capítulo 76

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Entonces prefiero no saber lo que eres capaz de hacerle a la gente que no quieres», había dicho.

Lanzó la almohada a un lado, se sentó en la cama y se enjugó las lágrimas. Se puso un polo grande, después fue a la cocina. Abrió la refrigeradora y miró dentro. Había pasado bastante tiempo desde la última vez que la limpió. Cogió una vieja lata de encurtidos y la puso en la encimera. Encontró un pote de mostaza vacío y un litro y medio de leche vencido y los puso junto a la lata de encurtidos. Le dolía el pecho y su cabeza parecía rellena de algodón. Le habría gustado dormirse hasta que el dolor desapareciera, pero aunque eso hubiera sido posible, tendría que volver a afrontarlo al despertar. 

Capítulo 76:

Sonó el teléfono y no contestó, cuando cesó el timbre, lo descolgó. Sacó el tacho de la basura y detergente líquido de debajo del lavadero y los colocó bajo la luz que salía de la refrigeradora abierta. Limpiaba para mantenerse ocupada. Para mantener a raya la locura. Eso no la estaba ayudando mucho porque no podía evitar rememorar cada maravilloso, cada excitante y cada horrible momento que había pasado con Peter Lanzani. Recordaba la forma que tenía de lanzar los dardos, como si pudiera acertar en el centro gracias a la fuerza de sus músculos. La forma en que manejaba su moto y cómo se había sentido sentada detrás de él. Recordaba el color exacto de sus ojos y su pelo. El sonido de su voz y el perfume de su piel. El roce de sus manos y la presión de su cuerpo sobre ella. El sabor de Peter en su boca. La forma en que la miraba cuando hacían el amor.

Amaba todo lo que tenía que ver con Peter. Pero él no la amaba a ella. Sabía que todo acabaría. Tarde o temprano. La historia de Bomboncito de Miel sólo había acelerado lo inevitable. Aunque nunca la hubiera enviado, aunque nunca la hubiera escrito, la relación entre ella y Peter no habría funcionado, a pesar de sus esperanzas. Ken siempre acababa junto a Barbie. Los guapos tenía citas con supermodelos, y Brad se casaba con Angelina. Así era la vida. Que hubieran roto no era culpa suya. Él la habría dejado. Seguramente, lo mejor era que la hubiera dejado en aquel momento, se dijo, en lugar de permitir que pasaran unos cuantos meses, dándole tiempo a Lali de descubrir y confirmar que aún estaba más enamorada de él. El dolor habría sido mayor. Aunque no podía imaginar nada más doloroso. Sentía como si una parte de sí misma hubiese muerto.

Dejó el detergente en la encimera y miró hacia el otro extremo del piso, donde había dejado el maletín sobre la mesita de café.  «En la historia de Bomboncito de Miel, hay ciertas cosas que están demasiado cerca de la realidad para ser una coincidencia», había dicho Peter.

Ella siempre había creído que él se reconocería en la historia, pero no había imaginado que la reconocería a ella. Fue hasta el sofá y se sentó. «Cosas que describen lo que tú y yo hicimos.» Sacó su computadora y lo puso en marcha. Abrió su carpeta «Bomboncito de miel» y dio clic en el archivo Marzo. Hasta aquel momento se había negado a leerlo. Temía que fuese horrible y no halagador, no tan bueno como originalmente pensó que era. Mientras lo leía, le chocó lo obvio que era todo. Lo realmente sorprendente habría sido que no sospechara nada. Cuanto más leía, más se preguntaba si había dejado todas aquellas pistas a propósito. Parecía como si hubiese ido saltando de un lado a otro de las páginas agitando las manos y gritando: «Soy yo, Peter. Soy Lali. Yo he escrito esta historia.»

¿Había querido darle a entender que ella era la autora de esa historia? No. Por supuesto que no. Eso habría sido una estupidez. Habría significado que perjudicaba adrede su relación.

Apoyó la espalda en el sofá y miró hacia la repisa que había sobre la chimenea. La foto en que estaba con Candela. El tiburón de cristal que Peter le había regalado. ¿Cuándo se había enamorado de él? ¿Fue en la noche de la fiesta? ¿La primera noche que lo besó? ¿O el día que le regaló el libro de rugby atado con una cinta rosa? Quizá fue enamorándose un poco de él en cada una de esas ocasiones.

Se dijo que el tiempo no tenía más importancia que la gran pregunta. ¿Qué era lo que siempre decía Candela acerca de la verdad? ¿No le había dicho que iniciaba las relaciones con un pie en la puerta? ¿Con un ojo fijo en el cartel de la salida? ¿Había escrito aquella historia con tantas referencias obvias para acabar con la relación antes de estar demasiado enamorada de Peter? En caso de ser así, la había escrito demasiado tarde. Se había enamorado con más fuerza y profundidad que nunca antes. Ni siquiera podría haber imaginado que fuera posible llegar a enamorarse así.

Sonó el timbre de la puerta y ella se puso de pie. Eran las dos de la mañana, y no podía imaginar quién estaría al otro lado de la puerta. El corazón le dio un brinco, a pesar de decirse que no podía ser Peter; no habría recorrido el país de una punta a la otra como algún “príncipe de película”.

Era Candela.

–Llamé a todos los hospitales –le dijo su amiga mientras abrazaba con fuerza a Lali–. Nadie me quiso dar información.

–¿De qué? –Lali se liberó de los brazos de Candela y dio un paso atrás.

–Tu padre. –Candela miró a Lali a los ojos–. El ataque cardiaco.

Lali meneó la cabeza.

–Mi padre no ha sufrido ningún ataque –dijo.

–¡Felipe me ha llamado para contármelo!

Oh, no.

–Eso es lo que he explicado en el periódico, pero sólo quería venir a casa y necesitaba una buena excusa.

–¿El señor Espósito no se está muriendo?

–NO.

–Me alegra oírlo, te lo aseguro. –Candela se dejó caer en el sofá–. Pero he encargado flores.

Lali se sentó a su lado.

–Lo siento. ¿Puedes cancelar el pedido?

–No sé. –Candela se giró hacia ella–. ¿Y por qué has tenido que mentir? ¿Por qué has vuelto a casa? ¿Por qué has estado llorando?

–¿Has leído la historia de Bomboncito de Miel de este mes?

Candela solía leer todo lo que Lali escribía.

–Por supuesto.

–Era Peter.

–Lo imaginaba. ¿No se sintió halagado?

–Para nada –respondió Lali, y entonces le explicó por qué.

Sin dejar de llorar, le contó todo a su amiga. Cuando acabó, Candela frunció el entrecejo.

–Ya sabes lo que voy a decir.

Sí, Lali lo sabía. Y una vez pensó que su amiga tenía razón. Lali siempre había sido la inteligente. Candela la guapa. Esa noche, Candela era la guapa y la inteligente.

–¿Puedes arreglarlo? –preguntó Candela.

Lali recordó la mirada de Peter cuando le dijo que se apartara de él y de Alelí. Lo había dejado bien claro.

–No. No querrá escucharme. –Se recostó en el sofá y miró hacia el techo–. Los hombres son unos tarados. –Sacudió la cabeza y miró a su amiga–. Hagamos un pacto para evitarlos por un tiempo.

Candela se mordió el labio inferior.

–No puedo –dijo–. Estoy saliendo con Felipe, o algo así.

Lali se incorporó.

–¿En serio? No sabía que la cosa fuera en serio.

–Bueno, él no es el tipo de hombre que suele interesarme. Pero es amable y me agrada. Me gusta hablar con él y también el modo en que me mira. Y bueno, la cuestión es que me necesita.

Sí, la necesitaba. Lali había imaginado que Felipe probablemente fastidiaría a Candela con una vida de necesidad.

Continuará…

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Hola si no es hoy es mañana que subo un capítulo de un amor de verdad
No se preocupe

Don't worry be happy
XOXOXO
Crystal

MAS QUE UN JUEGO-LALITERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora