capítulo 77

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Sí, la necesitaba. Lali había imaginado que Felipe probablemente fastidiaría a Candela con una vida de necesidad.

Capítulo 77:

A la mañana siguiente, Lali recibió un ramo de flores de la Asociación Alumni expresando sus condolencias. A mediodía, llegaron las flores del periódico y, por su parte, Felipe envió otro ramo. A las tres, llegaron las que Candela había encargado. Todos los ramos eran preciosos y la hicieron sentir culpable. Le prometió a Dios que si hacía que dejaran de llegar ramos de flores nunca volvería a mentir.

Por la noche, vio por la televisión el partido de Alumni contra Curupayti. Los ojos de Peter la miraron con tanta dureza y frialdad como el cielo ese día. Cuando jugaban cerca de su puesto, podía apreciarse la apretada línea que formaban sus labios.

Miró a la cámara y ésta captó toda la rabia que había en su mirada. No parecía concentrado. Su vida personal lo estaba afectando en el juego, y si Lali había tenido alguna esperanza respecto a arreglar su relación, la esperanza murió en ese instante.

Todo se había acabado.

Peter cometió tres faltas movido por la rabia que sentía.

-¿Qué te pasa, Lanzani? -le preguntó uno de los jugadores del equipo contrario tras la primera falta-. ¿Estás indispuesto?

-Cállate-le respondió, metiéndole cabe y haciéndolo caer.

-Eres un tarado, Lanzani -dijo el tipo mientras lo miraba desde el suelo. Se armó una pelea y enviaron a Agustín al banco de castigo en lugar de Peter.

Peter agarró la botella de agua y se mojó la cara. Benjamín Rojas se le acercó.

-¿Tienes problemas para contener tu rabia? -le preguntó el capitán.

-¿Tú qué crees? -El agua corrió por su cara. Lali no estaba en la cabina de prensa. Ni siquiera estaba en el mismo estadio, pero no conseguía sacársela de la cabeza.

-Esto es lo que pienso. -Rojas lo golpeó en el hombro con su enorme guante-. Intenta no hacer más faltas y tal vez ganemos este partido.

Tenía razón. Peter necesitaba concentrarse más en el partido que en la mujer que no estaba en la cabina de prensa.

-No más faltas estúpidas -convino.

Pero en la siguiente jugada, golpeó a un jugador en la espinilla y el tipo cayó al suelo.

-¡Por favor!, no puede haberte dolido -le dijo Peter mientras miraba al jugador, que gemía de dolor cogiéndose la pierna-. Levántate y te enseñaré lo que es el dolor.

El público empezó a silbar y Rojas se fue al banco meneando la cabeza.

Tras el partido, el vestuario parecía más gris de lo normal. Habían anotado dos tries al final del tercer periodo, pero no había sido suficiente. Perdieron por veinticinco a quince. Los periodistas deportivos interrogaron a los jugadores en busca de declaraciones altisonantes, pero nadie habló demasiado.

El padre de Lali había sufrido un ataque cardiaco y todos sentían la ausencia de ésta. Peter no había creído la historia del ataque, y le había sorprendido que saliera corriendo. Eso no era propio de la Lali que conocía. No constituía sino otra prueba de que no la conocía en absoluto. La auténtica Lali había mentido y lo había humillado. Sabía cosas de él que a Peter no le provocaba leer en los periódicos. Sabía que se ponía hielo en las rodillas y que no estaba al ciento por ciento.

Era un idiota. ¿Cómo había permitido que una pequeña periodista de pelo morocho y lengua afilada se metiera en su vida? Ni siquiera le había gustado al principio. ¿Cómo se había enamorado de ella en esa forma? Había puesto patas arriba su vida, y él tenía que descubrir el modo de quitársela de la cabeza. De volver a concentrarse. Podía hacerlo. Había luchado contra cosas similares antes, había combatido demonios peores que Mariana Espósito. Se dijo que todo lo que necesitaba era determinación y un poco de tiempo. Felipe les había dicho que no volvería al trabajo hasta la semana siguiente.

Una semana. Una vez que había salido de su vida físicamente, no le costaría demasiado tiempo hacerla salir de su cabeza y volver a centrarse en la competición.

Una semana después, supo que estaba en lo cierto. O al menos en parte. De nuevo estaba concentrado. Volvía a jugar a tope en lugar de dejarse llevar por las emociones, pero no había conseguido apartar completamente a Lali de sus pensamientos.

El día que regresaron a Buenos Aires, se sentía dolorido por dentro y por fuera. Como siempre ocurría con su hermana, cuando parecía que las cosas iban bien, al minuto siguiente comenzaban a ir mal. Ella le explicó cómo le había ido en la escuela y a continuación se quitó su ancho suéter... Peter quedó boquiabierto tras ver el ajustado polo que llevaba marcándole los pechos. Eran mucho más grandes que una semana antes de que se fuera. No es que se hubiese fijado en exceso, pero no pudo evitar notar la diferencia.

-¿Qué llevas puesto?

-Mi polo BEBE.

-Tus tetas son mucho más grandes que la semana pasada. ¿Llevas un sostén con relleno?

Alelí se cruzó de brazos como si estuviese ante un pervertido.

-Es un push-up.

-No puedes ponerte eso cuando salgas de casa.

No podía dejarla salir con aquellos pechos que parecían torpedos.

-Lo he llevado al colegio toda la semana.

Mierda. Habría apostado lo que fuese a que los chicos del colegio se habían dado cuenta también. Toda la semana. Mientras él había estado de viaje. Dios santo, su vida era un desastre.

-Apuesto lo que quieras a que los chicos de tu colegio habrán pasado un buen rato mirándote las chicas, y seguro que no habrán pensado cosas bonitas sobre ti.

-Chicas -gruñó ella-. Qué desagradable. ¿Por qué siempre me dices cosas desagradables?

«Chicas» no era una palabra desagradable. ¿O sí?

-Te estoy diciendo cómo piensan los chicos. Si usas esos enormes sostenes pensarán que eres una cualquiera.

Ella lo miró como si fuese un pederasta en lugar de su propio hermano que intentaba protegerla de los pervertidos del colegio.

-Eres un enfermo.

¿Enfermo?

-No, no lo soy. Sólo intento decirte la verdad.

-Tú no eres mi madre ni mi padre. No puedes decirme lo que tengo que hacer.

-Tienes razón. No soy tu padre ni tu madre. Y quizá tampoco sea el mejor hermano del mundo, pero soy lo único que tienes.

Las lágrimas comenzaron a resbalar por el rostro de Alelí y echaron a perder su maquillaje.

-Te odio, Peter.

-No, no me odias. Sólo estás molesta porque no quiero que vayas por ahí con un sostén con relleno.

-Estoy segura que te gustan las mujeres que llevan sostenes con relleno-. En esos momentos, a decir verdad, Peter tenía una creciente afición, o más bien una obsesión, por los pechos pequeños.-Eres un hipócrita, Peter -añadió ella-. Estoy segura de que tus novias llevan siempre estos.

Entre todas las mujeres que había conocido, la que más le había fascinado ni siquiera llevaba sostén. Intentó no darle importancia, pero se la dio. Sentía que su cabeza era una olla a presión a punto de estallar.

-Alelí, tienes dieciséis años -razonó-. No puedes ir por ahí con un sostén que hace que los hombres se exciten. Tienes que llevar otra cosa. Tal vez uno con cierres de seguridad. -Intentaba sonar gracioso.

Como siempre, Alelí no entendió el sentido del humor, y se echó a llorar a lágrima viva.

-¡Quiero ir a un internado! -gritó antes de salir corriendo hacia su habitación.

Continuará...

MAS QUE UN JUEGO-LALITERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora