capítulo 45

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Sólo había una solución para su problema con Lali. Tenía que evitarla en la medida de lo posible. Pero no iba a ser tan sencillo como parecía. Ella viajaba con el equipo, hacía la crónica de todos los partidos, y tenía que llamarlo «pedazo de tonto» antes de cada partido para darle suerte.

Capítulo 45:

A lo largo de su carrera, Peter había aprendido a concentrarse bajo la presión que representaba cada partido o cuando se enfrentaba cara a cara con otro jugador. Tenía previsto hacer uso de esa capacidad durante los siguientes días para no apartar la atención de la victoria. Necesitaba concentrarse en los partidos y hacer lo que tenía que hacer.

Aquella noche, evitó varias anotaciones, y Alumni subió al avión con una victoria por quince a diez contra uno de sus grandes rivales para ganar el campeonato. En cuanto el avión alzó el vuelo, Lali encendió su computadora y el brillo de la pantalla iluminó tres filas de asientos. Peter no necesitaba aquella luz para saber dónde estaba sentada... Pero que lo supiera no significaba que tuviera que hacer al respecto. Durante el vuelo entre Neuquén y Misiones, comprobó que algunos de los muchachos hablaron con ella. Stefano le dijo algo que la hizo reír, y Peter se preguntó qué comentario podría haberle hecho el joven novato para que lo encontrara tan gracioso. Peter cogió una almohada y se abrazó a ella durante el resto del viaje.

Rehuir a Lali parecía más sencillo de lo que había supuesto, pero no pensar en ella resultaba imposible. Al parecer, cuanto más dispuesto se mostraba a rehuirla, más pensaba en ella, y cuanto más intentaba no pensar en ella, más se preguntaba qué estaría haciendo y en compañía de quién. Probablemente se tratara de Felipe Villanueva.

En Misiones sólo vio a Lali una vez, pero en el momento en que entró en el vestuario del estadio, se fijó en que llevaba los labios pintados de rojo, y supo que lo hacía con el único propósito de trastornarlo. Les dio su discurso de buena suerte, después caminó hacia donde él estaba sentado, frente a una taquilla abierta.

-Buena suerte, pedazo de tonto -dijo, y en un susurro añadió-: Y para tu información, tengo un montón de sostenes.

Mientras Peter la observaba salir del vestuario, se sintió preocupado porque aquellos labios tan rojos hubieran alterado su concentración. Durante unos tensos segundos, centró su atención en la boca de Lali y en el imaginario sujetador. Cerró los ojos y aclaró su mente, y gracias a una obstinada fuerza de voluntad, volvió a alcanzar la concentración necesaria diez minutos antes de entrar a la cancha.

Aquella noche, Alumni dejó fuera de combate al Carayá, pero antes de eso, los chicos de Misiones repartieron tackles a diestro y siniestro, enviando a Agustín al hospital. Agus seguía inscrito en la lista de lesionados cuando aterrizaron en Buenos Aires para jugar contra Beromama. En el vestuario, antes del partido, Peter esperó a que Lali le deseara buena suerte y entonces le dijo:

-Si tienes unos cuantos sostenes, deberías ponerte siquiera uno.

-¿Por qué? -preguntó ella, mirándolo a los ojos.

¿Por qué? Podía decirle exactamente por qué, pero no en un vestuario lleno de jugadores de rugby. A decir verdad, no era asunto suyo decirle que sus pezones estaban en posición de firmes. Estaba intentando evitarla. Se había acabado lo de hablar con ella o pensar en ella, se dijo mientras corría hacia su posición, centrando toda su energía y concentración en ganar a Beromama. Pero sin uno de sus mejores jugadores, Alumni tuvo que hacer uso de la fuerza física luchando en las esquinas y, finalmente, perdieron el partido cuando el capitán de Beromama se zafó de su perímetro y logró anotar gracias a un tiro lejano.

Después fueron a La Pampa. Aquella noche, en el vestuario, nadie dijo nada acerca de los sostenes de Lali. El joven equipo de La Pampa cayó fácilmente a manos de los más experimentados de Alumni, y cuando estuvieron rumbo a Buenos Aires nuevamente, Peter se sentía contento de regresar a casa. Su rodilla derecha le preocupaba y estaba agotado físicamente.

Una vez que el bus comenzó su viaje, Peter se quitó el saco y levantó el brazo que separaba los asientos. Cogió una almohada, la colocó contra la pared del bus y apoyó la espalda en ella. Unió las manos cruzando los dedos, las colocó encima de su vientre y se sentó en la oscuridad mirando hacia el pasillo, a Lali. La luz le caía justo encima de la cabeza y se filtraba entre su pelo suelto mientras escribía su crónica. Las puntas de sus dedos apenas rozaban las teclas de la computadora. Lali se detuvo, hizo retroceder el cursor y volvió a empezar. Peter pensó en todos los lugares de su cuerpo sobre los que le gustaría sentir el roce de aquellos experimentados dedos.

Un mechón cayó sobre la mejilla de Lali y ella lo colocó tras la oreja, permitiéndole observar detenidamente su mandíbula y parte del cuello. Unas cuantas filas más atrás, algunos de los muchachos jugaban al póquer, pero la mayoría dormía, mezclando sus ronquidos con el sonido del teclear de Lali.

Durante los siete días previos, Peter había sabido mantenerse ocupado, pero en aquel momento, sin nada en qué distraer su mente, se tomó algo de tiempo para estudiarla. Para descubrir de una vez por todas por qué, de repente, encontraba a Lali Espósito tan atractiva. ¿Qué había en ella que no lo dejaba estar tranquilo? Era bajita, no se arreglaba mucho, y era una sabelotodo. De hecho, era una pesada sabelotodo. A Peter nunca le habían atraído semejantes características en una mujer. Y le gustaba Lali. Esa noche, vestía una de esas chompas de lana propias de las ancianas o de las colegialas. Negra. Sin joya alguna. Llevaba pantalones grises, y se había quitado los zapatos.

En la oscuridad, Peter estudió su suave cabello y su perfecta y pálida piel. La primera vez que la vio, pensó que era demasiado sencilla. Una chica natural. Después no dejaba de preguntarse por qué las chicas naturales nunca le habían resultado atractivas. Por qué deseaba acariciar con las manos su tersa piel. Por primera vez desde que estuvo en su habitación del hotel en Neuquén, se permitió pensar cómo se sentiría abrazando su cuerpo desnudo. Dejarse llevar por el placer de tocarla. De besar su boca, sus pechos y sus deliciosos muslos.

Lali dejó de teclear y se llevó los dedos a la boca. Se pellizcó el labio superior y dejó escapar un profundo y largo suspiro que tanto podía indicar frustración como placer. Escuchar aquel gemido hizo que Peter agudizase dolorosamente su atención, y decidió que imaginarse a Lali desnuda no había sido una buena idea.

A través de las sombras que los separaban, observó que ella retrocedía con el cursor y volvía a empezar. Peter cerró los ojos e intentó pensar en el regreso a casa. Durante su ausencia, Feli no le había contado ningún otro problema referente a Alelí, y cuando había hablado con ésta, parecía tranquila y emocionalmente estable. Había hecho amigos en el edificio, y no se había puesto a llorar ni se había enfadado durante las conversaciones telefónicas. Él todavía no había desechado la idea de un internado, porque aún pensaba que a su hermana le beneficiaría un ambiente femenino. Pero creía que quizá Alelí no estuviera preparada para hablar de ello, y por alguna razón que no podía explicar, había una parte de sí mismo que tampoco lo estaba. Todavía no.

En algún punto del viaje se quedó dormido, y no despertó hasta que el bus llegó a su destino. Una vez que arribaron y se detuvieron, Peter tomó sus bolsas y se encaminó al estacionamiento principal. Lali iba por delante de él a cierta distancia, arrastrando una enorme maleta con ruedas y llevando a cuestas su computadora y el maletín. Peter no tardó en alcanzarla, por lo que entraron juntos en el ascensor. Apretaron el mismo botón para la misma planta del garaje y las puertas se cerraron. Peter se apoyó contra la pared y le dio un vistazo. Ella tenía la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado. Parecía exhausta, pero se veía guapa.

-¿Qué? -preguntó Peter.

Continuará...

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