capítulo 18

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–¿Sólo trabajo?

Capítulo 18:

–Por supuesto.

–¿Por qué no cenamos en el restaurante del hotel? –propuso.

–¿A las siete te parece bien?

–A las siete me parece perfecto –Lali hurgó en el bolsillo delantero de su maletín y sacó la hoja que tenía el itinerario del equipo–. ¿Dónde nos alojamos esta noche?

–Doubletree –respondió Felipe–. El hotel tiembla cada vez que despega un avión.

–Maravilloso.

–Bienvenida a la espléndida vida de los deportistas –dijo él, volviendo a mirar hacia delante y apoyando la cabeza contra el respaldo.

Lali había imaginado que el agotamiento que significaban los cuatro partidos fuera de casa sería sólo eso: agotamiento. Aunque lo había estudiado docenas de veces, miró de nuevo el itinerario Corrientes, y después Santa Fe. Ya era hora de que volviera a casa. Quería dormir en su cama, conducir su carro en lugar de ir en bus, incluso abrir su propia refrigeradora en lugar del minibar de un hotel. A Alumni les quedaban cuatro días de viajes antes de regresar a Buenos Aires para jugar un bloque de cuatro partidos en ocho días. Después tendrían que viajar a Neuquén y Salta. Más hoteles y comidas solitarias.

Tal vez lo de cenar con Felipe Villanueva no fuese tan mala idea. Podría romper la monotonía y ser de ayuda.

A la siete en punto, Lali salió del ascensor y se encaminó hacia el restaurante Seasons. Llevaba el pelo suelto y le llegaba hasta los hombros. Vestía unos pantalones negros y un polo gris. El polo tenía una abertura a un lado del cuello y las mangas acampanadas, y hasta que Peter le dijo que parecía el ángel de la muerte, a ella le gustaba mucho.

Se preguntaba si había alguna razón oculta más allá de su miedo a no saber combinar los colores lo que la hacía decidirse siempre por colores oscuros. ¿Acaso estaría deprimida sin saberlo, como Candela le había sugerido? ¿Sufriría algún desorden mental aún sin diagnosticar? ¿Parecía realmente el ángel de la muerte, o acaso Candela era una aguafiestas y Peter un estúpido arrogante? A ella le gustaba creer esto último.

Felipe la esperaba en la entrada del restaurante, con su aspecto juvenil debido a los pantalones color caqui y a la camisa hawaiana estampada de color naranja; por no hablar de la gomina que llevaba en el pelo. Los llevaron hasta una mesa cerca de los ventanales, y Lali pidió un martini con limón para mantener a raya el cansancio, aunque sólo fuera por unas pocas horas. Felipe pidió una cerveza y le exigieron que enseñara el documento de identidad.

–¿Cómo? Tengo veintiocho años –replicó. Lali se echó a reír y abrió la carta del menú.

–La gente va a pensar que eres mi hijo –se burló.

Él esbozó una mueca de desagrado y sacó su billetera.

–Pareces más joven que yo –gruñó mientras le enseñaba su identificación al mozo.

Cuando llegaron las bebidas, Lali pidió salmón con arroz salvaje, en tanto que Felipe escogió lomo y papas al horno.

–¿Qué tal tu habitación? –preguntó.

Era como cualquier otra.

–Está bien –contestó Lali.

–Ok. –Felipe bebió un trago de cerveza–. ¿Tienes problemas con los jugadores?

–No, simplemente me evaden.

–No les gusta que estés aquí.

–Sí, sé. –Lali dio un sorbo a su martini. El azúcar en el borde de la copa, la rodaja de limón y la mezcla perfecta de vodka Absolut Citrón y triple seco casi la hizo suspirar, como si de una alcohólica se tratara. Pero convertirse en alcohólica no era algo que se hubiera preocupado nunca a Lali, y eso por dos razones: sus resacas eran demasiado fuertes, y cuando tomaba perdía, literalmente, la capacidad de juicio, a veces junto con su ropa interior.

La conversación entre Lali y Felipe se apartó del rugby para centrarse en otros temas. Lali se enteró de que aquel chico había obtenido una licenciatura summa cum laude en Harvard a la edad de veintiún años. Mencionó su pertenencia a MENSA en tres ocasiones, y también habló de la casa que tenía en Punta del Este, de quinientos metros cuadrados, de su barco de seis metros de eslora, y de su Mercedes color rojo cereza.

No cabía duda: Felipe era un cretino. Eso no era necesariamente malo ya que aparte de ser una impostora, en ocasiones Lali se consideraba a sí misma una cretina. Para acabar con aquella conversación, Lali mencionó sus títulos en periodismo y lengua. Felipe no pareció muy impresionado. Sus platos llegaron y él alzó la vista mientras untaba con mantequilla sus papas.

–¿Voy a salir en tu columna «Soltera en la ciudad»?

Lali se detuvo cuando se estaba poniendo la servilleta sobre las piernas. A la mayoría de los hombres les asustaba la posibilidad de ser mencionados en la columna.

–¿Te importaría?

Él abrió los ojos como platos.

–Qué va. –Recapacitó por unos segundos y añadió–: Pero tendría que salir bien parado. O sea, no me gustaría que nadie piense que fui un mal acompañante.

–No creo que pueda mentir –dijo ella. La mitad de lo que escribía en aquella columna eran mentiras.

–Podría hacerte las cosas más fáciles.

Si lo que pretendía era ayudarla, lo mínimo que podía hacer Lali era escucharlo.

–¿Cómo?

Continuará…

MAS QUE UN JUEGO-LALITERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora