Martín, que captó el interés de Lali por la cresta del jugador, le preguntó:
–¿Qué te parece el peinado que lleva?
Lali creyó percibir que Stefano se ruborizaba levemente.
Capítulo 24:
–Me gustan los hombres lo bastante seguros de su propia masculinidad para no importarles ser diferentes.
–No tuvo otra alternativa –explicó Felipe al tiempo que llegaban su cerveza y el martini de Lali–. Es nuevo en el equipo, y todos los recién llegados tienen que pasar por una ceremonia de iniciación.
El joven asintió como si se tratara de algo completamente lógico.
–En mi primer año –prosiguió Felipe–, llenaron mi auto con su ropa sucia.
Todos los presentes alrededor de la mesa se comenzaron a reír.
–Mi primera temporada fue con Hindú. Me raparon la cabeza y metieron hielo en mis pantalones–confesó Franco.
Martín tomó aliento, y Lali supuso que podría haber puesto una protectora mano sobre su entrepierna si no hubiera estado sentado a su lado.
–Eso sí que es duro –dijo–. Mi año de novato lo pasé en Bariloche, y me sacaron a la calle en ropa interior un montón de veces. Les aseguro que sé lo que es pasar frío. –Tiritó para enfatizar su afirmación.
–Wow –dijo Lali bebiendo un sorbo de su bebida–. Me siento afortunada de que sólo me dejaran un ratón muerto delante de la puerta y me llamen durante toda la noche.
Unas cuantas miradas culpables se posaron en ella por un instante.
–¿Cómo está Isabella? –le preguntó a Victorio, decidida a quitar importancia al asunto... por el momento. Tal como imaginó, él se lanzó a relatar los más recientes logros de su hija de dos años, que incluían el aprender a ir al baño y a repetir la conversación telefónica que había mantenido con la pequeña esa misma tarde.
Lali había leído un poco sobre Victorio. Sabía que había pasado por un desagradable divorcio, lo cual no le sorprendió. Una vez que conocía un retazo de sus vidas, suponía que debía de ser difícil mantener una familia unida pasando tanto tiempo de viaje, sobre todo si se tenía en cuenta las prostitutas que frecuentaban los bares de los hoteles.
Al principio Lali no se había percatado de su presencia, pero no le llevó mucho tiempo identificarlas. Solían llevar vestidos ceñidos, cortos y escotados, y todas tenían esa mirada típica de come hombres.
–¿Alguien quiere jugar a los dardos? –preguntó Pablo Martínez acercándose a la mesa.
Antes de que nadie respondiera, Lali ya se había puesto en pie.
–Yo –respondió, y por el gesto que se dibujó en la cara de Pablo quedó claro que no había contado con ella.
–No esperes que te deje ganar –dijo él.
Apostar con los dardos le había permitido a Lali acabar la universidad. No esperaba que nadie la dejara ganar.
–¿No vas a ponérselo fácil a una chica? –dijo al tiempo que cogía la copa.
–Yo no le facilito las cosas a ninguna mujer.
Ella cogió los tres dardos con la mano libre y cruzó el bar. Pablo no lo sabía, pero iba a sufrir un gran merecido que se había ganado a pulso.
–Por lo menos me vas a explicar las reglas, ¿no?
Él le explicó cómo jugar al 501. Ella, por descontado, ya lo sabía, pero preguntó como si no tuviese ni idea, y él fue lo bastante generoso para dejarla empezar.
–Gracias –dijo Lali al tiempo que dejaba el martini en una mesa cercana y se acercaba a la línea. La diana colgaba de la pared a unos dos metros de distancia. Hizo rodar el dardo entre los dedos cogiéndolo del cañón, comprobando su peso. Era de una marca barata. Ella prefería los que estaban fabricados con un noventa y ocho por ciento de tungsteno, con asta de aluminio y voladores Ribtex. La diferencia entre los dardos de baja calidad como el que tenía entre las manos y los que ella poseía era la que puede haber entre un Ford Taurus y un Ferrari.
Se colocó en la línea, agarró mal el dardo adrede y se dispuso a tirar. En el último segundo se detuvo.
–¿No suelen apostar con estas cosas?
–Sí, pero no quiero sacarte el dinero. –Pablo la miró y sonrió como si hubiera dicho algo muy divertido–. Pero podemos jugarnos las bebidas. El que pierde tiene que pagar las cervezas de todos.
Ella esbozó una mueca de preocupación.
–Oh. Bueno, sólo llevo cincuenta dólares. ¿Crees que alcance?
–Debería ser suficiente –respondió él con la arrogancia propia de un hombre seguro de su éxito.
Durante la siguiente media hora, Lali dejó que creyera que la victoria era suya. Unos cuantos jugadores los rodearon mirando y molestando, pero cuando Pablo le llevaba doscientos puntos de ventaja y empezaba a sentir compasión por ella, Lali decidió que ya era hora y ganó cuatro tandas seguidas. Los dardos eran una cosa seria, y ella supo disfrutar seriamente dándole una paliza a Pablo.
–¿Dónde aprendiste a jugar así? –le preguntó él.
–La suerte de los principiantes –respondió ella, vaciando su copa de un trago–. ¿Quién es el siguiente?
–Yo–
Continuará…