capítulo 25

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–La suerte de los principiantes –respondió ella, vaciando su copa de un trago–. ¿Quién es el siguiente?

Capítulo 25:

–Yo–Peter dio un paso al frente y cogió los dados de Pablo. La luz de la barra proyectaba sombras sobre sus anchos hombros y un lado de su cara. Su cabello húmedo brillaba.

–Oye Peter, cuidado que es toda una profesional –le advirtió Pablo.

–¿De verdad? –Peter esbozó una media sonrisa–. ¿Eres una profesional, campeona?

–El hecho de que le haya ganado a Pablo, ¿me convierte automáticamente en una profesional?

–No. Le has hecho creer a Pablo que iba a ganar y después lo has destrozado. Eso sí te convierte en una profesional.

Lali intentó no sonreír, pero no pudo evitarlo.

–¿Tienes miedo? –preguntó.

–No mucho. –Peter meneó la cabeza y un par de mechones cayeron sobre su frente–. ¿Preparada?

–No lo sé –respondió Lali–. No tienes mucho espíritu deportivo.

–¿Yo? –Peter se llevó una mano al pecho.

–Te he visto golpear los palos cuando hacen un try.

–Sólo soy competitivo. –Dejó caer la mano a un lado.

–Claro. –Lali inclinó la cabeza y lo miró fijamente a los ojos, cuyo verde apenas resultaba perceptible en la semipenumbra del bar–. ¿Crees que podrías soportar perder?

–No tengo la intención de perder. –Peter se dirigió hacia la línea–. Las damas primero.

Cuando de dardos se trataba, Lali no tenía compasión, y no sólo era competitiva, sino que carecía por completo de espíritu deportivo. Si quería que ella tirara primero, no pensaba negarse.

–¿Cuánto dinero quieres apostar?

–Pongo mis cincuenta contra tus cincuenta.

–Muy bien. –Lali consiguió un doble con su primer tiro y anotó sesenta puntos en su primera tanda.

Peter, cuyo primer dardo rebotó contra la diana, no obtuvo un doble hasta el tercer tiro.

–¡Mierda! –masculló.

Con el entrecejo fruncido, caminó hasta la diana y sacó los dardos. Bajo el foco de luz, estudió los voladores y las puntas.

–Están flojos –dijo. Miró a Lali por encima del hombro y añadió–: Déjame ver los tuyos.

Ella dudaba que sus dardos estuviesen mejor, y caminó hasta él.

–Las tuyas no están tan romas como las mías –dijo Peter mientras comprobaba las puntas con el pulgar.

Estaba tan cerca, que si Lali se hubiera inclinado un poco se habrían tocado con la frente.

–Bien –dijo ella, intentando que su voz sonara más o menos normal, como si el perfume de Peter no la estuviera aturdiendo–. Quédate con los tres que quieras, y yo me quedaré con los otros.

–No. Usaremos los mismos dardos. –La miró fijamente–. De ese modo, cuando te gane no podrás llorar.

Ella clavó sus ojos en él; su proximidad hacía que el corazón le latiera con fuerza.

–No he sido yo la que ha hecho rebotar un dardo contra la diana en el primer tiro y después he culpado al estado de las puntas.

Mientras a ella el corazón le latía desbocado, él parecía totalmente frío. Lali dio un paso atrás y puso algo de distancia entre Peter y su estúpida reacción.

–Y bien, ¿piensas pasarte toda la noche hablando, Lanzani -añadió–, o me vas a permitir patearte el culo?

–Lo de los dardos te hacer sentir importante, ¿eh? –dijo él, entregándole los dardos que consideraba en mejor estado–. Creo que tienes uno de esos complejos típicos de las chicas bajitas –agregó, y fue a unirse a un grupo de compañeros que estaban sentados en una mesa un tanto alejada.

Lali se encogió de hombros como diciendo: «Sí, ¿y qué?», y caminó hasta la línea. Con los pies perfectamente afirmados en el suelo y la muñeca suelta y relajada, lanzó y obtuvo un doble, un triple y un sencillo. Peter caminó hasta la línea al tiempo que ella retiraba los dardos de la diana.

–Tienes razón –dijo Lali dirigiéndose hacia él–, éstos son mucho mejores. –Se los entregó–. Gracias.

Peter cerró su mano sobre la de ella, presionando los dardos contra su palma.

–¿Dónde aprendiste a tirar así?

–En un pequeño bar cerca de la universidad. –Lali sentía el calor de la mano de Peter–. Iba allí por las noches para pagarme los estudios. –Intentó soltarse, pero él apretó con más fuerza y los mangos de los dardos se clavaron en su piel.

–¿No había por allí bares de strip-tease?

Peter finalmente la soltó y ella dio un paso atrás.

–No, eso estaban por otro lado–respondió Lali, aunque imaginó que él sabía exactamente dónde había bares de ésos.

Peter estaba intentando ponerla nerviosa, y no lo había conseguido hasta que se acercó a ella y le dijo al oído:

–¿Trabajabas en uno de esos bares?

A pesar del calor que sintió en la nuca, se las ingenio para responder, si no como Bomboncito de Miel, sí con la suficiente frialdad.

–Creo que es más correcto decir que mi tipo no era el adecuado para trabajar en uno de esos locales.

Él bajó la voz, acariciándole la mejilla con su cálido aliento al preguntarle:

–¿Y eso por qué?

–Los dos sabemos por qué.

Él dio un paso atrás y le miró la boca antes de ascender lentamente hasta los ojos.

–¿No vestías del color adecuado?

–No.

–¿No te gustan las minifaldas?

–No era la clase de chica que buscan para eso.

–No me lo creo. Sé por experiencia que también buscan chicas diferentes. Yo las he visto. –Hizo una pausa y añadió–: Aunque, por supuesto, eso fue en Singapur.

–¿Estás intentando ponerme nerviosa para ganar la partida?

Peter entornó los ojos.

–¿Estoy consiguiéndolo?

Continuará…

MAS QUE UN JUEGO-LALITERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora