Capítulo 12 (5/6)

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Un mal partido no significaba una mala temporada. En la mayor parte de los casos al menos. Pero Peter no podía perder más tiempo.

Capítulo 12:

El teléfono que había junto a la computadora empezó a sonar. Lali lo observó durante unos segundos antes de contestar.

–Hola. –Nadie respondió. Lo mismo había sucedido las últimas siete veces que había sonado el teléfono. Llamó a recepción y le dijeron que no sabían de dónde venían las llamadas. Lali, sin embargo, lo sospechaba.

Dejó el aparato descolgado y miró el reloj que había sobre la mesita de noche. Faltaban cinco horas para el partido. Cinco horas para poder acabar su columna «Soltera en la ciudad». Tendría que haber empezado la columna para el Times la noche anterior, pero estaba exhausta y sentía los efectos del viaje, por lo que su único deseo había sido echarse en la cama, leer alguno de los libros que llevaba consigo y comer chocolate. Si no se hubiera cruzado con Peter frente a la máquina de dulces, se habría comprado también algo de chocolate blanco. Que la encontrara con su pijama de vaquitas ya había sido suficientemente malo. No quería que él la viera como una chanchita. Aunque, a decir verdad, ¿por qué le preocupaba lo que él pudiera pensar?

No tenía respuesta para eso, pero creía que el hecho de preocuparse por lo que pensaran de una los hombres guapos era algo así como una especie de maquillaje genético femenino. Si Peter fuera feo, con toda seguridad no le importaría nada de lo que pudiera llegar a pensar. Si no tuviera aquellos ojos verdes, aquellas largas pestañas y un cuerpo de ensueño, no se habría privado del chocolate blanco, al que le habría agregado algo más. Si no fuera por aquella malvada sonrisa que la había llevado a tener pensamientos pecaminosos y a recordar la imagen de su trasero desnudo, tal vez no se hubiera tenido que oír hablado de azafatas como si fuera una niña celosa.

No podía permitir que los jugadores la vieran como otra cosa que fuera una profesional del periodismo. El trato hacia ella no había mejorado mucho desde que llegaron a la ciudad. Le hablaban de recetas de cocina o de bebés, como si el hecho de disponer de un útero la convirtiera en una persona naturalmente interesada en aquellos temas. Si sacaba a colación el tema del rugby, sus bocas se cerraban como las valvas de una almeja.

Lali volvió a leer la primera parte de su columna e hizo algunas correcciones:

SOLTERA EN LA CIUDAD

Cansada de hablar de productos de peluquería y de hombres negados al compromiso, desconecté de la conversación que estaban manteniendo mis amigas y me concentré en mi cóctel margarita y en el piqueo sobre la mesa. Mientras estaba sentada observando la decoración basada en loros y sombreros, me pregunté si los hombres eran los únicos en experimentar la fobia al compromiso. Lo que quiero decir es que aquí estamos, mujeres de más de treinta años que nunca han estado casadas y, sacando el intento de Lucía de irse a vivir con su antiguo jefe, ninguna de nosotras ha vivido una relación de auténtico compromiso. Entonces, ¿es cosa de ellos o cosa nuestra?

Existe un dicho que afirma algo así: «Si en una habitación con cien personas colocas a dos neuróticos, acabarán encontrándose.» ¿Qué más nos queda? ¿Hay algo más profundo que el escaso número de hombres sin compromiso?

¿Acaso nosotras nos hemos «encontrado» las unas a las otras? ¿Somos amigas porque disfrutamos realmente de la mutua compañía? ¿O bien somos todas unas neuróticas?

Cinco horas y quince minutos después de haber empezado a escribir, finalmente logró enviar la columna por correo electrónico desde su computadora. Metió el cuaderno en su enorme bolso y salió corriendo hacia la puerta. Recorrió a toda prisa el pasillo hasta los ascensores, y casi corrió a empujones a una pareja de ancianos para meterse en un taxi. Cuando entraba en la cancha, acababan de presentar a los Newman. Los espectadores estaban como locos con su equipo.

Le habían dado un pase para las cabinas de prensa, pero Lali quería estar lo más cerca posible a la acción. Había conseguido un asiento a tres filas de la pista. Así que, esperaba ver y sentir lo máximo posible su primer partido de rugby. Realmente no sabía qué podía esperar de esa experiencia, lo único que hizo fue rezarle a Dios para que Alumni no perdiera y la culparan a ella de su desgracia.

Encontró su asiento detrás de una de los palos justo en el momento que los jugadores de Alumni salían a la pista. El público empezó a abuchear, y Lali miró a su alrededor, a los poco educados seguidores de los Newman. En una ocasión, había ido a ver un partido de San Martín, pero no recordaba que los seguidores fueran tan rudos.

Volvió a centrar su atención en la pista y vio a Peter Lanzani corriendo hacia donde ella se encontraba, adornado con el uniforme y las protecciones necesarias, ya listo para la batalla. Había leído más sobre Peter que sobre cualquier otro jugador, y sabía que todo lo que llevaba en el cuerpo estaba hecho a medida. Las luces del estadio se reflejaban en sus ojos color verde. Podía leerse su nombre a lo largo de los hombros de su camiseta por encima del número del legendario Matías Peri. Lali aún no había descubierto las razones de la leyenda.

Peter rodeó tres veces la cancha, se volteó y la rodeó en dirección contraria. Se detuvo y golpeó con los postes y se persignó. Lali sacó su cuaderno, un bolígrafo y su bloc de notas adhesivas. En la parte superior de una de las notas escribió: «¿Superstición y rituales?»

La pelota se puso en juego y, como por magia, los sonidos del partido llegaron a sus oídos: el golpeteo de los botines contra la cancha, la agitación de los jugadores, y el choque de la pelota contra sus cuerpos. Los hinchas gritaban y silbaban, y el olor a pizza y cerveza pronto llenó el aire.

A modo de preparación, Lali había visto unos cuantos partidos en vídeo. A pesar de que sabía que el juego se desarrollaba a gran velocidad, las filmaciones no mostraban la energía frenética ni el modo en que esa energía se transmitía a la multitud. Cuando se detenía el juego, las infracciones se anunciaban por alto parlante y la música tronaba hasta que la pelota volvía a ponerse en movimiento y los jugadores salían de nuevo.

Continuará…

MAS QUE UN JUEGO-LALITERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora