Capítulo 4. La escencia

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Entonces lo supe: había encontrado al ser que representaba tanto mi salvación como mi más grande perdición. Y lo amaba.

Liam (Rey II del imperio agni).



Elías


Mentiría si dijera que no me he preocupado por ella todo este tiempo. Si bien quise alejarme de su vida, darle su libertad y entender que de algún modo ella ya no era mi niña pequeña, me arrepentí inmediatamente cuando se me dió a conocer la noticia de que se había ido.

Los padres no deberían enterrar a sus hijos.

No es natural ni justo. Los espíritus más atormentados son aquellos que desean tomar el lugar de alguien que ya se encuentra en otro plano.

Desde que me convertí en un ser frío he intentando no abordar el tema de la muerte. Aquello que alguna vez me pareció tan natural y esperable, simplemente había dejado de ser una posibilidad accesible para mí. Y cuando supe que Nahomi ya no estaba con nosotros, comprendí lo mucho que deseaba poder dejar este mundo cruel y absurdamente repetitivo.

Ella era mi hija.

Yo me fui con la educó, yo fui quien se durmió de rodillas a los pies de su cama cuando ella tenía fiebre. Y me despertaba sobresaltado cada hora para asegurarme que todo estuviese bien.

Yo fui quien peino su cabello rubio cada mañana. La escuché atentamente cada vez que sufría. Y le di mi apoyo incondicional cada vez que se proponía alguna meta, sin importar que tan alocada o irreal me pareciera.

No me interesa en lo más mínimo el hecho de que Michael Omet me haya escogido para criar a su descendencia, lo hice porque así lo quise. No porque algún tipo de ser superior e increíblemente frío me haya encomendado ese camino que resultó ser el más importante de mi existencia.

Así que en el momento en que Michael Omet se presentó delante de mí, después de la muerte de Nahomi, únicamente quería matarlo. Porque si había alguien que pudo haberlo evitado, porque si había alguien que pudo haberla salvado, era él.

Él vio venir mis intenciones. Y en tan solo segundo no podía mover ninguna parte de mi cuerpo. Me encontré sentado sobre el sofá, con la cabeza en alto y los ojos frívolos puestos en el oráculo que acababa de materializarse de la nada misma.

La última vez que había visto físicamente a Michael, Nahomi apenas tenía cuatro años. Había llegado sin avisar en su cumpleaños y paso toda la tarde con ella. Analizandola cómo si de un objeto en venta se tratase.

No había cambiando en lo absoluto. Diambulo con naturalidad en la sala de mi casa como si fuese suya. Y se sentó sobre el ventanal que da al jardín para estar al menos diez segundos sin emitir palabra alguna.

Apenas había pasado un día desde el funeral. 

Entonces note algo diferente en Michael. Su rostro ezteriozaba la misma expresión desdeñosa y frívola, parecía ser el mismo narcisista de siempre. Pero sus ojos, verdes como los de mi niña, expresaban algo diferente. Un vacío emocional tan oscuro y profundo como pozos ciegos y abandonados. Reconocí ese dolor. Esa pena indescriptible que proyectaba su mirar era similar a la mía.

Después de unos minutos de un extraño silencio. Me miró a los ojos y con una sonrisa me dijo:

—Ella ya no está muerta, Elías.

Así fue como comenzó su macabro relato. Había cavado en la tumba de Nahomi y se había llevado su cuerpo. Había caminado en medio de la oscuridad llevando el cuerpo de esa niña como si tan solo estuviese durmiendo. Y después la había enterrado en el cementerio de Lux para devolverle la vida.

Lux: Hospital para monstruos ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora