CAPÍTULO 61

14 1 0
                                    

POV DANIELA

Con la respiración acelerada y aguantando el nudo en mi garganta, salí lo más rápido posible de la habitación donde se encontraba Karla, dirigiéndome hacia la entrada de enfermería.

Acababa de darme cuenta que el único problema era yo. Cada vez que la ojiverde me veía, se asustaba y comenzaba a alterarse. Era normal ya que, seguramente, al verme le hacía recordar el peor día de su vida.

Si la única solución era alejarme de ella, lo haría.

Salí del módulo con paso apresurado, el corazón roto y las lágrimas cayendo por mi rostro, por más que intentase evitarlo.

Había estado todo el tiempo con ella sin ser vista, sentada en una silla a un lado de la cortina, hasta que escuché lo agitada que se encontraba. Durante toda la noche había intentado mantenerme despierta dando paseos para mantener los ojos abiertos, sin embargo, en cierto momento me había quedado dormida y al escuchar a la castaña, no pude evitar entrar en la habitación de ella para asegurarme que estaba bien.

Con cada paso que daba sentía que la cabeza me retumbaba y, en cuanto llegué a mi cuarto, me desplomé en la cama abrazándome a la almohada con fuerza. Tenía el olor de la ojiverde impregnado y no pude evitar romper en llanto, los sollozos eran callados por la almohada que mantenía pegada a mi rostro y así estuve varios minutos hasta que conseguí calmarme un poco.

A pesar del dolor que me provocaba su rechazo, era mayor el sentimiento de intranquilidad al estar lejos de Karla, por lo que, decidida, tomé rumbo hacia el módulo de enfermería otra vez y sonreí al ver la silla en la que había estado sentada anteriormente. Por un momento temí que, en estos minutos, alguien se la hubiese llevado, pero aquí estaba.

Observé el interior de la habitación, a través de una rendija de la cortina. La ojiverde estaba recostada en la cama, tapada con las sábanas. No sabía si estaría despierta o dormida ya que no veía su rostro, pero decidí no arriesgarme a mirar y que se enterase de que estaba aquí. Me recosté en la silla con la cabeza apoyada sobre mis manos.

Aquí había pasado las últimas horas desde que Leo se marchó de la habitación de la castaña. Después de venir tantas veces durante el día y parte de la noche, decidí que acomodarme aquí sería mejor, al menos, de este modo, me ahorraría los paseos de ida y vuelta entre las habitaciones.

La primera vez que vi al médico dentro de la habitación junto a la castaña, me aterré al ver su mano en el cuello de la ojiverde. Decidida a entrar y derribar de cualquier manera a aquel fornido hombre, frené en seco con la mano en la cortina, cuando vi que éste se alejaba de ella cerrando un pequeño bote en las manos de Karla y solté un suspiro de alivio al tiempo que me alejaba de la habitación al ver que no había peligro.

Sin embargo, cada cierto tiempo volvía para revisar que todo estuviese en orden, viendo a los dos profundamente dormidos cada vez. Al parecer, Karla se sentía a salvo con el hombre que la salvó de aquel infierno y eso en el fondo me alegraba, pero a la vez me entristecía. Pensar en que yo no podía brindarle aquella seguridad me partía el alma.

No pegué ojo el resto de horas que me quedé allí hasta que las luces de las habitaciones se hicieron más intensas y el flujo de enfermeros por los pasillos aumentaba cada vez más indicándome que ya era de día.

Podía apostar que dentro de poco las chicas estarían aquí, por lo que Karla estaría segura con ellas. Me levanté de la silla y me alejé de la habitación después de echar un último vistazo a través de la cortina.

Me hubiera encantado poder quedarme, darle los buenos días a la ojiverde y comprobar cómo estaba, ayudarla en cualquier cosa que necesitase o simplemente hacerla compañía para que no se sintiese sola. Pero todo eso lo único que provocaría sería otra confrontación y quería molestarla lo menos posible. Ya lo había hecho suficiente las veces anteriores.

InfectedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora