CAPÍTULO 17

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Cuando salíamos del lugar había pasado alrededor de una hora, mi amigo aseguró la puerta metálica y le entregó a mi madre las llaves, ellos estarían por aquí cerca y podrían volver si necesitasen más armamento.

        —Muchas gracias por hacer el trabajo por nosotros, ahora, darnos las mochilas y todas las armas que lleváis con vosotros. —En cuanto salimos del almacén, cuatro hombres armados, nos apuntaban, a sus pies detrás de ellos había varios infectados tirados en el suelo sin moverse.

        —Ni hablar, nos las hemos arreglado nosotros para cogerlas, haber sido más inteligentes. —Dochka fue la primera en atreverse a hablar. Uno de los hombres se acercó a ella en postura amenazante, sin embargo, la rubia no se inmutó.

        —Con genio, me gusta, pero… —Le apuntó con el arma en la cabeza—. ¿Eres tan estúpida como para negarte de nuevo? —Vi como la mujer tragó saliva y no abrió la boca—. Lo que pensaba. —El hombre, después de eso, se alejó mientras reía.

        —No os vamos a entregar una mierda, podéis volver por más al almacén, hay un montón dentro, dejad que nos vayamos y no tendremos problemas. —Esta vez fue Flavio el que intentó mediar la situación, pero fue en vano, los hombres se miraron entre ellos y otro de estatura más grande que él, se acercó a mi amigo y le propició un golpe en la cabeza con la culata de la pistola que hizo que cayese.

        —Espero que esto os haya enseñado a los demás, nos quedaremos con vuestras armas y, por supuesto, con el resto —Julio se echó sobre el tipo que había golpeado a Flavio, pero otro de ellos, le disparó en la pierna—. Se acabó, Carlos, átale las manos a ese de ahí —Señaló al moreno quien yacía inconsciente en el suelo—. Tú, Samu, haz lo mismo con el que has disparado. —Julio estaba en el suelo, gritando y tapando la herida que sangraba, ninguno de nosotros nos atrevimos a mover un músculo, lo sentía por él, quería ir a ayudarle, sin embargo, los hombres nos veían como retándonos a que lo hiciéramos, temía que si iba con Julio nos dispararían.

Cuando terminaron con los dos hombres, siguieron atándonos al resto, no nos negamos en nada ya que habíamos visto de lo que eran capaces de hacer, pero teníamos que pensar en algo si no queríamos terminar mal.

Después de atarnos, nos subieron a la parte de atrás de la camioneta, el hombre corpulento, que ahora sabíamos que se llamaba Carlos, subió con nosotros, su arma nunca dejó de apuntarnos.

        —Déjame que le ayude —Dochka le pidió al hombre que nos miraba sin una pizca de compasión—. Se va a desangrar, por favor. —Casi rogó, después de dudar unos segundos, el hombre se acercó a ella y la desató.

        —Como hagas alguna estupidez, no dudaré en meterte una de éstas en la cabeza. —Señaló su pistola con la mirada, Dochka intentaba taponar la herida, pero ésta seguía sangrando, Julio tenía la cara roja y lloraba de dolor.

        —Mamá ¿Qué vamos a hacer? —Le pregunté a mi madre, pero realmente no esperaba respuesta, no sabíamos a dónde nos llevaban ni qué nos harían allí, lo único que sabíamos era que teníamos que escapar como fuera.

        —No lo sé, pero por el momento deberemos esperar a llegar donde sea que nos lleven, ahora, así como estamos no podemos hacer nada, esperemos tener alguna posibilidad en aquel lugar.

Después de media hora más de recorrido, llegamos a una casa de dos pisos, la fachada era de ladrillos naranja, parecía en buen estado. Los hombres al bajar se deshicieron de los pocos infectados que rodeaban la zona y volvieron para bajarnos a empujones.

No pudimos ver mucho de aquella casa ya que nada más entrar nos encerraron en el sótano, era un lugar amplio y oscuro, el suelo era de cemento cubierto por una capa de polvo, olía a humedad y, además, estaba bastante oscuro, ya que el lugar sólo contaba con una ventana sin picaporte, después de eso, nada, no había absolutamente nada más en aquel lugar.

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