-Maldición -dijo Peter entre jadeos.
Después se dio la vuelta y se fue. Dejó a Lali aturdida y desconcertada. Conmocionada por cuarta vez aquella noche.
Capítulo 43:
Lali cerró su computadora y dejó lo que estaba escribiendo: la historia de Bomboncito de Miel y su última víctima, un jugador de rugby al que había conocido en el Hilton. Un jugador de rugby que se parecía muchísimo a Peter Lanzani.
Se levantó de la silla y miró por la ventana del hotel hacia el centro deNeuquén. Definitivamente, estaba cada vez más muerta por Peter. Sin duda era una insensatez. En el pasado, se había basado a veces en personas reales para describir a las víctimas de Bomboncito de Miel. Cambiaba los nombres, pero los lectores podían imaginar de quién se trataba. Hacía unos meses, por ejemplo, había utilizado a Brendan Fraser, para que lo reconociesen quienes habían visto películas como «En busca de Eva», «George de la jungla» o «Al diablo con el diablo». Pero ésa era la primera vez que escribía sobre alguien a quien conocía personalmente.
La gente reconocería a Peter cuando saliera el número de marzo. Los lectores de Buenos Aires, como mínimo, lo harían. Él escucharía los comentarios. Lali se preguntó si le importaría. A la mayoría de hombres les daría igual, pero Peter no era como la mayoría. No le gustaba leer lo que se decía de él en los libros, en los periódicos o en las revistas. Lo tenían sin cuidado los halagos. Aunque el relato de Bomboncito de Miel era extremadamente halagador. Más sexy y apasionado de lo que había escrito hasta entonces. De hecho, era lo mejor que había escrito nunca. Todavía no tenía claro si iba a enviarlo o no. Tenía unos cuantos días antes de tomar una decisión.
Soltó las cortinas y se volvió hacia la habitación. Habían pasado dieciséis horas desde que Peter la había besado dejándola sin aliento. Dieciséis horas de alivio y de análisis de cada palabra y cada acción. Dieciséis horas y ella seguía sin saber qué pensar. Él la había besado y todo había cambiado radicalmente. Bueno, a decir verdad no sólo la había besado. Le había tocado un pecho y le había dicho que lo estaba volviendo loco, y si su hermana no hubiera estado esperándolo en la camioneta, Lali podría haberlo tirado al suelo para mirar ese tatuaje, que la enloquecía desde que lo vio por primera vez en el vestuario. Y eso no habría estado bien. Nada bien. Por un montón de razones.
Se quitó los zapatos de una patada y el polo. Lo dejó sobre la cama y se dirigió al baño. Le pesaban los ojos y se sentía confusa. En lugar de permanecer encerrada en su habitación trabajando en el relato de Bomboncito de Miel tendría que haber acudido a la cancha para hablar con los jugadores y el entrenador antes del partido de la noche siguiente. Felipe le había dicho que el momento más adecuado para hablar con el entrenador o con los directivos era durante el entrenamiento, y Lali quería hacerles varias preguntas acerca del nuevo fichaje, Gastón Dalmau.
Se metió en la ducha y dejó que el agua caliente cayera sobre la cabeza. Aquella mañana, cuando Peter subió al avión, con lentes de sol, traje azul y la corbata floja, había sentido un retortijón en el estómago como si volviera a tener trece años y se tratara de su primer amor. Fue horrible, pues era lo bastante mayor para saber que una aventura con el chico más popular del colegio acabaría rompiéndole el corazón.
Pasados quince minutos, salió de la ducha y cogió dos toallas. Siendo sincera consigo misma, algo que había intentado evitar, no podía seguir engañándose pensando que lo que sentía por él no era más que el deseo de tener una aventura. Se trataba de algo más. Mucho más, de hecho, y por eso estaba asustada. Tenía treinta años. No era una niña. Había estado enamorada, también había sentido deseo y también algo que era una mezcla de ambas cosas. Pero nunca se había permitido perder la cabeza por un tipo como Peter. Nunca. Y menos teniendo tanto que perder. No cuando tenía mucho más en juego que su "oponente". Algo más importante: su trabajo.
Un corazón roto podía superarse; ya lo había logrado antes. Pero no creía que estuviera en disposición de tirar por la borda la mejor oportunidad que había tenido en mucho tiempo. Y menos debido a un hombre. Sería una estupidez, y ella no era estúpida.
Llamaron a la puerta, interrumpiendo sus pensamientos, y fue a abrir. Miró por la mirilla y vio a Peter, bien peinado y arreglado. Estaba mirando al suelo, por lo que se quedó unos segundos estudiándolo. Llevaba casaca de cuero y chompa gris, y debía de llegar de la calle porque sus mejillas estaban rosadas. Alzó la vista y sus ojos verdes la miraron a través de la mirilla como si pudiera verla.
-Abre, Lali.
-Un segundo -dijo ella, sintiéndose tonta. Fue hasta el armario y sacó su bata, se la puso y abrió la puerta.
Peter la estudió, miró su boca y a continuación, sin prisa, descendió hasta sus pies desnudos.
-Al parecer, te he sorprendido otra vez en la ducha.
-Así es.
Peter contempló sus piernas y después la miró a la cara, inexpresivo. O no le interesaban o fingía muy bien su desinterés.
-¿Tienes un minuto?
-Claro. -Lali se hizo a un lado y lo dejó pasar-. ¿Qué quieres?
Una vez en el centro de la habitación, Peter se volteó para mirarla.
Continuará...