has hablado con él?

Louise asintió abatida.

—Sí. Aunque de nada sirve. Johan dice que ésta es ahora nuestra vida y, si hablo de divorcio, me amenaza con que se quedará con Pablo. Me lo quitará.

Al oír eso, Mel se sintió muy apenada y, sin saber qué decir, la abrazó. Así estuvieron unos segundos, hasta que se separaron. Mel omitió que Björn ansiaba pertenecer a aquel selecto bufete de abogados y, en cambio, dijo:

—Escucha, Louise, no somos íntimas amigas, pero quiero que sepas que me tienes para todo lo que necesites.

La aludida sonrió.

—Gracias.

Estaban hablando de ello cuando Mel oyó el llanto de Sami y, al mirar, la vio caída en el suelo. Rápidamente ambas se levantaron y corrieron hacia ella, pero mientras llegaban un muchacho con monopatín y un perro pequeño se agachó junto a la niña para atenderla. Cuando Mel llegó hasta Sami y ya estaba abriendo su bolso para ponerle una tirita de princesas, la niña dejó de llorar y empezó a acariciar al perro.

—Es muy suavecita —dijo—. ¿Cómo se llama?

—Leya —respondió el muchacho—. Y está encantada de que la toques; ¿ves cómo le gusta? Pero si lloras, se asusta y llora ella también.

Sami sonrió y, mirando a su madre, que la observaba sorprendida, dijo:

—Mami, quiero un perrito como Leya.

Agachándose para levantar a la pequeña del suelo, tras ver que había sido una simple caída mientras corría, Mel respondió:

—Lo pensaremos, ¿vale?

La niña asintió, dio media vuelta y corrió para alcanzar a Pablo, que se subía a un tobogán. Feliz porque no hubiera sido nada, Mel le dio las gracias al muchacho por el detalle y se encaminó de nuevo al banco del brazo de Louise. Los niños tenían que jugar. Esa noche, cuando Sami vio a su papi, le pidió encarecidamente un perrito. Su mascota, un hámster llamado Peggy Sue, había muerto meses antes, y Björn, tras contarle un cuento y arroparla, se lo prometió. Lo que no dijo fue ni cuándo, ni cómo.

Seré Solo Tu YaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora