Peter se quitó la toalla del cuello y dijo finalmente:
–Oye, si hubieras estado allí gritando «chúpamela», dudo mucho que ahora estuvieras acá sacándome de mis casillas.
–¿Qué quieres decir?
Capítulo 15:
–Pues que imagino que también te habrías tomado un par de copas.
A Lali le llevó unos instantes captar lo que intentaba decirle, y cuando lo consiguió, en su rostro apareció una sonrisa burlona.
–Supongo que no es lo mismo, ¿no?
–En efecto. –Peter se puso en pie y pasó los pulgares por debajo de la pretina de sus calzoncillos–. Ahora anda a fastidiar a otro. –Al ver que ella no se movía de donde estaba, añadió–: A no ser que quieras sentirte un poco más incómoda.
–No me siento incómoda.
–Estás roja como un tomate.
–Aquí dentro hace mucho calor –mintió Lali. ¿Era él el único que se había dado cuenta? Seguramente no–. Demasiado.
–Sí, la cosa se trata de estar calientitos. Quédate por aquí y verás un puñado de troncos de buena madera.
Lali se volteó y se fue a toda prisa. No debido a lo que le había dicho acerca de «ver un puñado de troncos de buena madera», sino porque tenía una hora fija de entrega de la crónica. Sí, tenía hora de entrega, se dijo mientras salía del vestuario, cuidando de mantener la vista en alto para no posarla en algún órgano desnudo.
Cuando llegó al hotel eran ya las diez de la noche. Tenía que acabar la columna y escribir la crónica, todo antes de meterse en la cama. Encendió su ordenador portátil y se puso a escribir la crónica deportiva en primer lugar. Sabía que los reporteros del Times iban a leerla con lupa y que buscarían todos los errores posibles, pero ella estaba decidida a que no encontraran ni uno solo. Escribiría su crónica mejor que cualquier hombre.
«Alumni empató en el partido contra Newman; Battezzati marca la única anotación del equipo», escribió, pero al instante se dio cuenta que redactar una crónica deportiva no resultaba tan fácil como había creído. Era bastante aburrido. Tras unas cuantas horas de lucha buscando las palabras justas y también de responder a unas molestas llamadas telefónicas, descolgó el auricular, apretó el botón de borrar de la computadora y empezó de nuevo.
En el instante en que el balón se puso en movimiento esta noche en suelo cordobés, los equipos de Alumni y Newman ofrecieron a los espectadores toda una variedad de potentes tackles y enérgicos lanzamientos. Ambos equipos mantuvieron el ritmo frenético hasta el final, cuando el fullback de Alumni, Peter Lanzani, sacó a los de Newman de la línea de goal. Cuando sonó la bocina tras la prórroga, el marcador seguía mostrando empate a uno con...
Tras hablar de las muchas jugadas de Peter, escribió acerca de la anotación de Battezzati y los fuertes lanzamientos de Victorio. Hasta la mañana siguiente, una vez enviado el artículo, no cayó en que Peter la había estado observando en el vestuario. Mientras iba de un lado para otro como una bola de billar, no todo el mundo había hecho caso omiso de ella. De nuevo, sintió un molesto estremecimiento en el pecho y las alarmas empezaron a sonar en su cabeza indicando problemas. Grandes problemas con el chico de los ojos verdes y sus legendarias manos veloces.
Se dijo que lo mejor era no gustarle. Pues, definitivamente, a ella no le gustaba nada de lo que sabía de él.
Bueno, excepto su tatuaje y el lunar que tenía en la mejilla.
Aquella misma mañana a primera hora, los integrantes de Alumni se vistieron de traje y corbata, luciendo sus marcas de batalla, y se encaminaron al aeropuerto. Cuando llevaba media hora del vuelo que debía conducirlos a Mendoza, Peter se aflojó la corbata y se puso a barajar un mazo de cartas. Dos de sus compañeros y el entrenador, Nicolás Vázquez, se le unieron en una partida de póker. Cuando jugaba a las cartas durante los vuelos, era una de las escasas ocasiones en que Peter se sentía parte del equipo.
Mientras repartía, Peter miró al otro lado del pasillo, a las consistentes suelas de unas pequeñas botas. Lali había levantado el brazo que separaba los asientos, se había recostado y se había quedado dormida. Yacía de lado, y por una vez no llevaba el pelo recogido. Suaves mechones de cabello castaño caían sobre sus mejillas y la comisura de sus labios.
–¿Crees que nos pasamos mucho anoche?
Peter miró a Benjamín, alzado sobre el respaldo de su asiento.
–Qué va. –Negó con la cabeza, y después dejó la baraja sobre la bandeja que tenía delante. Echó un vistazo a sus cartas y vio un par de ochos, al tiempo que el tipo que se había sentado a su lado, Augusto Tomaselli, doblaba la apuesta–. Éste no es su territorio –añadió–. Si Bowers tenía pensado forzarnos a llevar con nosotros a un periodista, como mínimo tendría que haber escogido a alguien que supiera un poco de rugby.
–¿Se fijaron en lo roja que se puso anoche?
Se echaron a reír.
–Le echó un vistazo a los atributos de Sierra. –Rojas miró sus cartas–. Una –pidió mientras descartaban.
–¿Se la vio a Agustín?
–Sí.
–Casi se le salían los ojos de las órbitas. –Peter le entregó tres cartas a Nico Vázquez, en tanto que él pidió otras tres–. Creo que ya nunca volverá a ser la misma –añadió.
Agustín era famoso por tener enormes atributos. El único que no parecía opinar lo mismo era el propio Agustín, pero todos sabían también que el cachetón había recibido demasiados golpes en la cabeza.
Peter consiguió reunir tres ochos y su victoria quedó reflejada en la libreta de Nico.
–¿Cuánto tiempo estuvieron llamándola a su habitación? –preguntó Peter.
–Acabó descolgando el teléfono a eso de la medianoche.
–La primera noche me sentí un poco mal cuando todos nos fuimos y ella se quedó sola en el bar del hotel –confesó Vico.
Los otros lo miraron como si hubiese dicho una tontería. Lo último que querían era llevar a un periodista con ellos, especialmente una mujer, rondando a su alrededor cuando se relajaban intentando olvidarse de todo. Ya fuese acudiendo a un club de strip-tease o conversando en el bar del hotel sobre los siguientes rivales.
–Bueno –intentó rectificar Victorio mientras repartía–, la cuestión es que no me gusta ver a una mujer sentada sola.
–Fue patético –comentó Augusto.
Peter lo miró por encima de sus cartas e hizo su apuesta.
–¿Tú también te sentiste mal? No lo puedo creer.
–No, nada de eso. Ella tiene que largarse. –Arrojó sus cartas–. Hoy no es mi día de suerte.
–¿Jugamos demasiado fuerte para ti?
–Qué va, lo que pasa es que voy a echarme un poco y a leer el resto del vuelo. –Todo el mundo sabía que Augusto no leía nada que no tuviese fotografías–. Leer es fundamental.
–¿Te compraste la Playboy? –preguntó Agus.
–Compré ELLOS anoche, después del partido, pero no se la he podido sacar al novato –dijo refiriéndose a Stefano De Gregorio–. Está aprendiendo sobre otro mundo leyendo «La vida de Bomboncito de Miel».
Todos soltaron la carcajada mientras Nicolás apuntaba la victoria de Benjamín en la libreta. Al vivir en Buenos Aires, muchos de ellos eran seguidores de «Bomboncito de Miel». Leían la columna mensual para descubrir a quién había llevado al éxtasis comatoso y dónde había dejado el cuerpo.
Peter barajó las cartas y le echó un vistazo a Lali, que dormía como un angelito. No había duda de que era la clase de mujer que pondría el grito en el cielo si veía a uno de los chicos leyendo historias pornográficas.
Continuará…