Capítulo 6

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–No estoy resfriada –dijo ella, ruborizándose.

–¿Qué te pasa?

Capítulo 6:

–Tengo calambres y no tengo nada para tomar. –Bajó la vista hacia sus pies cubiertos por medias–. No conozco a ninguna chica del colegio a la que pueda pedirle, y ya era demasiado tarde para ir a la enfermería. Por eso me vine a casa.

–¿Demasiado tarde para qué? ¿De qué estás hablando?

–Tengo cólicos y no tengo... –Alelí se ruborizó aún más–. Toallitas. Busqué en tu baño, porque pensé que tal vez alguna de tus novias podría haber dejado alguna. Pero no hay nada.

La campanilla del microondas sonó justo en el momento en que Peter entendió el problema de Alelí. Abrió la portezuela y se quemó los dedos al dejar los tazones de sopa sobre la encimera.

–Oh. –Sacó dos cucharas de un cajón y, como no sabía qué decir, preguntó–: ¿Quieres galletas saladas?

–Sí.

De algún modo, no le había parecido una chica lo suficientemente mayor. ¿Acaso las chicas empezaban a menstruar a partir de los dieciséis? Suponía que debía de ser así, pero nunca había pensado en ello. Había crecido como un hijo único, y sus pensamientos siempre habían estado relacionados con el rugby.

–¿Quieres una aspirina? –Una de las mujeres con las que había salido tomaba sus analgésicos cuando tenía dolores menstruales. Al recordarla, Peter se dio cuenta que el dinero y su adicción había sido lo único que compartieron.

–No.

–Iremos al supermercado después de comer –dijo–. Necesito desodorante.

Ella alzó la vista finalmente, pero no se movió.

–¿Tienes que ir ahora?

–Sí.

Él la observó; parecía incómoda y molesta. La culpa que había sentido minutos antes se vio aliviada. Enviarla a un lugar en el que podría vivir con chicas de su edad era, sin lugar a dudas, lo más adecuado. En un internado para chicas entenderían de cólicos menstruales y otras cuestiones femeninas.

–Voy a tomar las llaves –dijo Peter.

Sólo tendría que encontrar el momento adecuado para proponer su idea sin que sonara como si quisiera librarse de ella.

-°-

–¿Qué has dicho? –preguntó Candela Vetrano cuando se disponía a llevarse a la boca un trozo de pollo.

–Voy a encargarme de escribir las crónicas de los partidos de Alumni. Viajaré con ellos –repitió Lali atendiendo a la amistad que las unía desde la infancia.

–¿El equipo de rugby?

Candela trabajaba en el shopping vendiendo aquello de lo cual era una completa adicta: zapatos. A primera vista, Lali y ella tenían rasgos parecidos. Era morocha, de ojos marrones, alta y casi parecía un anuncio andante de belleza y buen gusto. Sin embargo sus caracteres eran no muy parecidos. Lali era introvertida, en tanto que Candela no se guardaba ningún pensamiento o emoción. Lali compraba por internet. Candela consideraba las ventas por internet una herramienta del mal.

–Sí, por eso estoy en esta parte de la ciudad. He venido a encontrarme con el dueño del equipo.

Aquellas dos amigas eran como el fuego y el hielo, como la noche y el día, pero compartían experiencias y un pasado que las mantenía profundamente unidas.

La madre de Candela se había fugado con un camionero y había ido apareciendo y desapareciendo de su vida cada cierto tiempo. Lali había crecido sin madre. Las dos chicas habían vivido puerta con puerta en Banfield, en la misma cuadra. Eran pobres. No tenían donde caerse muertas. Ambas sabían lo que era acudir a la escuela calzando zapatos viejos cuando los demás los llevaban nuevos.

Las dos habían crecido, y cada una se enfrentaba al pasado a su manera. Lali cuidaba el dinero como si siempre se tratara del último cheque de su vida, en cambio Candela derrochaba enormes cantidades en zapatos de marca, como si fuese millonaria.

Candela dejó el tenedor junto al plato y se llevó una mano al pecho.

–¿Tienes que viajar con Alumni y entrevistar a los jugadores mientras se desnudan?

Lali asintió y contestó, mientras pinchaba unos ravioles con crema:

–En el mejor de los casos, no se quitarán los calzoncillos hasta que yo esté fuera del vestuario.

–Estás bromeando, ¿no? ¿Qué otra razón podría haber, aparte de ver hombres tal y como vinieron al mundo, para entrar en un vestuario maloliente?

–Entrevistarlos para el periódico.

Como ya los había visto a todos esa misma mañana, estaba empezando a sentir un poco de temor. A su lado, teniendo presente que ella medía metro cincuenta y cinco, parecían gigantes.

–¿Crees que se darían cuenta si sacas algunas fotos?

–Sin duda. –Lali rió–. No son tan tontos como podría creerse.

–Pues la verdad es que no me molestaría ver a unos cuantos jugadores de rugby desnudos.

Y una vez que los había visto a todos, verlos desnudos era un aspecto del trabajo que le preocupaba. Tenía que viajar con esos hombres. Sentarse con ellos en el avión. No quería saber cómo eran sin ropa. A ella sólo le gustaba estar cerca de un hombre desnudo cuando los dos lo estaban. Y si bien para ganarse el pan escribía acerca de explícitas fantasías sexuales, en su vida cotidiana no se sentía cómoda ante la desnudez descarada. No era como la mujer que escribía acerca de relaciones y citas amorosas en la columna del periódico. Y, en ningún caso, se parecía a Bomboncito de Miel.

Lali Espósito era una impostora.

–Ya que no podrás sacar fotos –dijo Candela mientras pinchaba un pedazo de pollo de su ensalada oriental–, toma notas para mí.

–Eso no es ético en un montón de sentidos –dijo Lali, y entonces recordó el ofrecimiento de Peter Lanzani de «darle sabor a su café» en su taza y se dijo que, en esta ocasión, podría dejar de lado la ética–. Le vi el trasero a Peter Lanzani.

–¿Al natural?

–Como su madre lo trajo al mundo.

Candela se inclinó hacia delante.

–¿Cómo es?

–Está bien. –Lali recordó sus esculturales hombros y su espalda, la marca de su columna vertebral, y la toalla deslizándose hasta sus pies, mostrando la redonda perfección de sus nalgas–. Muy bien, de hecho.

No podía negarlo, Peter era un hombre hermoso, pero por desgracia su personalidad dejaba mucho que desear.

–¡Caramba! –suspiró Candela–, ¿por qué no habré terminado la carrera? ¿Podría conseguir un trabajo como el tuyo?

–Demasiadas fiestas.

–Sí, sí. –Candela permaneció en silencio durante unos segundos, después sonrió–. Lo que necesitas es una ayudante. ¿Por qué no me contratas?

–El periódico no me pagará una ayudante.

–¡Qué problema!. –La sonrisa desapareció del rostro de Candela, cuya mirada descendió hasta la casaca de su amiga–. Tendrás que comprarte ropa nueva.

–Ya lo hice –dijo Lali antes de llevarse un trocito de pasta a la boca.

–Cuando digo nueva me refiero a algo más atractivo. Siempre vas de negro o gris. La gente no tardará en preguntarse si estás deprimida.

–No estoy deprimida.

–Tal vez no, pero deberías vestir algo con un poco de color. Rojos y verdes, especialmente. Vas a viajar durante toda la temporada con tipos grandes llenos de testosterona. Es la oportunidad perfecta para hacer que uno de ellos se fije en ti.

Continuará…

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Hola mañana subo capítulo de un amor de verdad y hago maratón de más que un juego .

PD: en el multimedia foto de lali y Peter en la canción del otro lado créditos para tefi laliter

XOXOXO

Crystal

MAS QUE UN JUEGO-LALITERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora