No.
-Bien, porque tenía planeado marcar tres goles.
Capítulo 60:
Lali confiaba en que Candela la acompañara al partido de la noche siguiente. Necesitaba algo que la ayudara a no pensar demasiado, dejar de darle vueltas a lo que había pasado la noche anterior. Pero en realidad, de todos modos, lo sabía, iba a analizar todos sus actos al milímetro. Había hecho el amor con Peter Lanzani tres veces. Tres salvajes, demoledoras y ardientes veces. Y en cada una de ellas, con cada roce, con cada palabra que salía de su boca, se había sentido más y más enamorada de él, hasta llegar a pensar que su corazón no lograría recuperarse.
A eso de las dos de la mañana él se durmió entre un revoltijo de sábanas bañadas por la luz de la luna que entraba por el ventanal. Segundos antes había estado hablando de su infancia y, al poco tiempo, cayó dormido como si alguien hubiese apagado un interruptor en su mente. Lali nunca había visto dormirse tan rápido a nadie, y estuvo contemplándolo durante un rato para asegurarse de que estaba bien. Le apartó un mechón de pelo de la frente y le acarició la mejilla y el mentón. Después recogió su ropa y se fue sin despertarlo.
Nunca había caído rendida por un hombre con semejante rapidez ni semejante intensidad, y se marchó sin despertarlo porque, a decir verdad, no habría sabido qué decirle. ¿«Gracias»? ¿«Volveremos a hacerlo otro día»? ¿«Nos vemos mañana en el partido»? Se fue porque era lo establecido en los encuentros de una sola noche: irse antes del amanecer.
Se fue sin su tanga. No había sido capaz de encontrarla en la oscuridad de la habitación, y no quiso despertarlo prendiendo la luz. Su mayor temor al irse fue que la encontrara la mujer de la limpieza o, lo que era peor, Alelí. No, eso no era cierto. Su mayor temor no era que alguien encontrara su ropa interior. Era ver a Peter la noche siguiente y sentir el horrible latir desbocado de su corazón. Había tenido novios y también había estado con hombres de una sola noche. Le habían hecho daño, y ella también había hecho daño a otras personas. Pero nada podía compararse con el daño que podía hacerle Peter. Lo sabía. Sabía que se estaba avecinando, y también que no tenía modo de evitarlo.
Todo era horrible y maravilloso, y en medio de tanta confusión estaba el sentimiento de culpa. Él había confirmado la noche anterior lo que ella ya sabía. No podía decirse que Peter encontraría halagadora la historia de Bomboncito de Miel. Le importaría, y mucho, y no había nada que ella pudiese hacer al respecto. No podía hacer nada por ocultarlo, y saber que a él le resultaría fácil descubrir que estaba detrás de aquella historia no evitaba que se sintiera culpable.
Lo amaba, y ni siquiera se había molestado en mentirle diciéndole que no se había vestido para él. Se había pintado los labios de rojo y se había puesto una blusa de seda roja bajo la casaca negra. Se había sentido estúpida, saliendo a comprar aquella blusa sólo porque él le había dicho que le gustaba cuando vestía de rojo. Como si con eso fuera a conseguir que él la amara.
Media hora antes del partido, se encaminó a los vestuarios.
Mientras recitaba el discurso ritual de buena suerte, pudo sentir sobre sí la ardiente mirada de Peter, y ella rehusó posar los ojos en él, sobre todo después de lo ocurrido la noche anterior, de las cosas que hicieron juntos en su dormitorio. Cuando acabó, cerró la boca y se dirigió a la puerta.
-Olvidas algo -le dijo Peter.
No. No lo había olvidado. Mirando al piso, se volteó y cruzó el vestuario. Cuando estuvo delante de él, alzó la vista, recorriendo todo su cuerpo, dejó atrás las rayas de su camiseta y llegó a la boca que había besado tan apasionadamente como todo su cuerpo.
-Creía que esta noche no ibas a jugar.
-Y no voy a jugar, pero si el fullback se lesiona, tendré que reemplazarlo.
-Sí, claro. -Lali suspiró. Gracias a alguna fuerza benéfica del destino, sus mejillas no se pusieron coloradas y, finalmente, lo miró a los ojos-. Eres un pedazo de tonto.
-Gracias -dijo él con una sonrisa burlona-, pero no era eso a lo que me refería cuando he dicho que olvidabas algo.
Había soltado su discurso sobre los calzoncillos, le había dado la mano al capitán, había llamado pedazo de tonto a Peter. No había olvidado nada.
-¿De qué estás hablando?
Peter se inclinó hacia ella y dijo entre dientes:
-Anoche te olvidaste la ropa interior en mi cama.
Lali sintió que se quedaba sin aliento y se le detenía el corazón. Miró alrededor para comprobar si alguien los había oído, pero todos parecían ocupados en sus cosas.
-Esta mañana las encontré bajo mi almohada, y no sabía si las habrías dejado allí por algún motivo concreto. Algo así como un regalo de buenos días.
Lali enrojeció, y se le cerró la garganta. Todo lo que logró balbucir fue:
-No.
-¿Por qué no me despertaste cuando te fuiste?
Continuará...