Segundo Libro Capitulo 25

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La vida con Jaurengui va viento en poca a pesar de nuestras discusiones. Nuestros encuentros a solas son locos, dulces y apasionados, y cuando visitamos a Björn, calientes y morbosos. Lauren me entrega a su amigo, y yo acepto, gustosa. No hay celos. No hay reproches. Sólo hay sexo, juego y morbo. Los tres hacemos un excepcional trío, y lo sabemos; disfrutamos de nuestra sexualidad plenamente en cada encuentro. Nada es sucio. Nada es oscuro. Todo es locamente sensual.

Flyn es otro cantar. El pequeño no me lo pone fácil. Cada día que pasa lo noto más reticente a ser amable conmigo y a nuestra felicidad. Lauren y yo sólo discutimos por él. Él es la fuente de nuestras peleas, y el niño parece disfrutar.

Ahora acompaño a Norbert alguna mañana al colegio. Lo que Flyn no sabe es que cuando Norbert arranca el coche y se va, yo observo sin ser vista. No entiendo qué ocurre. No soy capaz de comprender por qué Flyn es el centro de las burlas de sus supuestos amigos. Lo vapulean, le empujan, y él no reacciona. Siempre acaba en el suelo. He de poner remedio. Necesito que sonría, que tenga confianza en sí mismo, pero no sé cómo lo voy a hacer.

Una tarde, mientras estoy en mi habitación tarareando la canción Tanto de Pablo Alborán, observo a través de los cristales que vuelve a nevar. Nieva sobre lo nevado, y eso me alegra. ¡Qué bonita que es la nieve! Encantada con ello, voy a la habitación de juegos donde Flyn hace deberes y abro la puerta.

—¿Te apetece jugar en la nieve?

El niño me mira y, con su habitual gesto serio, responde:

—No.

Tiene el labio partido. Eso me enfurece. Le cojo la barbilla y le pregunto:

—¿Quién te ha hecho esto?

El crío me mira y con mal genio responde:

—A ti no te importa.

Antes de contestar, decido callar. Cierro la puerta y voy en busca de Simona, que está en la cocina preparando un caldo. Me acerco a ella.

—Simona.

La mujer, secándose las manos en el delantal, me mira.

—Dígame, señorita.

—¡Aisss, Simona, por Dios, que me llames por mi nombre, Camila!

Simona sonríe.

—Lo intento, señorita, pero es difícil acostumbrarme a ello.

Comprendo que, efectivamente, debe de ser muy difícil para ella.

—¿Hay algún trineo en la casa? —pregunto.

La mujer lo piensa un momento.

—Sí. Recuerdo que hay uno guardado en el garaje.

—¡Genial! —aplaudo. Y mirándola, digo—: Necesito pedirte un favor.

—Usted dirá.

—Necesito que salgas al exterior de la casa conmigo y juegues a tirarnos bolas.

Incrédula, parpadea, y no entiende nada. Yo, divirtiéndome, le agarro las manos y cuchicheo:

—Quiero que Flyn vea lo que se pierde. Es un niño, y debería querer jugar con la nieve y tirarse en trineo. Vamos, demostrémosle lo divertido que puede ser jugar con algo que no sean las maquinitas.

En un principio, la mujer se muestra reticente. No sabe qué hacer, pero al ver que la espero, se quita el mandil.

—Deme dos segundos que me pongo unas botas. Con el calzado que llevo, no se puede salir al exterior.

Seré Solo Tu YaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora