Me cansó, pero también me hizo gracia -contestó Cande, y Lali decidió que lo mejor era mantenerse al margen. Como no tardó en recordarse, tenía sus propios problemas.
Capítulo 66:
Esa noche, en el partido entre Alumni y Berisso, Peter apenas le prestó atención a Lali cuando lo llamó pedazo de tonto. No se metió con ella ni le recordó la noche que habían pasado juntos. En la cancha, estuvo casi perfecto, deteniendo los tiros con sus rápidas manos y su ancho cuerpo. El partido acabó en empate, y luego no quiso meter a Lali en un cuarto de la limpieza ni besarla hasta perder la cabeza.
Tampoco lo hizo dos noches después, cuando contra Almafuerte consiguió mantener el marcador en cero por sexta vez esa temporada. En el vuelo a Santiago del Estero a la mañana siguiente, apenas la miró cuando pasó por su lado, y para ella se hizo evidente qué Peter intentaba evitarla en la medida de lo posible. Se preguntó qué habría hecho para que él tuviera esa actitud, y analizó una y otra vez la conversación que mantuvieron en el cuarto de la limpieza. Lo único que se le ocurrió fue que Peter había descubierto lo que ella sentía por él e intentaba salir corriendo en la dirección contraria. Se había pintado los labios de rojo y se había comprado una blusa roja sólo por él. Era una mujer patética, pensó. Peter le dijo que había tenido fantasías con ella imaginando que le hacía el amor sobre la mesa de la sala de prensa y ella le creyó. ¡Había sido una tonta!
Y después él intentaba evitarla del todo, y ella estaba sorprendida de lo mucho que le dolía su actitud. Habían hecho el amor y ella creía que lo habían pasado realmente bien. No le había pedido nada, y él la había metido en el cuarto de la limpieza y le había hecho creer que quería algo más que una noche de pasión.
Había añadido que no la veía como a una de sus admiradoras, pero el hecho era que de pronto la trataba como si fuera una cualquiera. A Lali no sólo le dolía, sino que le molestaba. Le molestaba hasta tal punto que la hacía odiarlo. Incluso llegó a pensar que lo mejor sería dejar el trabajo para no tener que enfrentarse a su desinterés. Pero segundos después se dijo que no iba a perjudicarse a sí misma por culpa de un hombre. Ni siquiera por el hombre que amaba con todo su corazón. Ni siquiera cuando cada vez que lo viera se sintiera infeliz.
Una vez en su habitación ese mismo día, intentó escribir una agria columna de «Soltera en la ciudad», pero en lugar de escribir se quedó mirando el paisaje desde su ventana. Su relación con Peter habría acabado igualmente, se dijo. Mejor pronto que tarde. Como mínimo, de ese modo no se sentiría culpable por el artículo de «Bomboncito de Miel». Pero eso no tranquilizó su conciencia.
Unas cuantas horas después, al ver que el teléfono no sonaba, intentó convencerse diciéndose que Peter estaba demasiado ocupado con las cosas del equipo para llamar. O para encontrarse con una de sus muñequitas Barbie. No quería pensar en él con otra, pero no podía evitarlo. Y al imaginar a Peter besando o tocando a una mujer que no fuera ella temía enloquecer.
A las seis de la tarde, se encontró con Felipe en uno de los restaurantes del hotel. A lo largo de la cena, se tomó dos martinis mientras lo escuchaba hablar sobre Candela.
Después de la cena, fueron al bar del hotel. Cinco de los jugadores de Alumni estaban sentados bebiendo cerveza, picando algo, y viendo cómo un partido por televisión. Peter estaba entre ellos. Al verlo, sintió temor y alivio a la vez. No estaba con ninguna Barbie.
-Eh, Tiburoncito -la saludaron. Todos menos Peter.
Su entrecejo fruncido y la fría mirada de sus ojos verdes le hicieron saber que Peter no se alegraba de verla, lo que la entristeció aún más.
Se sentó entre Stefano y Agustín, y tuvo mucho cuidado de no cruzar la mirada con Peter. Temía que todos los jugadores sentados en la mesa descubrieran que estaba enamorada del fullback. Que él también se diera cuenta y se mostrara incluso más distante, lo que con toda probabilidad era imposible.
Sin embargo, no podía obligarse a hacer caso omiso de él, y acabó mirando hacia el otro lado de la mesa. Se lo veía muy relajado. A excepción de su intensa mirada, que parecía dispuesta a atravesar el cerebro de todo aquel que le pasara por delante. Alargó el brazo para coger su vaso y bebió un trago de agua. Mantuvo un cubito de hielo en la boca y una gota le quedó colgando del labio. Sorbió el hielo y ella apartó la mirada.
-He leído tu columna «Soltera en la ciudad» -le dijo Vico-. Creo que es verdad lo que dices que los chicos buenos son los que acaban llevándose la peor parte. Yo soy un chico bueno, y tuve que dejarle mi casa a mi ex esposa.
-Eso fue porque te vio con otra mujer -le recordó Pablo-. Eso la jodió mucho.
-Sí, no me lo recuerdes -gruñó Vico, y miró a Lali-. ¿Qué estás escribiendo ahora?
Lali no tenía nada en mente. Nada sobre lo que quisiera hablar, en cualquier caso, pero dijo:
-¿Las salidas de una noche son buena idea? -preguntó.
Se arrepintió de inmediato.
-Yo creo que sí -contestó Agustín desde el otro extremo de la mesa.
-Sí.
-Yo creo que sí.
-A menos que estés casado -apuntó Vico-. No estarás pensando en experimentarlo, ¿no?
Ella se encogió de hombros y se forzó a mostrarse distante y fría. Ajena. Como un hombre.
-Estoy dándole vueltas al asunto. Hay un periodista deportivo de Santiago del Estero que está bastante guapo. Hablé con él la última vez que estuve allí.
Peter se puso en pie, y ella lo vio acercarse a la barra. Vestía una camisa de rayas azules y blancas y unos jeans.
-Si alguna vez necesitas ayuda con tus columnas, podemos explicarte qué pensamos los hombres en realidad -dijo Martín.
Lali prefería no saberlo. Le asustaba demasiado.
-Tal vez te lo pregunte cuando tenga claro el enfoque que quiero dar a la columna.
-Genial.
Lali alzó la vista justo para ver a Peter regresar con los dardos.
-Me debes la revancha -le dijo-. Juguemos con las mismas reglas de la vez anterior.
-Creo que no -repuso ella.
-¡Qué pena!, yo creo que sí. -La cogió del brazo y la hizo levantarse-. Elige los que te parezcan mejores -añadió poniéndole los dardos en la palma de la mano. A continuación le susurró al oído-: No me obligues a arrastrarte hasta la línea.
Su mirada tenía un brillo feroz, demencial. De acuerdo. Ya que no podía golpearlo, le daría su merecido con los dardos.
-Recuerda las reglas -dijo Peter mientras ella examinaba los dardos-. Después no podrás llorar como una niña si pierdes.
-No podrías ganarme ni en tu mejor día. -Lali meneó la cabeza y escogió los tres mejores dardos-. Éste no es un deporte para mariquitas como tú, Lanzani, y aquí no tienes equipo ni compañeros que te protejan.
-Eso ha sido un golpe bajo, Tiburoncito -le dijo Agustín.
-Así es como hablan ustedes -contestó Lali.
-Lo que has dicho no está bien -señaló Vico.
-La última vez, muchachos, me llamaron lesbiana -les recordó. Todos se encogieron de hombros-. Jugadores de rugby... -dijo y recorrió la distancia que la separaba de la zona de dardos. Rozó el brazo de Peter con el hombro y sintió el contacto en todo su cuerpo. Amplió la distancia entre ellos.
-¿Qué estás haciendo aquí con él? -preguntó Peter cuando se detuvieron en la línea.
Continuará...
