Capítulo 67.

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POV Alicia.

Mis párpados empezaron a abrirse con cierta lentitud al mismo tiempo que algunos músculos de mi cuerpo efectuaban algún que otro tímido movimiento, avecinando que iba a despertarme de forma inminente. Con los ojos arrugaditos, ojeé el entorno que me rodeaba de una pasada y no logré identificar con demasiado éxito dónde me encontraba. Los finos rayos de luz que se filtraban por los pequeños huecos de la persiana me permitieron observar una habitación de pequeñas dimensiones, aunque lo suficientemente espaciosa como para que cupiese un armario blanco y una cómoda del mismo color, así como decoración variada en aquellas paredes color turquesa que todavía no había conseguido identificar con suficiente minuciosidad.

Levanté la cabeza de la almohada algo desorientada, no sabía dónde me encontraba, obvio que era consciente de que estaba en casa de Carlos, pero era igualmente evidente que esa no era su habitación, inclusive me atrevía a decir que tampoco era de ningún otro miembro de su familia, parecía más bien un dormitorio para invitados, ya que aquel habitáculo estaba falto de personalidad, falto de detalles y objetos que definen, en parte, los anhelos y las ilusiones de la persona a la que pertenece.

Con un notorio sosiego, retiré de mi cuerpo aquella sábana delgada y suave de verano que me cubría hasta el vientre, y coloqué mis dos pies descalzos en aquel parquet laminado en un tono tostado cuyo tacto era lo suficientemente agradable como para depositar mis pies al desnudo con el fin de efectuar algunos pasos. Caminé con calma mientras observaba aquellos rincones de la habitación que más me llamaban la atención. Me detuve en seco al llegar a la altura de un estante anclado en la pared con una multitud de marcos de fotos familiares. Me enternecí cuando vi a Carlos con sus dos hermanas en una foto veraniega, en la que el piloto sale abrazando a Blanca y Ana, los tres sentados en la orilla de una lancha con el fondo del mar. También sonreí al ver, esta vez, una fotografía en época navideña en la que aparecía la familia Sainz al completo, las hermanas con sus perritas de pelaje blanquecino a cada lado, los padres trajeados con un vestuario sumamente elegante, y Carlos con un look impoluto de pies a cabeza, con un smoking negro que lo hacía ver un hombre indudablemente seductor y con una mirada penetrante que incluso podía sentir como me atravesaba en aquel preciso momento, aún tratándose de una simple foto.

Ya en frente de la puerta y con la intención de abrirla, hice una pausa para observar mi vestimenta antes de buscar a Carlos por toda la casa y me percaté de que llevaba el vestido de anoche. Y entonces lo recordé todo. Me quedé dormida en el sofá, el cansancio me pudo hasta tal punto que ni me permitió esperar a Carlos salir de la ducha despierta. Mi cuerpo necesitaba recuperar toda la energía que había empleado para el día de ayer, y de alguna manera inexplicable, también intuía que me iba a hacer falta para el día de hoy, por ese motivo, tenía la sensación como de haber dormido más horas de las que habitualmente suelo hacerlo. Algo me decía que la jornada de hoy iba a ser intensa... quién sabe cómo va a ser esta breve pero emocionante estancia que vamos a compartir Carlos y yo a modo de aventura. Pero lejos de querer comerme la cabeza avasallándola a base de cuestiones sin resolver, decidí abrir lentamente la puerta de aquella habitación para situarme en un pasillo un tanto desubicada, ya que me resultaba poco familiar, pero al pronto vi las escaleras y escuché algún sonido proveniente de la planta inferior, por lo que procuré bajar lentamente, un poco con la intencionalidad de asustar a Carlos si me resultaba posible y oportuno. Me había despertado un poco traviesa, lo confieso. No hay nada como haber pasado una buena noche para despertarse de ese modo. Pero me enamoraba la idea de que Carlos anoche me trajese al dormitorio con tanto cuidado y mimo, y me sorprendí al ver que optó por llevarme ahí y no a la suya. Es todo un caballero, no hay lugar a duda.

Al llegar, lo primero con lo que me topé es con la puerta de la cocina, que estaba completamente abierta, y de ella salía un olor como a masa de tortitas que provocaba que mi estómago rugiera con gran énfasis. Anduve de puntillas hasta llegar al marco de la puerta y asomé mi cabecita con tal de verificar si en el interior de aquella moderna cocina se hallaba mi chico favorito. Y como de un milagro se tratase, allí estaba Carlos, vestido con una camiseta de manga corta bien ajustada a su tremendo y musculoso cuerpo, un tejano corto hasta las rodillas y unas zapatillas Nike negras con detalles rojos y dorados. Fue algo mágico cuando entonces Carlos, sin que yo pronunciase palabra, y como por arte divina, giró su cabeza hacia mi dirección y se detuvo por completo tras conectar su mirada con la mía. Y entonces sonrió. Y joder, como sonrió. ¿Sabéis de esas sonrisas capaces de inmortalizar un momento?, ¿capaces de parar el corazón por unos segundos?, ¿de hacerte sentir más viva de lo que realmente ya estás? Pues todo eso me retransmite siempre Carlos con tan solo mirarme y sonreírme. Sus labios se estiran muy dulcemente para dejarme entrever esa dentadura impoluta y perfecta que el madrileño luce tan bien. Y yo, débil con tan solo su presencia, no pude evitar sonreírle de vuelta. Me resultó entrañable el hecho de que Carlos estuviese cocinando unas crepes, porque intuí que lo hacía por mí y eso hacía verlo tan adorable. En el medio de la isla, se hallaba fruta variada cortada a porciones (fresas, mango, plátano...) así como un bote de nutella abierta con un cucharón de sopa metido en ella.

Diez mil estrellas (Ten thousand stars) | Carlos SainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora