A pesar de que raramente pasaba por el Buenos Aires Times, había oído hablar de Ignacio Pérez. Las mujeres en la oficina lo llamaban «el Acosador», y era poco menos que un juicio por acoso sexual andante. No sólo creía que el lugar adecuado para las mujeres era la cocina, sino que estaba convencido de que, dentro de ésta, lo mejor era que se acostaran sobre la mesa. Por el modo en que la miró quedó claro que se la estaba imaginando desnuda, y le sonrió como si algo así pudiera hacerla sentir halagada. La mirada que ella le dedicó daba a entender que antes que estar con él prefería comer veneno.
Capítulo 8:
El avión desde el aeroparque de Buenos Aires a las seis treinta y tres de la mañana. Pocos minutos después, el reactor atravesaba la capa de nubes y viraba hacia la izquierda. El sol de la mañana entró por las ventanillas ovaladas como si fueran los focos de un estadio. De repente, las sombras fueron arrasadas bajo aquella luz brutal, y un buen número de jugadores de rugby reclinaron sus asientos y se prepararon para las casi dos horas que duraba el vuelo. Un olor que era mezcla de loción para después del afeitado y colonia invadió la cabina al tiempo que el avión concluía el ascenso y adoptaba la horizontalidad.
Sin apartar los ojos de la hoja de itinerario que sostenía en su regazo, Lali alzó una mano para regular el aire acondicionado que tenía encima de su cabeza. Estaba totalmente concentrada en el itinerario del equipo. Observó que, en algunas ocasiones los vuelos tenían programada la hora de salida justo después de los partidos, mientras que otras veces para la mañana siguiente. Pero a excepción de las horas de los vuelos, lo señalado en el itinerario era siempre igual. El equipo entrenaba reiteradas veces la víspera de cada partido y llevaba a cabo unos ejercicios ligeros el día del mismo. Nunca variaba.
Dejó las hojas con el itinerario a un lado y cogió un ejemplar del Rugby al día. La luz de la mañana iluminó la sección de reportajes sobre los equipos del campeonato. Se detuvo a leer la columna dedicada a Alumni. El titular decía: «Sufullback, la clave del éxito para Alumni.»
Durante las últimas semanas, Lali había estudiado las estadísticas del campeonato. Se había familiarizado con los nombres de los jugadores de Alumni y con las posiciones en que jugaban. Leyó todos los artículos relativos al equipo que pudo encontrar, pero seguía sin tenerlo claro respecto al juego y los jugadores. No le quedaba más opción que lanzarse a la piscina, esperando encontrar agua en ella. Necesitaba el respeto y la confianza de aquellos hombres. Quería que la tratasen como a un cronista deportivo cualquiera.
En su maletín llevaba dos libros de inestimable valor para ella: «Rugby para principiantes» y «Los chicos malos del rugby». El primero explicaba los principios del juego, en tanto que el segundo hablaba del lado oscuro de éste y de los hombres que lo practicaban.
Sin alzar la cabeza, miró a lo largo del pasillo, unas filas de asientos más adelante. Observó la hilera de luces de emergencia que recorría la alfombra azul y se detuvo en los zapatos y en los pantalones grises de Peter Lanzani. Desde la conversación que mantuvieron a la salida del estadio, había investigado con más interés su vida que la del resto de los jugadores.
Había nacido y crecido en Buenos Aires. Su padre se había divorciado de su madre cuando Peter acababa de cumplir los cinco años. El Belgrano Athletic Club había elegido a Peter como talonador del campeonato a los diecinueve años. Había sido traspasado a Santiago del Estero y, finalmente, a Buenos Aires. Los datos más interesantes los proporcionaba el libro «Los chicos malos del rugby», que le dedicaba cinco capítulos enteros. El libro explicaba con todo detalle las aventuras del jugador, de quien decía que tenía las manos tan rápidas dentro como fuera de la cancha. Las fotografías mostraban a un buen número de actrices y modelos entre sus brazos, y si bien ninguna de ellas afirmaba haberse acostado con él, tampoco lo negaba.
Su mirada se posó en su enorme mano y sus largos dedos jugando sobre el brazo del asiento. Su Rolex de oro asomaba por debajo de la manga de su camisa blanca con rayas azules. Se fijó en sus hombros y en el perfil de su cara y su nariz. Llevaba el pelo corto como dispuesto a entrar en combate. Aun cuando se diera por hecho que sólo la mitad de lo que decía aquel libro debía de ser cierto, aun así estaba chequeado que Peter Lanzani iba dejando rastro, entre las mujeres, en todo lugar al que iba. A Lali le sorprendía que no tuviera aspecto cansado.
Al igual que el resto de los jugadores, aquella mañana Peter tenía el aspecto de un hombre de negocios o de un inversor financiero más que de un jugador de rugby. Ya en el aeropuerto, a Lali le sorprendió ver a todos los miembros del equipo vestidos con terno y corbata como si se dispusieran a ir a la oficina.
Algo se interpuso en su ángulo de visión. Lali alzó la vista y topó con Victorio D'Alessandro. Con la cabeza inclinada para no golpearse con el techo, parecía aún más grande de lo habitual. Lali todavía no había memorizado las caras de los miembros dl equipo, pero Victorio era uno de esos tipos que resultan inolvidables. Medía más de metro ochenta, y tenía un cuerpo compuesto por puros músculos intimidatorios. En esa época, lucía un ojo morado. Se había quitado el saco y la corbata y arremangado la camisa. Su cabello castaño pedía a gritos un buen corte, y llevaba una tira de esparadrapo en el puente de la nariz. Le echó un vistazo al maletín que Lali había dejado en el asiento de al lado.
-¿Te importa si me siento aquí durante un rato?
Lali no quería admitirlo, pero siempre la habían puesto nerviosa los tipos muy corpulentos. Ocupaban demasiado espacio y hacían que se sintiera pequeña y vulnerable.
-No..., no. -Cogió el maletín de piel y lo colocó en el suelo, entre sus pies.
Victorio acomodó su anatomía en el asiento y señaló el periódico que Lali tenía en las manos.
-¿Has leído el artículo que escribí? Está en la página seis.
-Todavía no.
Lali buscó de inmediato la página seis y observó la foto durante un partido. Tenía la cabeza del jugador contrario inmovilizada con una llave y le estaba golpeando la cara.
-Ése soy yo dándole su merecido a Fernández en su temporada de novato -explicó Vico.
Lali lo miró de medio lado, fijándose en su ojo morado y su nariz rota.
-¿Por qué?
-Había metido tres anotaciones.
-¿Acaso no es ése su trabajo?
-Claro, pero el mío era ponerle las cosas difíciles. -Vico se encogió de hombros-. Conseguir que se pusiera nervioso cuando veía que me acercaba.
Lali se dijo que lo más prudente era guardarse para sí las opiniones que le inspiraba el trabajo de Victorio.
-¿Qué le ha pasado a tu nariz? -preguntó.
-Pasó demasiado cerca de un lanzamiento. -Vico señaló al periódico-. ¿Qué opinas?
Dio un vistazo al artículo; parecía bastante bien escrito.
-¿Crees que atrapa al lector desde la entradilla?.
-¿La entradilla?
-Es como los periodistas denominan el principio.
Sabía lo que era una entradilla.
-«Soy algo más que un saco para calentar los puños» -leyó en voz alta- La verdad es que sí, me ha atrapado.
Victorio sonrió, mostrando una hermosa y blanca hilera de dientes. Lali se preguntó cuántas veces se los habrían arrancado y habría tenido que reponerlos.
-Me divertí mucho escribiendo -dijo-. He pensado que, cuando me retire, quizá me dedique a escribir artículos a tiempo completo. Tal vez podrías darme algunos consejos.
Introducirlo en la profesión le pareció mucho más fácil que hacer lo que le pedía. Su propio currículo no era precisamente brillante, pero no quería desilusionar a Vico explicándole la verdad.
Continuará...