Capítulo 58.

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POV Alicia.

Me quedé inmóvil mientras apreciaba como retiraba la mano de mi boca lentamente. Me había dado a entender que no hablase, no hiciese ruido o sonidos de cualquier tipo, con tal de no delatarnos. Al fin y al cabo, se había metido al baño de mujeres, y tal vez podría ganarse problemas si lo descubrían allí, pero la situación parecía darle morbo, porque era prácticamente incapaz de despegar su mirada de mis labios, e intuía cuáles eran sus intenciones. Sin embargo, anticipándome a los hechos, hablé antes de que éste pudiese culminar el instante con un beso.

- ¡Carlos! - espeté algo fuerte, por lo que el madrileño respondió llevándose el dedo índice a la boca, en señal de que guardara silencio o de que, como mínimo, bajara el tono de voz, mientras se le escapaba la risa - que susto me has dado, ya pensé que me iban a violar o algo - dije negando con la cabeza mientras yo también reía y le propiciaba un leve golpe en el hombro izquierdo a modo de protesta.

- Es que... necesitaba un momento en el que estuviésemos a solas - e inmediatamente se ganó una cara de obviedad por mi parte - ¿qué?, no me mires así, esto es lo mejor que se me ocurrió - espetó el piloto risueño y alzando los hombros.

- Porque la idea de reunirnos fuera de la discoteca al acabar la velada no se te había ocurrido, ¿no? - mencioné con una media sonrisa y mirándolo fijamente.

- Sabes que no hubiésemos estados solos, estaríamos acompañados de Lando y Laia y... como que no. Además - habló acercándose a mi, acorralándome más de lo que ya lo estaba mientras su rostro había cambiado completamente, observándome con seducción - ¿no te pone estar así? - dijo a la vez que empezaba a depositar en mi cuello besos y caricias, volviéndome débil en cuestión de segundos. Por ello, agradecí que me estuviese sujetando firmemente por la cintura.

- ¿Así cómo...? - jadeé.

- Tú y yo... - me besó en la mandíbula - solos... - me besó nuevamente, esta vez cerca de la comisura de mis labios - en un baño de una discoteca...

- Estás loco... - comenté perdiendo el control de la situación, ya que ésta estaba siendo manejada por Carlos con gran maestría.

- Creo que tú eres la culpable de que esté loco... - susurró en mi oído con una voz ronca, produciendo que sintiera un enorme escalofrío que me erizó el bello al chocar su aliento contra mi piel.

Fueron pocos segundos los que transcurrieron para que Carlos se dirigiese a mis labios de una estocada. Al principio, jugueteaba con ellos, me daba besos cortos pero muy tiernos, y mordía de vez en cuando mi labio inferior, provocando que me encendiese, pero el ambiente empezó realmente a subir de tono cuando los besos se tornaron más intensos y duraderos, logrando que nuestras lenguas se encontraran y se rozaran con cierta timidez. Carlos se aseguró de que no existiera ningún centímetro de distancia entre ambos, y devoraba mi boca como nunca había visto hasta ahora, causando que prácticamente nos faltara la respiración. Volvió a separar sus labios de los míos para iniciar un patrón de besos y pequeños mordiscos por el cuello, y eso me hacía sentir tan jodidamente deseada. Noté un leve cosquilleo en mi parte íntima, haciéndome entender que estaba empezando a perder la cordura, al igual que Carlos, que trataba de saborear todos los rincones que fuesen posibles de mi piel.

Por unos segundos, aprecié como el piloto de Fórmula 1 se separaba momentáneamente de mi persona y cerraba la tapa del retrete para sentarse y dar palmadas encima de su pierna, incitándome a colocarme encima suyo, gesto que hizo que me sonrojara como hacía tiempo que no lo hacía. Me pareció atrevida la sugerencia, pero no pude negarme, mi cuerpo no me lo permitía. Carlos juntó sus piernas para que pudiese acomodarme lo mejor posible, y yo coloqué una pierna a ambos lados del piloto hasta sentarme finalmente en su regazo. Me acaloré con rapidez al notar, por un lado, el cuerpo de Carlos y el mío tan pegaditos, en esa pose tan sugerente, y por otro, como mi vestido se había subido notoriamente hasta cubrir lo mínimo, pero no tuve tiempo de pensar sobre ello siquiera porque el madrileño se lanzó de nuevo a mis labios, besándome una y otra vez, y yo, por supuesto, le seguí el ritmo a todos y cada uno de esos besos. En un intento de bajarme el vestido, sin querer, rocé con la mano izquierda el bulto prominente que nacía en el pantalón de Carlos, ocasionando que sintiera nuevamente un cosquilleo intenso por todo mi cuerpo, y especialmente en mi feminidad. Pensé que si seguíamos a este ritmo, íbamos a hacerlo en el baño de esta discoteca tan variopinta y lujosa a la vez.

Diez mil estrellas (Ten thousand stars) | Carlos SainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora