Seis años después, Kavinsky, viajó un largo tramo por carretera hacia Manhattan. Ya que Adam se negaba a verlo después de tanto tiempo, Kavinsky tenía que ir por él. Le siguió la pista gracias al noticiero de las seis: "joven prodigio nacido bajo la casta omega, logra entrar a la prestigiosa universidad de Harvard, blah, blah, blah". Hablaban de Adam como si de un milagro se tratase.
Diez horas conduciendo era un dolor en el trasero, Prokopenko condujo casi todo el camino, pero de noche, Kavinsky tomaba el control y aceleraba como si su vida dependiera de ello. Amaba el olor a los neumáticos.
Era una decepción sobre los hombros tensos de ambos, no encontraron a Adam, y para colmo no respondía al teléfono que le dio. Pateó con fuerza el neumático de su Mitsubishi.
—¿Qué hacemos? —Prokopenko extendió el periódico, buscaba la página dónde salía Adam, la parte que les interesaba era la dirección del local. —¡Ah! Lo encontré, sí, ¿lo ves? Estamos justo enfrente. —le señala el recuadro con la imagen de Adam cortando un listón.
—Esperar. Ve a traer algo de comida. —iba a esperar dentro de su auto, con un cigarrillo y música.
Esperaron casi todo el día, pero no había nadie que abriera el local, maldijo a Prokopenko y le golpeo hasta que le ardieron las palmas de las manos.
—Pero no todo está perdido, podemos dar la vuelta y visitar a Lynch. Nos llevaría... ¿treinta minutos?
No es mala idea, pero Ronan siempre lo recibe de la misma manera: despectivo y con desdén. Las cosas no iban bien entre ellos, Kavinsky lo siguió, pero regresó a su mansión con el orgullo pisoteado. Pero al menos, su alfa dominante, estaba solo, no había ningún omega rondándole.
De pronto, un rayo de esperanza iluminó su mirada. A lo lejos, una figura familiar abría, con dificultad, el local. El bastardo se sujetaba al abrigo de su madre, con una mano firme y enguantada.
—Shchenok (cachorro)... —susurra, Prokopenko ve en su dirección.
—¡Ahí están! —Kavinsky le cierra la boca con un manotazo.
—Calma, no te exaltes, primero veamos qué hacen, ¿cuántos años crees que tenga?
—No lo sé, ¿cuántos años tienes tú?
—Los mismos que tú, pero no hablo de Adam, idiota. Me refiero al Shchenok.
—¿Qué importa?
—Hay que jugar con él, divertirnos un poco. Es una pena que olvidara comprar un obsequio...
Siguieron a Adam y al bastardo durante el resto del día, la noche y luego a la mañana siguiente. Recopilaron información.
(.)
El timbre sonó, varios adultos (dueños de sus propios cachorros) entraron afligidos en una enorme bola de gente. Kavinsky esperó, y esperó, hasta el último padre o madre que iba por su bastardo, pero no encontraba a Adam.