A modo de preparación, Lali había visto unos cuantos partidos en vídeo. A pesar de que sabía que el juego se desarrollaba a gran velocidad, las filmaciones no mostraban la energía frenética ni el modo en que esa energía se transmitía a la multitud. Cuando se detenía el juego, las infracciones se anunciaban por alto parlante y la música tronaba hasta que la pelota volvía a ponerse en movimiento y los jugadores salían de nuevo.
Capítulo 13:
Mientras Lali tomaba nota de todo lo que veía, se percató de lo que ni los vídeos ni la televisión mostraban. La acción no estaba siempre allí donde se disputaba la posesión de la pelota. Gran parte de la actividad se desarrollaba en las esquinas, con los golpes y tropiezos que se daban mientras el balón estaba en el centro de la pista. En muchas ocasiones, vio a Peter golpeando las piernas de algún jugador de Newman que tenía la mala suerte de haber pasado a la distancia equivocada. Al parecer atacando a los demás jugadores por eso, cuando estiró el brazo y agarró por la camiseta al jugador de Newman, dos hombres que estaban a espaldas de Lali saltaron de sus asientos y gritaron: «¡Juegas como una muchachita, Lanzani!»
Sonó el silbato, el juego se detuvo, y mientras Claudio Lisboa se levantaba del suelo, se anunció la falta. «Lanzani, expulsado dos minutos por juego brusco.»
Peter se limitó a coger la botella de agua que había dejado cerca de los palos, dar un trago y después escupirlo. Se encogió de hombros, se desentumeció el cuello y dejó la botella de nuevo en su lugar. Para luego, salir de la cancha.
Se reemprendió el juego.
El ritmo variaba del desenfreno a algo casi ordenado. Cuando Lali pensaba que ambos equipos habían decidido jugar limpio, se formó una pelea alrededor de la pelota. Y nada enardecía más a los espectadores que ver a los jugadores agarrarse a puñetazos en la cancha. Ella no podía oír qué era lo que los jugadores se decían, pero se lo imaginaba. Podía leer sus labios. Hasta los entrenadores, vestidos con traje y corbata, maldecían desde los banquillos. Cuando los jugadores de la reserva no insultaban a sus contrincantes, escupían. Nunca había visto escupir tanto.
Lali se dio cuenta de que las palabrotas del público no sólo se limitaban al fullback de Alumni. Cada vez que un jugador de Buenos Aires se acercaba, los hombres que estaban detrás de Lali gritaban: «¡Imbécil!» Tras unas cuantas cervezas aumentaba la creatividad: «¡Eh, ochenta y nueve, eres un Imbécil!», o treinta y nueve, o fuera cual fuese el número del jugador.
A los quince minutos del primer periodo, Vico estrelló a un jugador del otro equipo contra la barrera, y los paneles temblaron de tal modo que Lali pensó que iban a romperse. El jugador cayó al suelo y el público rugió.
–¡D’Alessandro, eres un estúpido! –gritaron los hombres que estaban detrás de Lali, quien se preguntó si los jugadores oirían las palabras que les dirigían los aficionados entre todo aquel ruido. Sabía que ella habría tenido que beber un buen trago de licor antes de reunir el valor suficiente para decirle a Victorio que era un estúpido. Le daría demasiado miedo encontrárselo después en el estacionamiento y «recibir su merecido».
Al finalizar los dos primeros periodos, el marcador seguía cero a cero, tras varias atajadas espectaculares de los jugadores. Pero los de Newman salieron a matar en el tercer periodo. El capitán del equipo atravesó la defensa de Alumni y salió disparado a toda velocidad hacia la los palos. Peter se acerco para encararlo, pero el capitán logró un disparo que pasó por encima de su hombro izquierdo. Peter rozó con su brazo la pelota, pero ésta acabó alojada tras los palos.
El público saltó de sus asientos mientras Peter regresaba a su posición. Al tiempo que en el marcador electrónico se anunciaba la anotación, él cogió la botella de agua y echó un chorro dentro de su boca. Desde su posición, Lali observó su perfil. Su mejilla parecía un poco colorada, el pelo húmedo se le había pegado a las sienes. De la comisura de la boca cayó un poco de agua que le mojó la barbilla y el cuello y acabó en su camiseta. Devolvió la botella a su sitio, y volvió a concentrarse en el juego.
–¡Chúpamela, Lanzani! –gritó uno de los hombres que había detrás de Lali–: ¡Chúpamela!
Peter alzó la vista y una de las preguntas de Lali obtuvo respuesta: él oía a la perfección lo que le gritaban los hombres que estaban detrás de ella. Sin evidenciar reacción de ningún tipo, se limitó a mirarlos. Se colocó en posición y miró por unos segundos a Lali. Luego se volteó y se dirigió al banquillo de Alumni. Lali no podía imaginar qué había pensado Peter de aquellos dos hombres, pero había problemas más importantes que conocer los sentimientos de Peter. Cruzó los dedos y deseó con todas sus fuerzas que Alumni metiera un gol en los próximos quince minutos.
«Recuerda que estarás tratando con jugadores de rugby. Pueden ser muy supersticiosos. Si Alumni empiezan perdiendo varios partidos, te culparán a ti de ello y te enviarán de vuelta a casa.» Después de comprobar cómo la habían tratado, Lali supuso que no necesitarían muchas excusas.
Tardaron catorce minutos y veinte segundos en hacerlo, pero finalmente anotaron. Cuando sonó la bocina indicando el final del partido el marcador reflejaba el empate y Lali dejó escapar un suspiro de alivio.
«Se acabó el partido», pensó. De pronto notó que el reloj anunciaba cinco minutos más. Los equipos se dispusieron a jugar la prórroga. Nadie anotó, por lo que el resultado pasaría a las estadísticas como empate a uno.
Lali respiró entonces tranquila. No podían culparla de haber perdido y enviarla a casa.
Continuará…