Capitulo 29

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Viernes

 Mi desesperación es máxima.

Ni una noticia. Ni una llamada. Nada.

No sé absolutamente nada de ella. Y eso me hace entender que efectivamente fui su juguete durante unos días y ahora sólo espero olvidarme yo de ella.

Mi jefa es una borde. Hoy me ha montado un numerito delante de varios compañeros. No la he mandado a hacer puñetas porque hay mucho paro, porque si no… ésta se iba a enterar de quién es Karla Camila Cabello Estrabao.

Por la tarde, me llama mi amiga Azu y quedo con ella para ir al cine. Vamos a ver la película Tengo ganas de ti y lloro… lloro como una magdalena. Es preciosa y triste a la vez. Me siento como Ginebra, una guerrera luchadora e incomprendida, y enamorada hasta las trancas de un hombre, bueno mujer que guarda secretos.

A la salida, mis amigos, que nos esperan, se ríen de mí. Ninguno entiende que llore por una película y proponen ir a tomar unos pinchos a la plaza Mayor. Saben que me gustan y eso me alegrará.

Entre pincho y pincho, caen muchas cervezas y por fin consigo sonreír. De allí nos vamos a tomar unas copas y, a las cuatro de la mañana, ¡por fin vuelvo a ser yo! Río, me divierto y bailo como una loca, aunque para eso me he bebido los suministros de ron con Coca-Cola de todo Madrid.

A la mañana siguiente, el zumbido de la puerta me despierta.

Me tapo la cabeza con la almohada, pero el zumbido sigue y sigue… Cabreada, me levanto y descuelgo el telefonillo.

—¿Quién es?

—Hola, tita. Somos mami y yo.

Lo que me faltaba.

¡Mi hermana!

Les abro la puerta con desgana.

Comenzar el día con la negatividad de mi hermana me desespera, pero no tengo escapatoria. Mi pequeña sobrina se tira a mis brazos como una bomba nada más verme y mi hermana, al ver mi estado, pasa sin decir ni mu y rápidamente pone la tele. Busca el canal de los niños y, en cuanto sale Bob Esponja, la pequeña desaparece de nuestro lado. Menudo enganche tiene a esos ridículos dibujos.

Entro en la cocina, como un espíritu.

Me preparo un café y mi hermana me sigue. Su gesto es serio y presiento que va a acribillarme a preguntas. Veo cómo encoge el cuello.

—Lo primero, dame mi copia de las llaves de tu casa ahora mismo.

Con ganas de degollarla, voy hasta el aparador de la entrada, las saco y se las pongo en la mano en cuanto llego de vuelta a la cocina.

—Lo segundo —prosigue—, eres una mala hermana. Te he llamado cientos de veces durante estos días y no me has devuelto las llamadas. ¿Y si hubiera pasado algo grave?

No contesto. Tiene razón. A veces soy una descerebrada y esta vez asumo que lo he sido.

—Y lo tercero, ¿qué narices te pasa para que tengas esta pinta tan desastrosa?

—Sofia, anoche salí de juerga y me he acostado a las siete de la mañana. Estoy destrozada.

Mi hermana se prepara otro café y se sienta frente a mí.

—Desde luego, la juerga ha tenido que ser apoteósica. Tu pinta lo dice todo.

—Lo ha sido —murmuro, mientras cojo una aspirina. La necesito.

—¿Fue con la chulaza esa con la que sales?

—No.

Su gesto se descompone y el mío más al pensar en Lauren.

Seré Solo Tu YaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora