Una mañana, poco después de su regreso de San Luis, llegó a casa con las bolsas de la ropa limpia y se encontró a Peter esperándola en la puerta. El jardín era del mismo color verde que sus ojos. Parecía llevar un cartel que avisaba: «Peligroso para tu salud.» Le dio un beso de bienvenida y la ayudó con las bolsas de la ropa. Después la llevó hasta su moto, que tenía estacionada en la vereda.
Capítulo 70:
-Con esto nadie te verá la cara -le dijo pasándole un casco-. Así que no tendrás que preocuparte de mi mala reputación.
Si no lo hubiera conocido bien, habría pensado que se sentía ofendido.
-No me preocupa tu reputación, sino el hecho de que la gente dé por sentado que me acosté contigo para conseguir la entrevista.
-Había pensado hablar contigo acerca de eso.
-¿Por qué?
Fijó la correa del casco de Lali en su mandíbula y rozó con los dedos su garganta.
-Dices que soy distante.
-¿Y qué?
-No soy distante. Lo que pasa es que no doy entrevistas.
Ella puso los ojos en blanco.
-¿Qué te pareció el resto del artículo?
Él la besó en los labios.
-La próxima vez que hables de la rapidez de mis manos, podrías decir algo acerca de lo grandes que son. Y también mis pies.
Ella rió.
-Grandes pies. Grandes manos. Gran... corazón.
-Eso es.
Lali se acomodó en la moto, detrás de él, y partieron rumbo al río. No hacía precisamente calor, y Lali llevaba jeans, un polo y un chaquetón delgado para un paseo de treinta minutos. El río no era nada nuevo para ella. Había estado allí unas cuantas veces, casi siempre en excursiones escolares, pero nunca se había dejado impresionar por el fascinante poder y la belleza de aquel paisaje natural.
Estaban solos en la plataforma de observación, Peter detrás de ella y con los brazos alrededor de su cuerpo. Bajo sus pies, la plataforma temblaba debido a las fuerzas de la naturaleza. Entre los brazos de Peter, Lali sentía que le temblaba el corazón.
Él apoyó su barbilla en la cabeza de Lali, y hablaron del paisaje y de la temporada de rugby. Alumni había ganado cuarenta de los sesenta y un partidos que habían jugado, y a menos que ocurriera una catástrofe antes del 15 de abril, prácticamente tenían un lugar asegurado en las finales. El porcentaje de tries de Peter había ascendido hasta un impresionante 1,96, el mejor de su carrera.
Hablaron de Alelí, que parecía haber hecho amigas y haberse adaptado un poco más a vivir en Buenos Aires con un hermano al que hasta hacía unos meses apenas conocía. Hablaron del internado, y que él aún no había tomado una decisión al respecto. Y hablaron de sus respectivas infancias y, para su sorpresa, Lali se enteró de que Peter no había sido rico y famoso toda la vida.
-Conducía una camioneta oxidada -dijo-. Ahorré durante un año para comprarme un equipo de música y unos faldones para el guardafangos en los que salía la foto de una chica de Playboy. Creí que era alguien. Por desgracia, era el único en creerlo.
-No puedo creer que no fueras un ganador en el colegio.
-Le dedicaba demasiado tiempo al rugby como para ser un ganador. Bueno, una que otra conquista tuve. Pero probablemente tú tuviste más citas que yo.
Ella se echó a reír.
-Mi peinado era un desastre, por no hablar de mi ropa, y el auto que manejaba con un alambre a modo de antena.
Él la apretó contra su pecho.
-Yo habría salido contigo.
Ella lo dudaba.
-No lo creo. Yo no habría salido con un perdedor que le gustaban los adornos de Playboy.
Comieron algo en El Hornero, que se había hecho famoso gracias a la su carne. Bajo la mesa, él la cogió de la mano mientras le susurraba cosas inapropiadas para ver cómo se le enrojecían las mejillas. De vuelta a casa, Lali lo abrazó por debajo de la casaca de cuero, cruzando los dedos sobre su vientre. A través de la camisa pudo sentir sus músculos, y a través del jean sintió su poderosa erección.
Cuando llegaron al apartamento de Lali, él la ayudó a bajar de la moto y casi la arrastró hasta la puerta de entrada. Peter arrojó su casco y su casaca sobre el sofá.
-Te vas a arrepentir de haber estado calentándome la última media hora.
Ella abrió mucho los ojos al tiempo que se quitaba el abrigo y lo lanzaba junto a la casaca de Peter.
-¿Qué vas a hacer? ¿Prepararme la cena?
-Ya hemos cenado. Lo que voy a hacer es darte algo mejor que comida.
Ella rió.
-¿Qué puede ser mejor que una parrilla del Hornero?
-El postre.
-Lo siento, no como postre. Engorda.
-Bueno, hoy harás una excepción. -Peter tomó la cara de Lali entre sus manos-. Voy a ser la cereza de tu pastel.
Y lo fue. Varias veces, además. Dos noches después, la invitó a su apartamento para comer con Alelí. Mientras él preparaba el salmón, Lali ayudó a su hermana con las tareas de inglés. A lo largo de la tarde, sólo se produjo un momento de tensión cuando Peter obligó a Alelí a tomar la leche.
-Tengo dieciséis años -argumentó la chica-. No necesito tomar leche.
-¿Quieres quedarte bajita y débil? -le preguntó él.
Alelí entornó los ojos.
-No soy bajita ni débil.
-Ahora no, pero piensa en tía.
Evidentemente, la tía debía de ser poco menos que un monumento a la osteoporosis, porque sin añadir nada en su defensa, Alelí se bebió el vaso de leche. Peter centró entonces su atención en Lali. Observó su vaso de leche.
-Yo ya soy bajita y débil -dijo ella.
-Aunque seas bajita, aún puedes perder altura. -Una hermosa sonrisa iluminó el rostro de Peter, que cogió su vaso de leche y se lo bebió.
La noche antes a que partieran para una gira de diez días, Peter fue a su apartamento. Cuando llamó a la puerta, ella estaba escribiendo la última entrega de «Bomboncito de Miel» y no le estaba saliendo demasiado bien. En gran medida porque no dejaba de pensar en Peter y le resultaba muy difícil no incluirlo en la historia. Cerró su computadora y lo dejó entrar.
Una fuerte lluvia había mojado su pelo y los hombros de su casaca. Rebuscó en el bolsillo y sacó una cajita blanca del tamaño de la mano del Lali.
-He visto esto y he pensado en ti -dijo.
Continuará...