–¿Qué es esto? –preguntó él apuntando con la hielera hacia ella–. ¿Te has prometido a ti misma hacer todo lo posible para no volver a acostarte con nadie en la vida?
Ella frunció el entrecejo.
Capítulo 11:
–Tal vez te sorprenda, pero estoy aquí para trabajar, no para irme a la cama con el primero que se cruce en mi camino.
–Está bien, está bien. –Peter recordó su conversación con Rojas y se preguntó si se habría acostado con el viejo Carlos Bowers para conseguir el trabajo. Había oído historias relativas a la debilidad de Carlos por mujeres lo bastante jóvenes para ser sus nietas. De hecho, cuando Peter se trasladó a Buenos Aires, Benjamín le dijo que años atrás Carlos había estado a punto de casarse con una jovencita, pero que ésta se había arrepentido en último momento y lo dejó plantado en el altar. Peter no solía tomar en consideración los chismes y no sabía cuánto de cierto había en aquella historia. Simplemente, no podía imaginarse a Carlos en el papel de cazachicas–. Dudo mucho que encontrara algo de acción con esa pinta.
Lali abrió la bolsa de los dulces.
–Al parecer, tú no tienes problemas para encontrar acción, Pitty. –A Peter no le gustó el modo en que pronunció «Pitty», pero no le pidió explicaciones. Ella se las dio de todos modos–. Te vi marcharte con la morocha. Por lo que pude ver, yo diría que es azafata. Tenía ese aire de ven-a-volar-conmigo.
Peter siguió camino de la máquina de hielo e hizo el gesto de quitarse el sombrero.
–Es prima segunda mía.
Lali no pareció creerle, pero a él no le importó lo más mínimo. Ella creería lo que le diera la gana y escribiría aquello que sirviera para vender más periódicos.
–¿Para qué quieres el hielo? ¿Te preocupan las rodillas?
Era demasiado lista.
–No.
-¿Quién es Matías Peri? –preguntó Lali.
Matías era una leyenda del rugby, pues había jugado más partidos que nadie como fullback. Peter admiraba sus estadísticas y su dedicación. Años atrás, Peter había escogido el número de Matías como amuleto de la suerte. No se trataba de un gran secreto.
–¿Has estado leyendo sobre mí otra vez? –preguntó mientras metía el hielo en la hielera–. Me siento muy halagado –añadió, pero no se esforzó para que sus palabras sonaran convincentes.
–No tienes que agradecer. Es mi trabajo. –Lali se metió un M&M's en la boca, y al ver que Peter no decía nada, insistió–: ¿No vas a responder a mi pregunta?
–No.
Ella no iba a tardar en entender que ninguno de los muchachos se iba a mostrar cooperativo. Lo habían hablado y habían trazado un plan para confundirla y sacarla de sus casillas. Tal vez de ese modo regresaría a casa. Fuera del vestuario, le enseñarían fotografías de sus hijos y hablarían de cualquier cosa excepto de lo que ella realmente queríra hablar: el rugby. Dentro del vestuario, colaborarían lo justo para no ser acusados de discriminación sexual, pero eso sería todo. Peter no creía demasiado en la eficacia del plan. Estaba convencido de que la sacaría de sus casillas, pero eso no lograría que se vaya. No, después de hablar con ella durante unos cuantos minutos, se dijo que pocas cosas podrían derrotar a Mariana Espósito.
–Sin embargo, te diré algo. –Peter se apartó de la máquina de hielo y susurró a su oído cuando pasó por su lado–: Sigue buscando, porque la historia de Matías es muy interesante.
–Buscar también forma parte de mi trabajo, pero no te preocupes. No estoy interesada en tus pequeños secretos sucios –dijo a su espalda.
Peter ya no tenía secretos sucios que guardar. Aunque había ciertos detalles de su vida personal que prefería que no aparecieran en los periódicos; por ejemplo, que tenía diferentes «amigas» en ciudades, aunque semejante información no daría para grandes titulares. A la mayoría de la gente no le importaría. No estaba casado, y aquellas mujeres tampoco lo estaban.
Entró en su habitación y cerró la puerta. Sólo había un secreto que no quería que nadie conociera. Un secreto que le hacía despertar a media noche bañado en sudor frío. En cada nuevo partido, jugaba con la posibilidad de que un buen disparo lo dejara cojo de por vida, y lo que era aun peor, acabara con su carrera.
Peter vertió los cubitos de hielo sobre una toalla de mano y se quitó los pantalones cortos. Se rascó el vientre, después se sentó en la cama con la rodilla sobre la almohada y colocó el hielo alrededor de aquélla.
Lo único que había deseado en su vida era jugar al rugby y ganar la copa. Vivía y respiraba para conseguirlo, eso era todo lo que sabía. Al contrario que algunos chicos, que eran escogidos por los equipos profesionales al acabar la universidad, él había sido seleccionado para jugar en el campeonato a los diecinueve años, con un brillante futuro por delante.
Por un tiempo, sin embargo, su futuro se torció. Cayó en un círculo vicioso de dolor y adicción. De recuperación y trabajo duro. Y finalmente había surgido la posibilidad de ver cumplidos sus sueños. Pero el trofeo que había conseguido el año anterior al de su lesión había quedado atrás, y él no estaba seguro de seguir disponiendo de lo que se requería. Algunos –incluidos varios directivos de Alumni– se preguntaban si no habrían pagado demasiado por su fullback, si Peter estaría en condiciones de reanudar su prometedora carrera.
Como quiera que fuera, y sin importar el dolor que sintiera jugando, estaba dispuesto a dejar la piel para que nada se interpusiera entre él y la conquista del campeonato. Estaba al ciento por ciento. Leía los partidos, paraba todo lo que le lanzaran. Se encontraba en un buen momento, pero sabía lo rápido que puede pasarse de lo más alto a lo más hondo del pozo. Podía perder la concentración. Dejar pasar unos cuantos pases fáciles de atajar. Calcular mal la velocidad de la pelota, dar demasiados pases atrás, y tener que atrapar la pelota detrás de los palos. Cualquier jugador podía tener un mal juego, pero saberlo no le hacía sentir mejor.
Un mal partido no significaba una mala temporada. En la mayor parte de los casos al menos. Pero Peter no podía perder más tiempo.
Continuará…
_____________________________