Capítulo 55.

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POV Alicia.

El resto de la tarde transcurrió con relativa normalidad, al menos para mis acompañantes, porque en lo que a mí se refiere, se acumularon en mi interior un gran revuelo de sentimientos que no logré identificar con mucho éxito: me sentía feliz de estar junto con Carlos pero, por algún motivo, percibía que las cosas entre nosotros no estaban transcurriendo como de costumbre, desde lo sucedido con Lew todavía tenía la corazonada de que, muy en el fondo, seguía molesto, y para más inri, la presencia de Lidia estos días en el GP no han ayudado mucho precisamente a mejorar los ánimos. Era raro de explicar... por fuera, Carlos y yo parecíamos los de siempre, de hecho, ya volvía a mirarme de esa forma tan cariñosa que tanto añoraba, y yo, por supuesto, le correspondía con todo mi corazón, pero tengo el convencimiento de que la confianza entre ambos es lo que ha resultado algo mermada... y eso me hace sentir insegura e incapaz de llegar a una conclusión clara sobre cómo debería actuar en este panorama.

Por otro lado, Laia y Lando se han entendido muy bien y eso provocaba que se me ensanchara la sonrisa al verlos. Es que son tan tiernos. Lando sigue siendo muy tímido ante la presencia de la rubia, pero de forma paulatina, se va abriendo poco a poco y Laia, con su carácter zalamero y su simpatía desbordante, le animaba a que le contase cosas sobre él con tal de conocerlo mejor. Mucho me temo que, cuando realmente lo haga, empezará a ver a Lando como algo más que un amigo, pero solo el tiempo lo dirá. Sea como sea, aunque al final acabaran siendo solo amigos, da gusto ver cómo la gente que juntas "forzosamente" (aunque con la mejor intención del mundo) acaban llevándose bien.

Pasamos parte de la tarde junto con los chicos de McLaren en la cafetería de su escudería. Alrededor de las 18:30h, nos despedimos de ellos para empezar a dirigirnos al piso de Laia, ya que se avecinaba una fiesta muy top y todavía la pobre de mi BFF no sabía ni qué iba a ponerse. Al salir del establecimiento, llamé por teléfono a mi padre para encontrarnos de nuevo y despedirme también de él antes de que se dirigiese al hotel y posteriormente al aeródromo. Al vernos, me dio un abrazo fuerte y depositó en mi cuero cabelludo un montón de besos. Sabía que me iba a echar de menos, y yo a él también, porque es el mejor papi del mundo.

Al llegar al parking, Laia y yo nos dirigimos a su coche y mi amiga empezó a conducir rumbo a su piso. Ya por el centro de Londres, saqué la cabeza por la ventanilla de su Fiat 500 para observar con total asombro el atardecer que decoraba la capital británica con tonos naranjados y rosados que me incitaron a inmortalizarlos en una fotografía. Al pasar por al lado del Big Ben, me percaté de cómo éste seguía en obras porque tenía entendido que lo estaban remodelando. A los minutos, el panorama frontal de ambas fue invadido por un London Eye iluminado con LEDs azules que lo hacían mucho más llamativo de lo habitual, dado que la oscuridad ya estaba empezando a hacer estragos en el amplio y basto cielo de Gran Bretaña. El piso de Laia se encontraba cerca de este monumento, por lo que sabía que, tarde o temprano, íbamos a bajar en breves del coche. Tras aparcarlo en un su plaza de aparcamiento, en cuestión de un par de minutos, ya nos encontrábamos en frente de su edificio. Lucía antiguo, aunque me comentó que por dentro estaba totalmente reformado, pero el constructor decidió dejar la fachada intacta con tal que no perdiese esa esencia londinense tan característica. Ya en su interior, nos introdujimos en el ascensor para dirigirnos a su planta. Al abrir la puerta, me encontré en su interior un domicilio bañado en colores neutros, predominantemente el blanco, que provocaba que el piso luciese moderno y sofisticado. Mi amiga, ilusionada a más no poder, me cogió de la mano con fuerza para deleitarme con un tour de su lindo hogar. Lo cierto es que, a pesar de que era pequeño, estaba muy bien equipado, con su cocina, su sala de estar, su habitación y un par de baños, así como una pequeña terraza que a duras penas cabía en ella un par de sillas y una madera rústica que tenía Laia puesta en ella y que se comunicaba con el salón. Pero por ubicarse en el mismísimo centro de Londres, era sorprendentemente espacioso.

Diez mil estrellas (Ten thousand stars) | Carlos SainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora