Las tardes como aquellas no le gustaban. Llovía y no podía jugar con Adam y Ronan. Ellos -los tres- miraban cómo caía la lluvia, sentados en la silla larga, tapados y con tazas humeantes. Ronan posaba su mano en la enorme barriga de Adam. Opal solía colocar su cabeza contra el estómago y sentir que algo estaba ahí. Algo se movía, algo con magia, algo con esencia, algo hecho por Adam y Ronan. Pero ahora mismo la cabeza de Opal descansaba en el brazo de Adam.
La habitación de Declan se convirtió en una habitación en la cual Opal, Ronan y Adam colocaban cosas para niños más pequeños que ella. Opal colocó la "R" que siempre se caía y que siempre tenía que colocar ella porque Adam no podía hacerlo (le costaba agacharse y levantarse) y Ronan no le tomaba importancia.
Opal decidió saltar a la lluvia y patear los charcos, Ronan le gritó y Adam tomó una foto. Le gustaba ver a Adam sonreír, porque por un tiempo él se miraba enfermo, vomitaba, se mareaba y a veces lloraba hasta quedarse dormido. Lo miraba débil, y eso la entristecía. Pero ahora Adam estaba mejor, con el estómago más inflado como nunca antes estuvo, pero estaba feliz.
Después de un rato en la lluvia, Ronan tuvo que ducharla con agua caliente, Adam también estaba en la bañera porque ambos podían controlar la inquietud de Opal, así que cuando Ronan tomó el shampoo que era especial para ella (un shampoo de ensueño), chilló porque ese era el trabajo de Adam. Sólo él podía tocar sus cabellos y sus puntiagudas orejas. Cuando la ducha terminaba, Ronan solía salir a soñar al granero, Adam solía leerle un cuento a Opal. Eso hacían hasta que de la nada Adam comenzó a sostenerse el estómago.
—Opal, ¿puedes ir por Ronan, por favor?
—¿Kerah?
—Opal, apresúrate.
Ella no quería dejarlo solo... viendo que Adam comenzaba a asustarse. Pero ella supo que era una emergencia, primero salió corriendo y detuvo su carrera en la puerta de la habitación, gritó "Kerah", volvió junto a Adam para averiguar si estaba bien.
—Ve. —Le dijo Adam, pero Opal sabía que si lo dejaba algo malo iba a pasar, algo malo como sangre brotando de la cabeza de Adam.
—¡Kerah! —gritó Opal.
—No va a funcionar. —Adam dejó la cama que compartían él y Ronan. —El teléfono, Opal, hay que hablar a la ambu-
—¿Ma?
Lo siguiente que vio es que Adam se arrodillaba y se sostenía el estómago. No podía dejarlo ahí, no podía levantarlo y llevarlo hasta Ronan. Así que con el dolor de su corazón, y disculpándose, salió. Dejó solo a Adam. Llegó al granero y azotó con todas sus fuerzas. ¡Kerah! Una y otra vez le gritaba a Ronan.
—Mierda... ¿qué...? —la cara de Opal seguramente le advirtió a Ronan que algo andaba mal. —Mierda. —corrió detrás de Ronan. Cuando llegaron Adam volvía estar rodeado de sangre y el corazón de Opal no podía resistirlo.
Era obvio que Opal quería acompañarlos, no quería quedarse como la última vez. Pero Ronan la empujó, la excluyó. Ella estaba dispuesta a correr bajo la lluvia para alcanzar el auto y subirse junto a Adam. Ronan entró a la casa y ella aprovechó a subirse y sujetarlo.
—Opal, debes de ser fuerte. —escuchó la débil voz de Adam. —Debes quedarte y ser una buena niña ¿de acuerdo? Yo sé que lo serás, iré al hospital y volveré, lo prometo.
Ella negó. Adam volvió a tratar de convencerla. Ronan salía con el teléfono pegado a la oreja y gruñó hacia Opal, él la sacó con tanta fuerza que creyó que él la odiaba.
—Va a volver, no hagas un drama, maldita sea. Todo va a estar bien.—rugió Ronan. Pero Opal no podía confiar en él, porque en los sueños Ronan decía que iba a estar bien, pero nada salía bien.
El auto se fue. Opal entró a la casa, estaba mojada, sola y con el corazón echo pedazos. El alma se le rompía.
Pasaron dos días en los que no vio a nadie. No estaba la mujer joven del 300 de Fox Way. El carro de Ronan volvió a ser escandaloso y ella salió disparada para reclamarle.
—¡Adam! ¡Adam! ¡Dijiste que regresaría!
—Opal, no estoy de humor para lidiar contigo. Piérdete.
—¡Adam! —insistió ella. —Llévame con él. Dijiste que estaría bien.
—También él te dijo que volvería ¿no es así? ¿Por qué no le reclamas a él?
Ese día ninguno dijo nada. Ella estaba molesta y quería morder algo de Ronan, algo de Adam porque siempre había creído en sus promesas y siempre las cumplía, y esta vez las había faltado. Las mujeres del 300 de Fox Way llegaron a invadir su casa así que ella salió lejos. Cuando volvió a la casa no había nadie.
¿Cómo podía comunicarse con Adam si no tenía el teléfono de Ronan? Buscó por toda la casa para hallar otro teléfono, cuando lo encontró no sabía a quién marcar. Observó el aparato hasta que se hizo de noche.
Adam no apareció en cuatro días. Ronan trataba de hacer todo lo que hacía Adam, no pudo hacer nada bien. Ella estaba a lado de Ronan. Extendió su brazo para ayudarle.
—Adam y yo doblamos ropa. Opal puede doblar la de ella.
—Bien. Toma. —le dio las playeras que usaba, las faldas que Adam le compraba, los chalequitos, la pijama bata que usaba para dormir y otras prendas que sólo Adam se había preocupado por darle. Sus amados gorritos, unos de lana, otros hechos por Adam y otros obsequiados por la señorita del 300 de Fox Way.
—Adam.
—No está, deja de molestar.
La lavandería parecía más pequeña que antes. Opal empujó con suavidad a Ronan para que le dijera algo.
—¡Qué no lo sé!
¿Cómo no iba a saber algo de Adam? Ella gruñó y le mordió la mano.
—¡Vete a un puto agujero!
Sí Adam no iba a estar con ella, ella tampoco iba estar con Adam. Corrió y asustó a todos los animales que Ronan soñó. Chainsaw le sobrevoló, pero volvió hacia Ronan. Adam le había dicho que fuera fuerte ¿en qué sentido? No lo entendía ni lo tenía claro. Pasó el día entero debajo de un árbol mordiendo un palo.