8. Sujeto de prueba

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Lo había observado cuando aún estaba incompleto, y ya entonces era repugnante; pero cuando sus músculos y articulaciones tuvieron movimiento, se convirtió en algo que ni siquiera Dante hubiera podido concebir.

Frankenstein

Alma número cuatro 

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Alma número cuatro 


Estricto y deliberadamente inestable en sus momentos de ira.

Esa es la definición más acertada de todo empleado del hospital al intentar definir al aclamado doctor Andreu. Otros agregan la belleza atrayente de sus ojos verdes, o su sedoso cabello negro que siempre trae cuidadosamente arreglado.

Sin embargo, a pesar de llevar diez años trabajando en el mismo hospital, las personas de su ambiente laboral deben conformarse con esas vagas características sobre él. Nada más.

El doctor Andreu no habla jamás de su vida personal. Nunca menciona una anécdota donde nombre a algún amigo, o cita momentos cómicos de su niñez, mucho menos nombra a sus padres. Es como si su mundo se limitará a esa bata blanca y ese semblante enseriado. Las luces del quirófano, el bisturí, los guantes y los diagnósticos.

Sin embargo, el doctor Andreu oculta mucho más que su condición de apostador compulsivo y su relación prohibida.

Andreu es un brujo mestizo graduado con honores. Mucho más inteligente y extraordinario de lo que se esperaría de un mestizo mitad humano. Ya que los prejuicios siguen siendo material de primera en la boca de aquellos que les fascina vanagloriarse de su sangre pura.

Al haber perdido su sueldo del mes en una apuesta clandestina, el doctor se limita a caminar en dirección a su casa en plena madrugada y una vez terminado su turno nocturno. Lleva entre sus labios un cigarro apagado, ojeras debajo de sus resaltantes ojos verdes y la mente perdida en los rincones de su adorado laboratorio personal.

La madre del doctor Andreu, Amelia Fow, era una bruja de sangre pura aficionada a la magia experimental. Había hecho grandes descubrimientos para la población mágica y no-mágica, como las pastillas tranquilizantes para jóvenes agnis con problemas de control sobre su monstruo interno. Sin embargo, nunca era suficiente para Amelia Fow.

Su único hijo, a quien llamó Andreu en honor a su alcohólico padre, había heredado aquella fascinación por la experimentación. Le atraía todo lo relacionado con la biología. Además de ser cirujano, como lo había sido también su madre, era biólogo molecular. El ADN y sus diferentes formaciones de acuerdo a cada raza, era casi una obsesión para él. Manipular aquel sistema natural y tan exacto, sería un logro extraordinario.

Hace mucho dejó de importarle el costo que puede conllevar lograr el éxito en su investigación. La paciencia cada vez es menor y eso puede sacar de él actitudes dignas de un lunático. Pero aún no ha llegado a ese límite.  

Lux: Hospital para monstruos ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora