Christmas (una brevis)

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Navidad.

Cualquier niño común y corriente estaría más que emocionado en esa época. Adam no era un niño común, le había pasado algo extraordinario cuando cumplió once y una carta con caligrafía cursiva en tinta verde esmeralda anunciaba un viaje a otro mundo. Un mundo que seguramente otros niños soñaban con tener. Pero a Adam, en un mundo como en otro le preocupaba el despiadado invierno. Donde nació gozaba de todas las estaciones con un radiante sol que tostaba y bronceaba la piel y calor que empapaba tu ropa. Sin embargo, fuera de su zona de confort no solo había cambiado de pueblo, sino que se había mudado al otro lado del mundo. Como era de esperarse, estaba más temeroso que emocionado.

Sus preocupaciones siempre iban y venían desde el primer día que bajó del tren. Aun antes pasó todo el tiempo creyendo que era un sueño, que en algún momento despertaría y se sentiría un completo genio por imaginar tantas cosas y a su vez sentiría tristeza. No obstante, cada paso era más real. Así su mente se reconfiguró para atormentarlo de la siguiente manera:

1.- En cualquier momento dirán que se equivocaron.

2.- No serás lo suficientemente bueno y te echarán.

3.- Si cometes un error estarás fuera.

Ahora pensaba en el frío del invierno. El melancólico comedor casi vacío y lo acogedor que era estar bajo un efecto de nieve cayendo sobre él, el fuego en las charolas colgadas en la pared, la chimenea crepitando y los árboles navideños. Era cálido, sin embargo, si dejaba el comedor o los dormitorios volvería a sentir el lúgubre frio de un enorme castillo embrujado. Por los pasillos escuchaba las risas de Peeves, fantasmas atravesándolo, ¡y ni hablar de ir a las mazmorras con el entorno fangoso y piedras húmedas!

La biblioteca también gozaba de ser un espacio acogedor y cálido. Adam buscó en los libros si había algún hechizo que lo mantuviera en calor si salía del castillo.

Apuntando su varita hacia su barbilla sin llegar a tocarla, vio fijamente hacia el frente y analizó el hechizo que acababa de leer. Las probabilidades de incendiarse eran altas, así que volvió sus ojos al libro.

Dejó su varita a un lado, tomó hojas roídas de los bordes y una pluma con tinta negra en la punta. Escribió, tal vez haya descubierto como no morir congelado.

Contener el fuego dentro de un frasco era mejor variable que incendiarse a sí mismo, también estaba la opción de buscar plumas de fénix, pero Adam estaba en contra de hacerse un abrigo de animales.

Regresó con una alegría burbujeante y fuego azul en sus manos. El hechizó le había quedado estupendo. La sala común de Slytherin se caracterizaba por el color verde y Adam llevaba con él algo azul. Vio deprisa a sus alrededores, no había nadie que lo juzgara. Al no poder regresar en vacaciones, Adam gozaba de las fiestas en Hogwarts. Mientras que otros niños se alegraban por ir a casa y pasar Navidad con sus parientes y amistades, Adam era feliz en el castillo; a menudo pensaba que era dueño del castillo hasta que tropezaba con Peeves u otros alumnos y los fantasmas.

Adam no tenía una casa a la cual volver. Sus padres, muy angustiados, lo vetaron de por vida; el director, muy comprensivo, lo dejó vivir en Hogwarts así que, hasta que se graduara, no iba a poner un pie fuera del castillo. Y eso estaba bien... hasta que escuchó como los otros niños, antes de salir de vacaciones, hablaban gustosamente de Hogsmeade, lo increíble, magnifico y la mejor experiencia de sus vidas. Al no tener un tutor, se dio cuenta que caía, desgraciadamente, en la desventaja de no poder ir. No se preocuparía por eso.

Eso pensaba, pero sus compañeros no dejaban de hablar sobre la villa única del pueblo y Adam sentía más y más curiosidad. Así que fue hacia el único lugar con respuestas. Sus únicos amigos, los libros, contaban muchas historias sobre Hogsmeade. Estaba encantado, pero no era suficiente, tenía que vivir la experiencia. Así que, en su tercer año, como todos en Hogwarts entregó su permiso a la profesora.

Sueños, sin pesadillas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora