«Se acabó el partido», pensó. De pronto notó que el reloj anunciaba cinco minutos más. Los equipos se dispusieron a jugar la prórroga. Nadie anotó, por lo que el resultado pasaría a las estadísticas como empate a uno.
Lali respiró entonces tranquila. No podían culparla de haber perdido y enviarla a casa.
Capítulo 14:
Abrió su bolso y metió en él el cuaderno y su lapicero. Se encaminó al vestuario de Alumni mostrando el pase de prensa. Sentía un nudo en el estómago mientras avanzaba por el pasillo. Era una profesional. Podía hacerlo. No había ningún problema.
«Míralos a los ojos y no bajes la vista», se recordó a sí misma mientras sacaba su pequeña grabadora. Entró en el vestuario y se detuvo en seco. Hombres en diferentes grados de desnudez estaban de pie frente a las banquetas o los casilleros abiertos, sacando su ropa. Mucho músculo y sudor. Amplios pechos y espaldas. Unos abdominales espectaculares, un culo y...
¡Dios del cielo! Se puso roja y los ojos casi se le salieron de las órbitas al ver el tamaño de los atributos de Agustín Sierra. Lali alzó la vista, no antes de descubrir que algunos mitos que había oído decir sobre determinados jugadores eran ciertos. Por un segundo Lali pensó en disculparse, pero no podía hacerlo, pues equivaldría a admitir que había visto algo. Le echó un vistazo al resto de periodistas deportivos y comprobó que ninguno de ellos se disculpaba. ¿Por qué se sentía como si estuviera en la universidad espiando en el vestuario de chicos?
«Habías visto un hombre desnudo con anterioridad, Lali. No tiene nada de especial. Si has visto uno, los has visto todos... Ok, de acuerdo, eso no es del todo cierto. Algunos “atributos” son mejores que otros. ¡Para! ¡Deja de pensar en penes! Estás aquí para hacer un trabajo, y tienes tanto derecho a ello como cualquier periodista. Es la ley, y tú eres una profesional.» Sí, eso fue lo que se dijo mientras se encaminaba hacia los jugadores y los reporteros deportivos, intentando mantener la mirada por encima de sus hombros.
Pero ella era la única mujer en un vestuario lleno de corpulentos, rudos y desnudos jugadores de rugby. No podía evitar sentirse fuera de lugar.
Mantuvo la vista levantada al tiempo que se acercaba al periodista que estaba entrevistando a Franco Battezzati, el wing derecho que había marcado la única anotación de Alumni. Sacó su cuaderno al tiempo que el jugador se quitaba los calzoncillos. Estaba segura de que debía de llevar calzoncillos largos, pero no estaba preparada para comprobarlo. «No mires, Lali. Pase lo que pase, no bajes la vista», se dijo.
Prendió su grabadora e interrumpió a uno de sus colegas.
–Tras tu lesión del mes pasado –empezó– se dijo que tal vez no podrías acabar la temporada en tan buena forma como la empezaste. Creo que esta anotación ha terminado con esos rumores.
Franco puso un pie encima de la banqueta que tenía delante y la miró por encima del hombro. Su mejilla tenía la marca enrojecida de un golpe, y una antigua cicatriz le cruzaba el labio superior. Se tomó su tiempo para pensar la respuesta, por lo que Lali temió que no fuera a contestar.
–Eso espero –dijo finalmente. Dos palabras. Eso fue todo.
–¿Qué te parece el empate? –preguntó un reportero.
–Newman han jugado duro esta noche. Queríamos ganar, por descontado, pero el empate no está mal.
Cuando se iba a hacer otra pregunta, alguien alzó la voz por encima de la suya haciéndola callar. No tardó en sentir que conspiraban contra ella. Se dijo que, muy probablemente, no era más que paranoia, pero cuando se acercó al pequeño grupo que estaba entrevistando al capitán de Alumni, Benjamín Rojas, éste la miró a los ojos y respondió las preguntas de los otros periodistas.
Habló con el novato de cresta rubia al estilo wachiturro, suponiendo que se mostraría más que agradecido de ser entrevistado, pero tenía una forma de hablar que ella apenas entendió un par de palabras. Caminó hacia Victorio, pero él se quitó la última prenda de ropa y ella pasó de largo. Aun cuando no paraba de repetirse que era una profesional y estaba haciendo su trabajo, no se atrevía a detenerse frente a un hombre completamente desnudo. Al menos la primera noche.
Pronto se hizo obvio que algunos de los periodistas también se sentían molestos ante su presencia, y que los jugadores no iban a responder a sus preguntas. Sin embargo, lo que más le sorprendía era la actitud de sus compañeros del Times, que no la trataban mejor que aquellos.
De acuerdo, podría seguir escribiendo la columna que ya publicaba regularmente, pensó mientras se dirigía hacia el fullback del equipo. Peter estaba sentado en una banqueta en un rincón del vestuario, con un gran maletín de deporte a sus pies. Se había quitado todo excepto los calzoncillos térmicos, los calcetines y una toalla que llevaba alrededor del cuello. El extremo colgaba a medio camino de su pecho, y mientras la veía aproximarse, tomó un trago de su botella de plástico. Un hilillo de agua escapó por la comisura de sus labios, recorrió la barbilla y cayó sobre su pecho. Dejando un rastro de humedad, descendió por sus marcados músculos pectorales y los abdominales para ir a parar al ombligo. Tenía tatuada una herradura en la parte inferior del vientre. La sombra de la ranura y los agujeros aportaba la profundidad y textura a su carne, y los extremos se curvaban hacia arriba a los lados del vientre. La parte inferior del tatuaje se perdía bajo la pretina del calzoncillo, y Lali se preguntó si realmente necesitaría la suerte de aquella herradura tatuada.
–No concedo entrevistas –dijo antes de que ella le preguntara nada–. Con todas esas cosas que has leído, supongo que ya estarás al día.
Ella lo sabía, pero no se sentía especialmente condescendiente. Esos hombres la habían rechazado, y ella quería devolver la descortesía. Puso en marcha su grabadora.
–¿Qué te ha parecido el partido de esta noche?
Ella no esperaba que él contestara, y no lo hizo.
–Dio la impresión de que intentaste atajar la pelota –añadió.
La cicatriz en su barbilla parecía especialmente blanca, pero su cara seguía sin revelar expresión alguna.
–¿Resulta difícil concentrarse cuando los aficionados del equipo contrario te gritan? –insistió Lali.
Peter se secó la cara con un extremo de la toalla. Pero no respondió.
–Creo que a mí me resultaría muy duro pasar por alto todos esos desagradables insultos.
Sus ojos verdes seguían clavados en los de Lali, pero un extremo de su boca se curvó hacia abajo, como si hubiese encontrado en ella algo molesto.
–Hasta esta noche, no tenía ni idea de lo rudos que podían ser los espectadores de rugby –prosiguió Lali–. Los hombres que estaban detrás de mí estaban borrachos y enfadados. No puedo imaginarme estar ahí de pie, gritando «chúpamela» en mitad de una multitud.
Peter se quitó la toalla del cuello y dijo finalmente:
–Oye, si hubieras estado allí gritando «chúpamela», dudo mucho que ahora estuvieras acá sacándome de mis casillas.
–¿Qué quieres decir?
Continuará…
