-Tal vez no, pero deberías vestir algo con un poco de color. Rojos y verdes, especialmente. Vas a viajar durante toda la temporada con tipos grandes llenos de testosterona. Es la oportunidad perfecta para hacer que uno de ellos se fije en ti.
Capítulo 7:
Lali viajaría por trabajo. No quería atraer la atención de nadie. Especialmente de jugadores de rugby. Especialmente si todos eran como Peter Lanzani. Cuando declinó su oferta referente al café, casi se echó a reír. Casi. En lugar de ello, dijo: «Si cambias de opinión, házmelo saber.» Sólo que no había dicho «saber», sino «sabeg». Era un tarado, y no había perdido del todo su acento del interior. Lo último que quería o necesitaba era llamar la atención de tipos como él. Reflexionó en su propio aspecto, en sus pantalones negros y su saco negro y su blusa gris. Le pareció que tenía buena pinta.
-Es de una buena tienda.
Candela abrió desmesuradamente sus ojos.
-¿Del catálogo?
-Por supuesto.
-Y negro.
-Ya sabes que soy daltónica.
-No eres daltónica. Lo que pasa es que no distingues qué colores combinan.
-Es cierto.
Por eso le gustaba el color negro. Se veía bien vestida de negro, y además no corría el riesgo de desentonar.
-Tienes un cuerpo increíble, Lali. Tendrías que explotarlo, enseñarlo. Ven conmigo al shopping y te ayudaré a escoger algunas cosas.
-Ni loca. La última vez que te dejé escoger mi ropa, empecé a parecerme aSebastián Estevanez, sólo que menos guapo.
-Eso fue a los once años, y teníamos que ir a las ventas de garaje para comprar ropa. Ahora somos mayores y tenemos dinero. Al menos, tú lo tienes.
Sí, y también tenía un plan para invertirlo. Había pensado en un nidito de amor. O sea, nada de ropa de marca, sino en comprar una casa.
-Me gusta la ropa que llevo -dijo como si no hubiesen hablado de ello unas mil veces antes de ese día.
Candela puso los ojos en blanco y cambió de tema.
-He conocido a un chico.
Gran novedad. Desde que había pasado la barrera de los treinta el último invierno, el reloj biológico de Candela parecía haberse activado y ella no podía dejar de pensar que sus óvulos se estaban marchitando. Llegó a la conclusión que era el momento de casarse, y como no deseaba mantener a Lali al margen, llegó a la conclusión de que las dos tenían que casarse. Pero el plan de Candela suponía un problema. Lali estaba convencida de que era una especie de imán que atraía a hombres dispuestos a romperle el corazón y tratarla mal, y de que los únicos hombres capaces de excitarla y ponerla a tono eran los más idiotas, por lo que había decidido comprarse un gato y encerrarse en casa. Pero estaba atrapada en un callejón sin salida. Si se encerraba en casa, no sacaría de ningún lado nuevo material para su columna «Soltera en la ciudad».
-Tiene un amigo -añadió Candela.
-El último «amigo» con el que me arreglaste una cita manejaba una camioneta estilo asesino en serie con un sillón en la parte trasera.
-Lo sé, y no le hizo mucha gracia leer su historia en tu columna del periódico.
-Peor para él. Era uno de esos tipos que da por sentado que porque escribo la columna estoy desesperada y soy una calentona.
-Esta vez será diferente.
-No.
-Tal vez le gustes.
-Ése es el problema. Si le gusto, sé que me tratará como una mierda y después me dará una patada donde más me duela.
-Lali, rara vez le das a alguien la oportunidad de que te dé una patada. Siempre tienes un pie en la puerta, esperando encontrar la excusa adecuada para largarte.
Candela no era la más adecuada para reprocharle nada en ese sentido. Ella despachaba a los chicos por ser demasiado perfectos.
-No has salido con nadie desde Teo -dijo Candela.
-Sí, y mira cómo me fue.
Le había sacado dinero para comprarle regalos a otra mujer. Por lo que ella sabía, lencería barata. Lali odiaba la lencería barata.
-Míralo por el lado bueno -dijo Candela-. Después de librarte de él, estabas tan dolida que limpiaste hasta dejar brillando las mayólicas del baño.
Era un detalle triste de la vida de Lali, pero cuando sufría un desengaño amoroso y se sentía deprimida, se ponía a limpiar obsesivamente. Cuando estaba contenta en cambio, tenía cierta tendencia a amontonar la ropa en el armario.
Después de comer, Lali dejó a Candela en el shopping y condujo hasta el Buenos Aires Times. No tenía un escritorio propio en el periódico, porque su trabajo se limitaba a escribir una columna mensual. De hecho, eran contadas las veces en las que a aquel edificio.
Había quedado en verse con el editor de deportes, Mauro Talarico quien ni siquiera había tenido que decirle a Lali lo mucho que le asustaba dejar el trabajo de Jorge en sus manos. La recibió con frialdad y le presentó a los otros tres cronistas deportivos, que no se mostraron más cálidos que Mauro. A excepción de Ignacio Pérez.
A pesar de que raramente pasaba por el Buenos Aires Times, había oído hablar de Ignacio Pérez. Las mujeres en la oficina lo llamaban «el Acosador», y era poco menos que un juicio por acoso sexual andante. No sólo creía que el lugar adecuado para las mujeres era la cocina, sino que estaba convencido de que, dentro de ésta, lo mejor era que se acostaran sobre la mesa. Por el modo en que la miró quedó claro que se la estaba imaginando desnuda, y le sonrió como si algo así pudiera hacerla sentir halagada. La mirada que ella le dedicó daba a entender que antes que estar con él prefería comer veneno.
Continuará...