capítulo 2

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En el capítulo anterior...

–¿Qué piensan los entrenadores? –Lali dejó la taza sobre el escritorio, junto a la agenda abierta.

Capítulo 2:

–En realidad, no les importa. Desde que Santiago Sanz y Manuel Terradas se retiraron, el estadio no ha vuelto a llenarse. Bowers necesita dinero para pagar al portero estrella que fichó el año pasado. Carlos adora el rugby, pero ante todo es un hombre de negocios. Hará cualquier cosa para que los aficionados acudan al campo. Por eso pensó en ti en primer lugar. Quiere que vayan más mujeres a ver los partidos.

Lo que Leonardo Castro no le dijo fue que Bowers había pensado en ella porque sabía que escribía chismes para mujeres. A Lali no le importaba; después de todo, esos chismes la ayudaban a pagar las facturas y, por otra parte, la habían hecho bastante conocida entre las mujeres que leían el Buenos Aires Times. Pero los chismes no alcanzaban para pagar todas las deudas. Ni siquiera la mayoría. La pornografía pagaba todo lo demás. La serie de relatos pornográficos «La vida de Bomboncito de Miel», que escribía para la revista ELLOS, era muy popular entre los lectores masculinos.

Mientras hablaba con Leonardo de Bowers y su equipo de rugby, Lali escribió en un papelito con letras de color rosa: «Comprar libros de rugby.»  Pegó la nota en la parte superior de la agenda, pasó la página y estudió su plan del día, detallado bajo otro puñado de notas adhesivas.

–... Y recuerda que estarás tratando con jugadores de rugby –le recordó Leonardo–. Suelen ser muy supersticiosos. Si Alumni empiezan perdiendo varios partidos, te culparán de ello y te enviarán de vuelta a casa.

Estupendo. Su trabajo estaba en manos de jugadores supersticiosos. Despegó una nota antigua de la agenda, en la que se leía «Fecha de entrega "Bomboncito de Miel"», y la arrojó a la papelera.

Tras unos minutos más de conversación, colgó el teléfono y cogió la taza de café. Como a la mayoría de los periodistas de Buenos Aires, le sonaban los nombres de algunos jugadores de rugby. La temporada era larga y en el noticiero de media noche hablaban de rugby casi todas los días, pero en aquel momento sólo conocía a uno de los integrantes de Alumni, el jugador del que Leonardo había hablado, Peter Lanzani.

Le habían presentado al hombre de los treinta y tres millones de dólares en la fiesta que había dado Alumni el verano anterior en el Club, justo después de su fichaje. Estaba en mitad de la sala, con aspecto saludable y en forma, como si de un rey recibiendo a su corte se tratase. Conocía sobre la legendaria reputación de Peter, tanto dentro como fuera del campo, Lali se sorprendió al comprobar que era más bajo de lo que había imaginado. No llegaba al metro noventa, pero era puro músculo. El pelo, de color castaño, le cubría las orejas y el cuello de la camisa, era ligeramente ondulado y se notaba que lo peinaba con las manos.

Tenía los ojos verdes y un lunar, en la mejilla izquierda. No había nada que objetar sobre su aspecto impactantemente varonil. Se habían dicho tantas cosas malas de él que no había una sola mujer en aquella sala que no se preguntara si realmente sería tan malo como decían.

Llevaba un saco de color gris claro y una gastada corbata de seda roja. Lucía un Rolex de oro en la muñeca, y una rubia se había pegado a él como sticker.

A aquel hombre le gustaba llevar los complementos a juego.

Lali y Peter intercambiaron saludos y se dieron la mano. Él apenas si le dirigió la mirada antes de irse con la rubia. En menos de un segundo, Lali desapareció del mapa para él. Era lo habitual. Por lo general, los hombres como Peter no acostumbraban a prestarle mucha atención a mujeres como Lali. Un metro cincuenta y cinco de estatura, pelo castaño oscuro, ojos caramelo y labios carnosos. No solían formar un círculo a su alrededor para descubrir si tenía algo interesante que decir.

Si el resto de integrantes de Alumni la ignoraban con tanta rapidez como Peter Lanzani, iban a ser unos meses bastante duros; aunque viajar con el equipo era una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar. Escribiría las crónicas deportivas desde el punto de vista de una mujer. Destacaría los mejores momentos del partido, tal como se esperaba que lo hiciera, pero prestaría mayor atención a todo lo que sucediera en el vestuario. Nada de tamaños de pene o costumbres sexuales..., a ella la tenían sin cuidado esa clase de cosas. Deseaba saber si en el siglo XXI las mujeres tenían que seguir enfrentándose a la discriminación.

Lali se sentó de nuevo frente a la computadora y volvió a centrarse en la historia de «Bomboncito de Miel» que tenía que entregarle al editor al día siguiente, destinada a aparecer en el número de febrero de la revista. Muchos de los hombres que consideraban que su columna «Soltera en la ciudad» no trataba más que de chismorreos y afirmaban no leerla jamás, no se perdían un solo capítulo de la serie «Bomboncito de Miel». Nadie a excepción de Simón Arrechavaleta, el editor de la revista, y de su mejor amiga desde el colegio, Candela Vetrano, sabía que era ella la que escribía aquellos lucrativos artículos mensuales. Y su deseo era que siguiese siendo un secreto.

Bomboncito era el álter ego de Lali. Despampanante. Desinhibida. El sueño de todo hombre. Una mujer apasionada capaz de dejar exhaustos y sin habla a los hombres de Buenos Aires, y al mismo tiempo dispuestos a pedir más. Bomboncito tenía un enorme club de fans, y también una docena de páginas web en Internet dedicadas a ella. Algunas eran hirientes y otras divertidas. En una de esas páginas electrónicas se hacían cábalas sobre la posibilidad de que el autor de las aventuras de «Bomboncito de Miel» fuese un hombre.

A Lali le gustaba aquel rumor. En su cara apareció una sonrisa cuando leyó la última línea que había escrito antes de que Leonardo la llamara. Volvió a poner manos a la obra para hacer que los hombres pidiesen más.

Continuará…

MAS QUE UN JUEGO-LALITERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora