CAPÍTULO 1

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          —Ya voy a casa. —Al salir de la tienda le escribí un mensaje a mi amiga y compañera de piso, Samantha.

Había tenido que hacer unas compras de último momento después de haber pasado casi toda la mañana paseando mientras escuchaba la magnífica música de Lindsey Stirling. En mi opinión, una excelente violinista.

           —Ok. —Fue la respuesta escueta de mi amiga.

A mis 28 años, poseía la mayor parte de mis días libres, ya que trabajaba como extra de camarera tres días a la semana y algún fin de semana suelto. Por las mañanas mi rutina era salir a correr y, algunas veces, como hoy, iba a hacer la compra.
Ya me encontraba de camino a casa después de haber ido a comprar lo necesario para mi compañera de piso y para mí, estaba ilusionada con lo que me esperaba al llegar, llevábamos varias semanas planeando una escapada por el fin de semana ya que ambas lo teníamos libre. Me había costado lo mío que me concedieran el permiso de acampada en Titaguas, pero al fin, lo había conseguido.

Mi mejor amiga Sam y yo, nos mudamos juntas hace un par de años. Nos conocíamos desde que teníamos quince y dieciséis años respectivamente, siendo, solo por unos meses, ella menor que yo. Nos conocimos gracias a una amiga en común, en un principio no nos hablamos y, hasta podía decir que nos odiábamos, sin embargo, ese mismo día, tuvimos que salir juntas y eso fue lo que hizo que terminásemos hablando, al final, ambas nos llevamos bien y comenzamos a salir juntas casi todos los días. En la actualidad, podía decir que ella era mi mejor amiga, la única persona que ha estado siempre que la he necesitado y yo, por supuesto, también he estado para ella.
Volviendo a la actualidad, llegué a nuestro piso, el cual era bastante pequeño, pero suficiente para nosotras, constaba de dos habitaciones más o menos del mismo tamaño, cada una teníamos nuestra habitación decorada a nuestro gusto, un cuarto de baño con lo básico, un salón y la cocina. El piso estaba situado en una segunda planta de cuatro que formaban el edificio. La gente que vivía aquí, solía estar de paso, por lo que no conocíamos a la mayoría de los vecinos.

          —Buenos días ¿has comprado todo lo necesario? —preguntó mi amiga nada más entrar.

           —Si, tenemos ya todo para estos días ¿has preparado las demás cosas?

           —Por supuesto —respondió Sam y comenzó a contar con los dedos—: la tienda de acampada, las mantas, también he cogido algo de ropa para ti, la nevera ya la he traído del trastero y la he limpiado, solo falta hacer algunos bocadillos y guardarlo todo junto con unas bebidas.

           —Muy bien, pues venga, vamos a preparar todo, que tengo ganas de salir de aquí —hablé entusiasmada, no es que no me guste mi casa, pero estar siempre en el mismo lugar y haciendo las mismas cosas, a veces me agobiaba, en su lugar, un fin de semana en la montaña, sonaba muchísimo mejor.

          —Eeeeh, lo siento, pero vamos a tener que salir más tarde de lo que habíamos pensado, quizá después de comer, he hablado con Katy y dice que al final no puede salir antes de trabajar y que llegará sobre las 15:30. —Se disculpó mi amiga con rostro afligido.

          —Pfff —bufé— qué remedio. No me perdonarías si nos fuésemos sin ella. —Guiñé un ojo a mi amiga, ya que desde que conoció a Katy no podía apartar los ojos de ella.

Katy era nuestra vecina, vivía un piso superior al nuestro, antes de conocerla nos molestaba siempre que estaba en casa ya que usualmente tenía los tacones puestos.

Trabajaba de camarera en el turno de mañana en una cafetería que hace su vez de restaurante. La invitamos a pasar con nosotras este fin de semana para poder conocerla mejor, sabía que mi amiga se moría por hacerlo y se me ocurrió esto como una excusa. Hoy pediría el día libre para poder acompañarnos, pero por lo que se veía, le había tocado trabajar también.

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