CAPÍTULO 24

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Llegar a Getafe fue una pesadilla. Aún no habíamos llegado a entrar a la ciudad por completo y a nuestra derecha encontramos unos descampados de tierra, estaban vallados y llenos de lo que parecían cuerpos de personas. Los coches, en su mayoría, estaban destrozados y algunos de los locales que encontramos por el camino, tenían sus ventanas rotas. Era el peor escenario con el que nos habíamos encontrado hasta ahora.

Miré a Karla y ella tenía la misma expresión que yo, una mezcla entre sorpresa y miedo, de vez en cuando me apretaba la mano sin apartar la vista de la ventanilla. Quería tranquilizarla de algún modo, pero no encontraba las palabras adecuadas para decirle, por lo que me mantuve en silencio mientras seguía a los coches delante nuestra, los cuales estarían de la misma manera que nosotras porque habían reducido bastante la velocidad.

Seguimos recto por lo que parecía una avenida, los árboles a nuestra derecha nos taparon rápidamente aquella escena, dejándonos ver lo que parecía un paseo con varios bancos en los cuales sentarse, ahora con manchas rojas sobre el cemento blanco del que estaban hechos.

Pocos metros más hacia delante, un cartel con las palabras “Acuartelamiento aéreo de Getafe” daban paso a un gran aparcamiento, lo que habíamos visto anteriormente, debería ser parte de aquello. Cuánto más nos adentrábamos, más difícil se nos hacía conducir, no se parecía nada al camino que habíamos cogido para venir aquí en el que todos los coches estaban retirados, éstos quedaban en mitad de la calle y teníamos que regatearlos para que nos fuera posible pasar. En la primera rotonda que vimos, el Montero tomó la segunda salida para continuar por una calle algo más estrecha.

        —Están todos vacíos. —Karla había leído mis pensamientos. Los coches que nos habíamos encontrado, a diferencia de en otros lugares, no tenían ningún infectado en su interior.

Según avanzábamos, la calle se estrechaba hasta convertirse en un solo carril. Los coches aquí estaban a un lado y aunque tuvimos que pisar parte de la acera, pudimos pasar sin problema.

        —Aparca ahí. —Me dijo Karla al ver cómo los dos coches delante nuestra habían dejado el coche encima de la amplia acera a nuestra izquierda.

       —Ese es el edificio —informó Ana una vez estuvimos todos juntos señalando al edificio de la calle de enfrente. La construcción era de ladrillos marrones, solo de dos pisos de altura, con las ventanas cubiertas por una rejilla a cuadros. No era un buen augurio encontrarnos con marcas de arrastre con sangre por todas las aceras y la calle.

       —¿Qué ha pasado aquí? Esto es horrible. —Maritza tenía una mano tapándose la boca, estaba pálida y en un momento se retiró del resto, dándonos la espalda y comenzando a vomitar. Luke fue a ayudarla, y la sostuvo hasta que terminó. Después, María le alcanzó un poco de papel para que se limpiase.

       —Tendríamos que entrar, tiene que ser tarde y no queremos que anochezca sin haber asegurado, al menos, un piso donde quedarnos —El exmilitar se acercó hacia el portal con el número treinta y uno—. ¿Es éste? —preguntó señalando la puerta de hierro con partes de cristal que dejaban ver el interior.

       —Sí. — Ana siguió al moreno y se lo confirmó, el resto esperamos detrás de ellos mirando a nuestro alrededor buscando signos de infectados, pero nada, no había ninguno por la zona.

       —Está cerrada ¿No tendrás una copia de las llaves? —Flavio empujaba la puerta sin éxito, pero Ana negó con la cabeza—. Luke ¿Puedes echarme una mano? A ver si podemos tirar la puerta. —El de ojos claros fue hasta donde mi amigo y entre los dos dieron golpes con el hombro al mismo tiempo, pero la puerta no cedía.

       —Toma. —No sé en qué momento Samantha había ido al coche, pero traía una palanca y se la dio a los chicos que gracias al objeto pudieron abrirla.

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