—¿Qué te trae a mi humilde morada?
El aroma de Adam estaba por todas partes, el de Henry y el de Gansey, ¿qué hacían esos tres paseando en la casa de Kavinsky? Ronan le dio un punta pie a la puerta.
—¿Te acostaste con Adam Parrish?
—Sí.
—¿Owen es tu hijo?
—No lo sé. Tal vez. Te dije que ese omega no era tan inocente como lo creías, ¿notaste los aromas? Ese chico ha estado en mi oficina hace rato. —extiende sus brazos, sabe perfectamente que Ronan lo olerá. Y es verdad, huele a Adam, sus feromonas dulces se mezclan con las de Kavinsky. Pero podría haber una explicación. —A ese chico le gusta grabar lo que hace... —espera unos segundos antes de que saque el teléfono y se lo muestre. —¿Ves? Chico travieso.
Adam está... maldita sea, Ronan ha sido un estúpido. Da media vuelta, debe regresar, debe enfrentarlo, reclamarle... pero al llegar a su casa entra a su habitación y llora. Llora gimoteando como si le doliera algo o lo estuvieran matando.
Su padre tenía razón, los omegas eran desconfiables, les gustaba divertirse con los alfas. Todo lo de hacerse débiles, frágiles e inocentes era parte de su acto. Ellos se miraban inofensivos para jugar con alfas, saquearlos, y botarlos.
Antes de marcharse, Adam regresó a St. Agnes por algunas cosas, a pesar de que Kavinsky le había comprado todo un guarda ropas a Owen, no pensaba llevarse nada.
Encontró en su puerta un post-it.
R.L.
Ven a Los Graneros.
<<Nunca>>, pensó Adam... pero, R.L. significaban las siglas de Ronan. Debatió toda la noche, ese mensaje pudo estar mucho tiempo... además, no podía dejar a Owen y tampoco era prudente sacarlo de noche. Ya habpia ido a Los Graneros y no había encontrado a nadie, ¿sería una trampa?
Pero a la mañana siguiente decidió ir.
No había nadie, estaba a punto de regresar, cuando la voz de Ronan lo detuvo.