capítulo 21

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–¿Realmente crees que no tengo nada mejor que hacer que malgastar mi tiempo pensando en ti? –quiso saber Lali–. ¿Escarbando en la pequeña historia de Peter Lanzani?

Capítulo 21:

–Cariño, no hay nada pequeño en la historia de Peter –dijo él, sonriendo.

La Lali que escribía la columna «Soltera en la ciudad» habría recurrido a una ingeniosa réplica. Bomboncito de Miel lo habría tomado de la mano y llevado hasta la habitación. Le habría desabrochado la camisa y habría posado la boca sobre su cálido pecho. Habría respirado con fuerza sobre su piel, percibiendo el olor de su caliente y fuerte cuerpo. Habría comprobado personalmente cuánto de lo que se decía de él era verdad. Pero Lali no era ninguna de esas mujeres. La Lali auténtica era demasiado inhibida y consciente de sí misma, y odiaba que el hombre capaz de dejarla sin aliento fuera el mismo que podía ver en su interior y la encontraba tan llena de defectos.

–¿Lali?

Ella parpadeó.

-¿Qué?

Él alargó la mano por encima de la mesa y rozó las puntas de sus dedos.

–¿Te encuentras bien?

–Sí. –Peter apenas si la había rozado, pero Lali sintió que una especie de corriente eléctrica recorría la palma de su mano y le llegaba a la muñeca. –No. Me voy a mi habitación.

El alcohol, la presencia de Peter y el agotamiento de los últimos cinco días formaron una mezcla que estalló en su cerebro mientras buscaba con la mirada los ascensores. Por unos segundos se sintió desorientada. En los últimos cinco días se habían alojado en tres hoteles diferentes, y de repente no conseguía recordar dónde estaban los ascensores. Miró hacia el mostrador de recepción y los localizó a la derecha. Sin pronunciar una palabra, salió del bar. Aquel encuentro no había sido nada bueno, se dijo mientras recorría el lobby. Peter era tan corpulento y abiertamente masculino que la había alterado por completo. Se detuvo frente a las puertas de los ascensores; sentía que las mejillas le ardían. ¿Por qué él? No le gustaba. Sí, lo encontraba interesante, pero eso no significaba que le gustara.

Peter se acercó a ella por la espalda y apretó el botón del ascensor.

–¿Vas arriba? –le susurró al oído.

–Sí. –Lali se preguntó cuánto tiempo debía de haber permanecido allí como una tonta antes de caer en la cuenta de que no había apretado el botón.

–¿Has tomado? –quiso saber él.

–¿Por qué?

–Hueles a vodka.

–Me tomé un par de martinis mientras cenaba.

–Ah –dijo Peter al tiempo que se abrían las puertas y entraban en el ascensor–. ¿A qué piso vas?

–Tercero.

Lali se miró los pies, después desplazó la mirada hacia las zapatillas deportivas, azules y grises, de Peter. Mientras las puertas se cerraban, él se apoyó contra la pared del fondo y cruzó una pierna sobre la otra. El doblez de su pantalón rozó los lazos de los pasadores. Levantó la vista y recorrió sus largas piernas y sus muslos, el bulto de la entrepierna y los botones de su camisa hasta llegar a la cara. Desde el fondo del ascensor, sus ojos verdes la miraban fijamente.

–Me gustas con el pelo suelto.

Ella se puso un mechón de pelo tras la oreja.

–No me gusta mi pelo. No puedo dominarlo, siempre cae sobre mi cara.

–Eso no tiene nada de malo.

¿Cómo que no? Como cumplido, sonaba como si le hubiera dicho «tu culo no es tan grande». Entonces, ¿por qué el cosquilleo que había sentido en la muñeca había llegado hasta su estómago? Las puertas se abrieron, evitándole el mal trago de encontrar una respuesta. Ella salió primero y él la siguió.

–¿Cuál es tu habitación?

–La trescientos veinticinco. ¿Y la tuya?

–Yo estoy en la quinta planta.

Ella se detuvo.

–Te has equivocado de piso.

–No, no me he equivocado. –Peter la cogió por el codo con su manaza y recorrió con ella el pasillo. A través de la tela del polo, ella sintió el calor de su palma y sus dedos–. En el lobby daba la impresión de que estabas a punto de caer al suelo.

–No estoy borracha. –Lali se habría detenido otra vez si él no hubiera seguido arrastrándola por el pasillo–. ¿Me estás escoltando hasta mi habitación?

–Sí.

Ella recordó la primera mañana, cuando él le llevó el maletín y le dijo que no estaba intentando ser amable.

–¿Estás intentando ser amable en esta ocasión?

–No. He quedado con los chicos dentro de un rato y no quiero estar comiéndome la cabeza todo el rato pensando si llegaste bien o no a tu habitación.

–Eso te arruinaría la diversión, ¿no es así?

–No, pero durante un rato no me permitiría concentrarme en Candy Peaks y sus movimientos de animadora caliente. Candy se lo toma muy en serio, y sería descortés de mi parte que no le prestara toda mi atención.

–¿Estás hablando de una de esas chicas que hacen strip-tease?

–Ellas prefieren que las llamen bailarinas.

–Ya.

Peter le sacudió el brazo.

–¿Vas a escribir sobre eso? –preguntó.

–No, no me importa tu vida privada. –Lali sacó del bolsillo su llave magnética. Peter se la quitó de la mano y abrió la puerta antes de que ella pudiera quejarse.

–Bien. En realidad voy a encontrarme con los chicos en un bar que no queda muy lejos de aquí.

Ella alzó la vista hasta las sombras que se formaban en el rostro de Peter debido a la oscuridad de la habitación. No sabía cuál de las dos historias creer.

–¿Por qué me cuentas eso?

–Para ver la arruga que se forma en tu frente cuando frunces el entrecejo.

Lali sacudió la cabeza cuando él le devolvió la llave.

–Nos veremos, campeona –dijo él girando sobre sus talones.

Lali observó su nuca y sus amplios hombros mientras se marchaba.

–Hasta mañana por la noche, Lanzani.

Él se detuvo y la miró por encima del hombro.

–¿Tienes pensado entrar en el vestuario?

–Por supuesto. Soy cronista deportiva y eso forma parte de mi trabajo. Como si fuera un hombre.

–Pero no lo eres.

–Pues espero que me traten como si lo fuera.

–Entonces acepta un consejo: no bajes la vista –dijo él, volteándose de nuevo y comenzando a caminar–. De ese modo no te sonrojarás como si fueras una mujer.

Continuará…

MAS QUE UN JUEGO-LALITERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora