Capitulo 61

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Suena un ruido. Me sobresalto. Es el teléfono.

Salto de la cama. Miro el reloj. Las cinco y veintiocho.

Asustada, corro a contestar. Si alguien llama a esas horas, no puede ser por nada bueno.

—¿Sí?

—Kaki… soy yo.

¿Mi hermana?

La mato… ¡Yo la mato! Pero, al escucharla llorar, me asusto.

—¿Qué ocurre? ¿Qué te pasa?

—Estoy mal… muy mal. He discutido con Liam, se ha marchado de casa a las nueve de la noche y mira qué horas son y no ha vuelto…

Llora… y llora y llora e intento tranquilizarla.

—¿Dónde está Luz?

—Durmiendo en casa de una amiguita. Por favor, necesito que vengas.

—De acuerdo… voy para allá.

Cuelgo el teléfono y resoplo. Mi hermana y sus histerismos… Menos mal que es sábado y no tengo que ir a trabajar. Pienso en Lauren. ¿La llamo? Puede que esté despierta, pero al final decido no molestarla. Conociéndolo, seguirá enfadada por lo que ocurrió el día anterior. Con rapidez me lavo los dientes, la cara, me pongo unos vaqueros, una camiseta y una chaqueta. Hace fresquito.

Bajo a la calle y me monto en mi coche. Arranco. Mi hermana no vive lejos, pero a esas horas no me apetece ir caminando. Pongo la radio y tarareo mientras conduzco. Veo un hueco para aparcar frente al portal de mi hermana, paro, meto la marcha atrás y cuando miro por el espejo retrovisor me quedo sin respiración al ver que un coche se abalanza y finalmente choca contra mí.

Murmullos… murmullos… oigo murmullos.

No puedo abrir los ojos, me pesan. No sé dónde estoy ni qué me pasa. Entonces recuerdo el coche abalanzándose sobre mí y soy consciente de que he tenido un accidente. Sirenas. El ruido de las sirenas me hace abrir de golpe los ojos y me encuentro en una ambulancia con dos hombres mirándome y con gasas con sangre en las manos.

—¿Se encuentra bien, señorita?

—Sí… no… no sé.

—¿Cómo se llama?

—Camila.

—Muy bien, Camila, no se asuste. Unos chicos que iban bebidos le han dado un golpe con su coche. La vamos a llevar al Clínico para que se hagan una revisión.

—¿Esa sangre es mía?

Uno de los jóvenes enfermeros que me atiende asiente.

—No se asuste, pero sí.

—Pero ¿es sangre? ¿De dónde es?

—Del labio y de la nariz. No ha saltado el airbag de su coche y se ha golpeado contra el volante, pero no se preocupe, no es nada grave.

De pronto, escucho unos chillidos y los identifico rápidamente. ¡Mi hermana! Intento incorporarme para que me vea y sepa que estoy bien pero no puedo. Me duele horrores el cuello.

—Por favor, la que chilla es mi hermana. ¿Pueden dejar que me vea para que se tranquilice?

El muchacho accede y sonríe.

—Por supuesto. Si quiere, puede acompañarla en la ambulancia.

Dos segundos después, veo aparecer a mi hermana con su batita azul de guata. Está pálida. Me ve y sus gritos se convierten en gemidos de terror.

Seré Solo Tu YaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora