capítulo 48

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Salió del estacionamiento y se dirigió a su casa. Alguien debería enseñar a aquella mojigata un par de cosas. Pero no iba a ser él. Lali Espósito era agua pasada.

Esta vez lo tenía claro.

Capítulo 48:

Tres días después del incidente en el estacionamiento, Lali estaba sentada en la cabina de prensa, mirando hacia la pista.

-¿La comida y la bebida aquí son gratis? -le preguntó Candela.

-Hay comida y bebida gratis en la sala de prensa. -Le había pedido a Cande que la acompañara para tener alguien con quien hablar. Alguien que le ayudara a mantener la mente alejada de los problemas con los hombres-. Yo no voy hasta un poco más tarde.

Candela llevaba una camiseta de Alumni muy ceñida y un jean igualmente entallado. Ya había llamado la atención del operador de vídeo del estadio y había salido tres veces en la enorme pantalla del marcador.

Felipe se reunió con ellas pocos minutos antes del partido. Llevaba el pelo engominado y la funda de plástico para los bolígrafos en el bolsillo de su camisa negra de seda. Lali le presentó a Candela, y él abrió los ojos como platos y quedó boquiabierto cuando conoció a la hermosa amiga de Lali. A ésta no le sorprendió la reacción de Felipe, pero sí le sorprendió que Candela sacara a relucir todo su encanto y le siguiera el juego.

Empezó el espectáculo previo al partido y Lali supo que en quince minutos tendría que bajar al vestuario y desear suerte a los jugadores. Tendría que volver ver a Peter, a quien no veía desde que se habían besado en el estacionamiento y ella había perdido los papeles. Afortunadamente, en el último minuto había recuperado el juicio y no se había ido con él a un hotel. Eso habría sido muy malo en todos los sentidos.

No podía negar, sin embargo, que había perdido la cabeza por Peter. Estaba atraída por él, como si fuera un gigantesco imán y ella un trozo de metal. Y al parecer no podía hacer nada al respecto.

Había pasado la semana anterior viajando por el país, evitándolo en la medida de lo posible. Evitando al hombre capaz de irritarla y enfadarla, y capaz de hacer también que se derritiera. Durante la mayor parte del tiempo había conseguido mantenerse ocupada. Entrevistó a Felipe para la columna «Soltera en la ciudad», y escribió un artículo sobre los chicos buenos que acababan llevándose el gato al agua. Recomendaba a sus lectoras que evitaran a los tipos que hacen que a una le lata con fuerza el corazón y se lo pensaran dos veces antes de salir con los chicos buenos. Citó a Felipe y le dio lustre a sus palabras y, a cambio, se suponía que él hablaría con los entrenadores, pues seguían sin quererla cerca.

Hizo caso de su propio consejo y lo llevó a la práctica con bastante eficacia, evitando al tipo que hacía latir con demasiada fuerza su corazón. Pero después él la había apoyado contra aquella pared y la había besado. Tendría que haberse sentido sorprendida y conmocionada, pero acercarse, con los párpados entornados y un brillo de lujuria en sus ojos, la había hecho sentir débil y excitada al mismo tiempo. En el momento en que sus labios la rozaron, sintió que las fuerzas la abandonaban y se dejó llevar por lo que con tanta desesperación deseaba: Peter.

A pesar de que sus sentimientos hacia él eran poco más que un caos, no podría ocultar por mucho tiempo la verdad. Deseaba a Peter. Deseaba estar con él, pero quería ser algo más que otra mujer a la que llevar a un hotel.

Algo más que una admiradora.

La había llamado «cabeza dura». No era una cabeza dura en absoluto. No le importaba que los hombres utilizaran palabras fuertes mientras hacían el amor. Era la autora de «Bomboncito de Miel», por amor de Dios, pero también una mujer decidida a conservar la dignidad, a luchar por ella. A luchar por no enamorarse como una colegiala de un tipo indeseable.

Si algún día él descubría que ella era Bomboncito de Miel, Lali suponía que no tendría que luchar nunca más. Lo más probable es que no volviera a hablarle, que la odiara incluso.

Después de presentarse en su habitación de hotel la semana anterior, en Neuquén, diciéndole que la había besado por culpa de aquel vestido rojo, ella envió el episodio que había escrito describiendo a un guapo jugador de rugby de Buenos Aires para el número de marzo. Había sentido tanta rabia, se había sentido tan herida, que apretó el botón de enviar y mandó lo que había escrito por el ciberespacio.

Si Peter encontraba la columna de marzo y la leía, sabría que había sido la última víctima de Bomboncito de Miel. Se dijo que debería de sentirse halagado. Que quizá se sintiera halagado. No todos los hombres de Argentina tenían el honor de entrar en coma a manos de Bomboncito de Miel. Pero, a decir verdad, no creía que Peter fuera a sentirse un privilegiado, y eso hacía que se sintiera un poco culpable. Por descontado, no había modo de que él la relacionara con la autora de «Bomboncito». Nunca sabría que era ella la que escribía esas historias. Aun así se sentía culpable.

Felipe rió debido a algo que Candela le dijo, sacando a Lali de sus pensamientos. Por unos segundos Lali sopesó la posibilidad de decirle a Felipe que no era la clase de chico que le gustaba a su amiga, que con toda probabilidad ella le daría negativas, pero Felipe parecía muy feliz de sentirse capturado por la sonrisa de Candela. En lugar de advertirle, Lali dejó que llegara a descubrirlo por su cuenta. Colocó su maletín cerca de su silla y se obligó a ir hacia el ascensor para descender a la planta baja.

Estudió el saco color azul marino que llevaba puesto sobre el polo de cuello caído blanco. Se abotonó el saco para asegurarse de que sus pechos quedaban cubiertos. Antes de que Peter le dijera que sus pezones siempre estaban erectos, ella nunca se había parado a pensarlo. Nunca le había prestado demasiada atención a sus pechos. Eran normales y siempre había dado por hecho que nadie los tenía en cuenta.

Nadie a excepción de Peter.

Aminoró la marcha a medida que se acercaba al vestuario, y se detuvo ante la puerta a escuchar el inspirador discurso del entrenador Vázquez. Cuando terminó, alzó los hombros y entró en el vestuario. Evitó mirar a Peter, pero no necesitaba verlo para saber que estaba allí. Podía sentir su mirada. Y no le transmitía buenas vibraciones.

-Hola, Tiburoncito -le dijo Bruce.

-Cómo va, Vico -repuso ella volviéndose hacia el resto del equipo. Ocupó su lugar en el centro de la estancia y comenzó con su ritual.

-Déjense los calzoncillos puestos, tengo algo que decirles y sólo me tomará un minuto y no quiero que sincronicen la bajada de sus calzoncillos. -O algo así-.Viajar con ustedes, muchachos, ha sido una experiencia que jamás olvidaré. Espero que este año ganen el campeonato. -Se dirigió hacia el capitán, que en esos momentos estaba poniéndose la camiseta-. Buena suerte con el partido, Asesino.

Él le dio un apretón de manos. Aunque el corte de su labio sin duda dolía, sonrió.

-Gracias, Lali.

-De nada.

Agustín se había recuperado y podría jugar esa noche, por lo que Lali se dirigió hasta donde él se encontraba.

-¿Cómo te sientes, Agus?

-De puta madre. -Se puso en pie-. Es bueno estar de vuelta.

-Me gusta ver que es así. -Se volteó y caminó hacia Peter. Estaba sentado con la camiseta del equipo sobre una de sus rodillas, unos cuantos mechones castaños le caían por la frente. La observó acercarse con expresión gélida. Con cada paso, a Lali le crecía el nudo que se había formado en su estómago. Casi prefería verlo furioso. Se detuvo frente a él y tomó aliento.

-Pedazo de tonto.

-Gracias -dijo Peter con voz neutra.

-De nada. -Lali pensó que tenía que irse, pero no se pudo mover-. Entrevisté a Dalmau la semana pasada.

-¿Y qué? ¿No te dijeron que no me molestaras antes de los partidos?

Continuará...

MAS QUE UN JUEGO-LALITERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora