capítulo 72

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Tal vez su relación pudiera funcionar. Él confiaba en ella, y a pesar de que eso la hacía sentir un poco culpable, también le daba esperanzas por primera vez desde que habían empezado a estar juntos. Quizá no tuviera por qué acabar. Quizá Ken no siempre escogiera a una Barbie. Quizás al final, la escogiese a ella.

Capítulo 72:

Peter se metió en la boca la última galleta salada y se retrepó en la silla. Al otro lado de la mesa, Benjamín estaba comiendo un plato de alitas de pollo. Peter apartó la mirada del capitán y la dirigió hacia la entrada del bar del hotel.

Fuera, el sol lucía en mitad del cielo y la temperatura alcanzaba los treinta grados. Algunos de los muchachos estaban solos, otros formaban grupos, y Lali se encontraba en su habitación escribiendo la columna «Soltera en la ciudad». Le había dicho que se encontrarían en el bar cuando terminara. De eso hacía una hora, y él empezaba a sentirse tentado de ir a su habitación. Pero no lo hizo, porque no creía que a ella le gustara la idea, y aunque estaba impaciente, respetaba su trabajo.

-¿Se enteraron de que han suspendido a Castro? -preguntó Asesino mientras se limpiaba los dedos con la servilleta.

-¿Cuánto tiempo?

-Cinco partidos.

-Tremendo el castigo -dijo Vico, que estaba sentado junto al capitán del equipo-. Aunque he visto sanciones peores.

Stefano y Martín se unieron a ellos, y la conversación se centró en las peores sanciones del campeonato, lista encabezada por el jugador de Alumni Agustín Sierra. Pablo y Franco acercaron sus sillas a la mesa y se empezó a hablar acerca de quién ganaría en una hipotética pelea entre Bruce Lee y Jackie Chan. Peter apostaba por Bruce Lee, pero tenía otras cosas en la cabeza y no entró en el debate. Volvió otra vez la mirada hacia la puerta del bar.

El único momento en que no pensaba en Lali era cuando estaba en la cancha. De algún modo, al meterse en la cama con ella, ella se le metió en la cabeza. A veces sentía que Lali ocupaba todo su cuerpo, y le sorprendía que le gustara la sensación.

No podía asegurar que estuviese enamorado de ella, que experimentase a su lado el amor eterno, en un motivo de paz, en la clase de amor que su madre nunca había encontrado y que su padre jamás había buscado. Sólo sabía que quería estar con ella, y que cuando no estaban juntos no podía sacársela de la cabeza. Confiaba en Lali lo suficiente para haberla dejado entrar en su vida y en la de su hermana. Deseaba con todas sus fuerzas que ella no traicionara su confianza.

Le gustaba observarla, hablar con ella y estar con ella. Le gustaban los vaivenes de su mente, y le gustaba el hecho de que podía ser él mismo a su lado. Le gustaba su sentido del humor y le gustaba hacer el amor con ella. No, adoraba hacer el amor con ella. Le encantaba besarla, tocarla y estar dentro de ella, mirando su cara sonrojada. Cuando estaba en su interior, no dejaba de imaginar posibles maneras de volver a entrar. Era la única mujer con la que había sentido algo así.

Le encantaba oír sus gemidos, y le encantaba el modo en que ella lo tocaba. Le encantaba cuando ella tomaba el control de la situación y él estaba a su servicio. Lali sabía qué hacer con sus manos y su boca, y le encantaba cómo lo hacía.

Pero ¿la amaba? Tal vez, y le sorprendió el que aquello no lo asustara.

-¿Peter?

Apartó la mirada de la entrada y la dirigió a sus compañeros de equipo. La mayoría de ellos estaban detrás de Augusto, mirando la revista abierta que había sobre la mesa.

-¿Qué pasa?

Stefano alzó el ejemplar de ELLOS.

-¿Has visto esto? -le preguntó Tomaselli.

-No.

Stefano le pasó la revista, abierta por la sección «educativa» favorita del muchacho.

-Lee -dijo.

Se concentró en la lectura.

LA VIDA DE BOMBONCITO DE MIEL

Uno de mis lugares favoritos en el mundo es el río de Buenos Aires, cuando ya es de noche. Y cualquiera que me conozca sabe que me gusta de verdad. Acababa de cenar en el restaurante que hay al lado del río, dejando a mi cita de esa noche, un auténtico pusilánime, sentado en la mesa esperando a que regresara del tocador. Llevaba mi pequeño vestido rojo sin espalda ni mangas, con el broche dorado en la nuca y la fina cadena de oro colgando en la mitad de mi espalda. Llevaba zapatos de taco de ocho centímetros, y me quería algo más que pez de río. Mi compañero era guapo, como todos los hombres. Pero no le gustaba juguetear por debajo de la mesa, así que estaba empezando a aburrirme. Todo un peligro para los hombres de Buenos Aires.

Peter dejó de leer y miró hacia la puerta justo en el momento en que entraban dos mujeres. No necesitó más que una rápida mirada para saber que se trataba de un par de busconas. Hizo caso omiso de ellas y reanudó la lectura.

La puerta del ascensor que estaba a mi izquierda se abrió, y un hombre vestido con un esmoquin negro salió de él. Recorrí con la mirada los cuatro botones de su chaqueta hasta llegar a sus ojos verdes. Su mirada se posó en mis pechos perfectos, apenas cubiertos por el vestido rojo. Esbozó una sonrisa de aprobación y, de repente, mi velada se hizo mucho más interesante.

Lo reconocí de inmediato. Jugaba rugby. Era un fullback de rápidas manos, célebre por su mente lasciva. Me gustaba aquel hombre. Un millón de mujeres en todo el país fantaseaban con él. Yo también, en un par de ocasiones.

-Hola -dijo-. Bonita noche para mirar las estrellas.

-Mirar es una de mis actividades favoritas. -Su nombre era Pedro, si podía fiarme de su sonrisa, acababa de tener un golpe de suerte.

Peter se detuvo y miró a sus compañeros.

-Por Dios -dijo-. No puedo ser yo. -Pero tenía el mal presentimiento de que sí lo era.

Continuará...

MAS QUE UN JUEGO-LALITERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora