capítulo 16

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Todos soltaron la carcajada mientras Nicolás apuntaba la victoria de Benjamín en la libreta. Al vivir en Buenos Aires, muchos de ellos eran seguidores de «Bomboncito de Miel». Leían la columna mensual para descubrir a quién había llevado al éxtasis comatoso y dónde había dejado el cuerpo.

Peter barajó las cartas y le echó un vistazo a Lali, que dormía como un angelito. No había duda de que era la clase de mujer que pondría el grito en el cielo si veía a uno de los chicos leyendo historias pornográficas.

Capítulo 16:

La conversación cambió de orientación centrándose en el partido de la noche anterior. Ninguno parecía haber quedado satisfecho con el empate, y Peter menos que nadie. No había sido una mala noche según las estadísticas, pero a pesar de todas las atajadas, le habría gustado hacer desaparecer aquella única anotación. No necesariamente porque atravesó los palos, sino porque había sido cuestión de suerte más que consecuencia de un lanzamiento preciso. Además de ser muy competitivo y mal perdedor, Peter detestaba perder por cuestiones azarosas más que debido a las habilidades del contrario.

Volvió a mirar a Lali, cuyo pecho ascendía y descendía suavemente mientras respiraba con la boca entreabierta. ¿Acaso el empate de la noche anterior había sido cosa de la mala suerte? ¿Una alteración en el transcurso normal del campeonato? Probablemente, pero Peter no podía dejar de pensar en aquel empate. ¿Acaso su vida personal estaba afectando su juego? Debería hablar con su representante, pues la situación de Alelí seguía sin resolverse.

Dormida, Lali se apartó el pelo de la cara. ¿O lo que había pasado se debía a la influencia de la cronista deportiva? Un empate, por descontado, no era indicio de mala suerte. Pero podría tratarse del principio si perdían el viernes en Mendoza.

–¿Sabías que para los piratas era un signo de mala suerte embarcar a una mujer en su barco? –dijo Rojas, como si le hubiese leído el pensamiento.

Peter lo ignoraba, pero no le extrañaba. Nada podía alterar la vida de un hombre con tanta rapidez como la aparición no deseada de una mujer.

El viernes por la noche, Alumni perdió por una try de diferencia, contra el Mendoza Rugby Club. El sábado por la mañana, mientras esperaba junto al bus que debía llevarlos al aeropuerto, Peter leyó la sección de deportes del periódico.

La noticia titulaba: «Alumni suda sangre y quema las grasas», lo cual venía a resumir el partido, pues el novato de Alumni, Stefano De Gregorio, había recibido un golpe de balón en la mejilla recién empezado el segundo tiempo. Tuvieron que atenderlo fuera de la cancha y se retiró lesionado. Los ánimos se crisparon y las represalias no se hicieron esperar. Victorio se ocupó de los atacantes del equipo contrario, agarrando a uno de los extremos en el tercer tiempo y dándole un puñetazo camino a los vestuarios.

Después de esto, las cosas se pusieron muy feas, y mientras Alumni ganaban la batalla de los puñetazos, acabaron perdiendo la guerra. El equipo mendocino sacó ventaja y logró apoyar la pelota en el in-goal.

Esa mañana nadie habló mucho. Especialmente después del discurso que les soltó el entrenador Vázquez en el vestuario. El entrenador había cerrado la puerta a los periodistas y había procedido a hacer temblar las paredes con su voz huracanada. Pero no dijo nada que no merecieran oír. Habían cometido faltas estúpidas y tuvieron que pagar el precio.

Peter dobló el periódico y se lo puso bajo el brazo. Se desabrochó los botones del saco al tiempo que la señorita Espósito salía por la puerta giratoria, a su izquierda. El sol de cayó sobre ella con su brillante luz, y la ligera brisa jugó con las puntas de su cola de caballo. Vestía una falda negra que le llegaba hasta las rodillas, una chaqueta negra y polo con cuello caído. Calzaba zapato plano, cargaba un enorme maletín y llevaba en la mano una taza de papel con café. Llamaba la atención por los horribles lentes de sol que llevaba. Los cristales eran redondos y de color verde mosca. Seguía pareciendo absolutamente poco sexy.

–Interesante partido el de anoche. –Dejó el maletín en el suelo, entre los dos, y alzó la vista hacia su cara.

–¿Te gustó?

–Como he dicho, fue interesante. ¿Cuál era el lema del equipo? ¿«Si no puedes ganarles, dales una paliza»?

–Algo así –repuso él con una sonrisa–. ¿Por qué estas vestida siempre de negro o de gris?

–El negro me queda bien –contestó Lali.

–Pareces el ángel de la muerte.

Ella bebió un sorbo de café y dijo con toda la cortesía que pudo, como si las palabras de Peter no le hubiesen afectado:

–Podría vivir el resto de mi vida sin los comentarios sobre moda de Peter Lanzani.

–Está bien, pero... –Peter no acabó la frase. Movió la cabeza. Levantó la vista al cielo y esperó a que ella mordiese el anzuelo.

No tardó en hacerlo.

–Sé que voy a arrepentirme de esto. –Suspiró–. ¿Pero qué?

–Bueno, creo que si una mujer tiene problemas para encontrar hombres, lo más razonable es que arregle un poco el envoltorio del regalo. Entre otras cosas es mejor que no lleve lentes de sol horrorosos.

–Mis lentes no son horrorosos, y mi envoltorio no es cosa tuya –dijo mientras se llevaba el vaso de café a los labios.

–O sea, que yo sólo puedo iniciar la conversación. Tú pones los límites.

–Así es.

–Eres un poco hipócrita, ¿lo sabías?

–Sí, claro, cómo no.

Él la miró directamente y preguntó:

–¿Qué tal tu café esta mañana?

–Está bien.

–¿Sigues tomándolo solo?

–Sí –respondió ella, mirándolo de reojo y cubriendo el vaso con la mano.

Continuará…

MAS QUE UN JUEGO-LALITERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora